Turquía elige urnas, no tanques
Turquía ha vivido 24 horas de guerra civil experimentado un golpe sin precedentes en su historia. La policía disparaba contra soldados, y más soldados tiroteaban a otros soldados, se bombardeó la Asamblea Nacional, la gente salió a las calles para defender al gobierno y la democracia, mientras el presidente Erdogan hacía llamadas para salvar la nación, la democracia y defender la legalidad.
Todos los partidos políticos y la mayoría de los laicos, incluso los que se oponen a Erdogan, sabían que el éxito del golpe habría sido un desastre, porque los militares del golpe no contaban con el apoyo popular y político y hubieran establecido una dictadura catastrófica.
Las consecuencias a corto plazo del fallido golpe de Estado parecen lo suficientemente claras: la posición del presidente Erdogan se fortalece, lo que le permite purgar del ejército a los desleales de las facciones gulenista y kemalista, y tendrá la oportunidad de castigar a sus enemigos, con la erradicación de los supuestos simpatizantes de red Gülen en la justicia, purgar la administración civil, limpiar a fondo del ejército y potenciar el cuerpo de la policía, que le fue fiel y tuvo un papel decisivo en su rescate junto con la revuelta popular
El golpe de Estado abortado supondría la sentencia de muerte del llamado ‘Estado profundo o paralelo’: un grupo de políticos, militares y de inteligencia seculares que han dirigido Turquía durante gran parte del tiempo desde que Atatürk fundó el Estado turco actual.
El golpe sangriento en que casi 300 personas murieron fue sofocado con relativa facilidad, en una sola noche, lo que indica la debilidad del ‘Estado profundo’ y el gran éxito de Erdogan que durante 14 años de mandato ha conseguido reducir el papel del ejército en la política, , jubilar a los seculares en el alto mando a la vez que promover a oficiales abiertamente fieles a su gobierno, algo inimaginable en un país que fue gobernado por los militares desde 1923.
En uno de los movimientos más atrevidos de la historia de la Turquía moderna impulsó la reforma de la Constitución para adaptarla a los estándares europeos. Aunque en la nueva Carta Magna no se han modificado los artículos que describen a la república como «referente del nacionalismo de Atatürk», y que otorga al Estado la tarea de educar a los jóvenes de acuerdo con su pensamiento.
Sin olvidar a la gran batalla que liberó en su propio partido, con la tendencia del islamista Fethullah Gülen, que conduce ejércitos de cientos de miles de devotos y tiene gran poder en la policía y los jueces, las finanzas, la educación y los medios de comunicación.
En los últimos 14 años Turquía ha vivido una transformación importante intentando la coexistencia entre el Islam y la democracia. A pesar de algunos avances aún se tendrían que hacer muchas cosas mejor. La experiencia del Partido de la Justicia y el Desarrollo en la formación de gobiernos es exitosa, especialmente en gestionar las capacidades económicas. Nadie puede negar el milagro económico que ha logrado duplicar el nivel de ingreso per cápita cinco veces y reducir la tasa de analfabetismo. Además, Turquía es ahora una de las veinte economías del mundo y juega un mayor papel en el escenario mundial.
Mientras que el partido gobernante tiene un mayoría importante de voto popular y parlamentaria no se puede ignorar la enorme, amargada y masiva minoría opositora con más del 40 % de apoyo, que cuestiona el excesivo comportamiento de Erdogan hacia la deriva antidemocrática.
Erdogan es una personalidad extraordinaria e inteligente, pero su estilo ha unido en su contra a todas las contradicciones, tanto internas como externas. El hecho de tener rivales en su propio partido significa que no hay un sucesor claro como para continuar sus reformas. Erdogan parece querer dominarlo todo, es un partido de un solo hombre, lo que representa la fragilidad de su proyecto, una debilidad política que el golpe de Estado fallido acaba de sacar a la luz y demuestra que el reinado de Erdogan es mucho menos seguro que días atrás.
Pero a Erdogan le será aún más difícil continuar con la arrogancia y la política de la negación. La economía es tan importante como la política, sino el avance carece de sentido y la inestabilidad no es beneficiosa. En política nadie cambia si no siente la necesidad de hacerlo. Es posible que Erdogan empiece a descubrir lo difícil que es jugar el papel del sultán, y tratar de acomodar todo para su persona. Nadie puede ganar siempre.
La forma que el presidente turco entiende la democracia mayoritaria tiene que cambiar, se debe respetar la independencia de los poderes –sobre todo el judicial-, el ejército en democracia tiene que asumir de una vez por todas su papel como parte de las estructuras del Estado, y si la sociedad ya ha alcanzado la madurez y es capaz de defender sus derechos es que quiere vivir en democracia y libertad, y que los gobiernos se ganen en las urnas con los votos y no con los tanques, armas y misiles. El experimento democrático ha demostrado su consolidación y fuerza gracias a una sociedad secular vibrante.
Mientras el presidente cabalga triunfante como un coloso sobre los puentes del Bósforo no tiene que olvidar que ha ganado una batalla, pero todavía quedan muchas frentes abiertos y grietas que ponen de manifiesto que el gran edificio no está estable. El futuro de Turquía dependerá de cómo las autoridades responden a las consecuencias del golpe, y cómo van a corregir muchos errores, como la restricción de la libertad de expresión, la oposición a los derechos de la mujer, ignorar las graves acusaciones de corrupción, los polémicos proyectos de leyes de Internet y de la Justicia, acallar los movimientos de protesta en la calle, y la búsqueda de consensos para pacificar la cuestión kurda. Son muchos los que se oponen a sus políticas, pero no todo es conspiración.
Si la inestabilidad persiste puede desestabilizar al país y dañar el crecimiento. Estos acontecimientos ponen de manifiesto el reto de Turquía de transformar su modelo y la ecuación entre Islam-laicismo-democracia. Los turcos no quieren volver a los días oscuros.