TVE y TV3, dos televisiones públicas de otros tiempos

Somos legión los que pensamos que una televisión pública bien gestionada es necesaria. No sólo vale la creencia desde el ámbito periodístico, hay una buena parte de la ciudadanía que suscribe esta tesis sin ningún tipo de fisura.

En lo que no existe el mismo entendimiento es a la hora de determinar cuál debe ser el modelo de televisión financiada con fondos públicos. De entrada, la española descartó recibir ingresos procedentes de la comercialización de espacios publicitarios mientras que las autonómicas siguen vendiéndolos sin el más mínimo complejo.

¿Debe ser la televisión pública un medio de comunicación que se financie de manera íntegra con los impuestos de los ciudadanos a los que sirve? ¿Dejar al sector privado todo el negocio publicitario vinculado a la televisión es impulsarlo o sólo allanarle el camino? ¿Qué tipo de emisiones debe realizar una televisión propiedad de una administración? ¿Está obligada a competir con el sector privado? ¿Su parte de medio pedagógico orienta determinadas políticas lingüísticas y sociales?

Todas esas preguntas siguen sin lograr consenso en las respuestas. Al final, cada partido, cuando gobierna, maneja los medios de comunicación públicos con la política como látigo. Es una lástima, porque deberían tener algún escrúpulo e impedir que TVE o TV3, por poner dos ejemplos, acabaran convertidas en las televisiones de los partidos que dirigen sus respectivos territorios de influencia.

 
Una televisión pública hoy sólo sirve para formar consciencias y unificar voluntades, poco más

TVE no ha logrado redimensionarse. El PP es peor estratega con la televisión pública de lo que fue el PSOE. No sólo son deleznables, por partidistas, sectarios y casposos, sus informativos. Toda la programación rezuma ese carácter anacrónico, antediluviano y de moralina católica que se nos hacía difícil imaginar. Si no hay dinero para producir espacios televisivos, si la plantilla cuesta un dineral y siguien siendo incapaces de convertirla en eficiente, no es de extrañar que la televisión esté en las antípodas de un mass media moderno, atractivo y necesario para formar, informar y entretener a un país.

En el caso de TV3 estamos ante un caso perdido. Resulta imposible sentarse ante sus emisiones para conocer la meteorología más próxima sin recibir un baño de nacionalismo cultural, lingüístico, social y político de dimensiones estratosféricas. Esa es la televisión que CiU y ERC han decidido para los catalanes, obviando criterios de pluralidad, de servicio global a la comunidad y de realidad sociológica. Poseemos una televisión que incluso ante el gobierno del tripartito mantuvo una dirección más próxima al carácter asambleario que al de un medio de comunicación convencional en el que primara la información por encima de los intereses políticos. Además de mala de solemnidad, en los últimos años la televisión autonómica catalana es proporcionalmente carísima, como cualquiera de los instrumentos que los adoctrinadores de la nueva Catalunya mantienen por encima de los principales pilares del estado del Bienestar.

Lo saben, y lo soportan. Es su estrategia y su voluntad. Aunque la conciencia les pese, saben de la utilidad de tal herramienta para la llamada construcción nacional. La tele forma consciencias y unifica voluntades, de ahí que su dirección siga impregnada de criterios que nada tienen que ver con la gestión empresarial, sino sólo y especialmente con la política.

La catalana y la española son televisiones mejorables, como lo es la andaluza, gallega o vasca, por citar sólo algunos ejemplos públicos. De la valenciana ya no es necesario hablar: su coste impedía mantenerla en tiempos de profunda crisis y acabó cerrando las puertas por la voluntad de un gobierno de derechas al que no le tembló el pulso finiquitando sus canales para desespero de una plantilla cómplice durante demasiado tiempo de muchos desatinos.

Los ciudadanos deberíamos reclamar que nuestras televisiones públicas, con el coste que suponen y los privilegios y clientelismo que sustentan, estuvieran a la altura de los tiempos. Fuera cual fuera su ámbito, la exigencia es la misma. Pero, claro, incluso en plena crisis económica la televisión y la radio pública aún nos parecen ese tipo de servicios públicos alejado de los impuestos, una confusión que beneficia a quienes las utilizan y las instrumentalizan hasta límites que nos aproximan a países con sistemas de gobierno muy poco democráticos. Y eso las convierte en otra cosa diferente de lo que dicen ser.