El turismo en la diana

El turismo necesita planificación para evitar el incivismo y que las ciudades no sean parques temáticos al servicio de los visitantes

El éxito de un destino turístico es el riesgo de su muerte. Esta es la reflexión que se están haciendo algunas capitales europeas como Barcelona, afectadas por la creciente turismofóbia que expresan los vecinos afectados negativamente por los efectos colaterales del turismo masivo. Sobre este malestar justificado  surgen ideologías extremistas contrarias a la ocupación del espacio público por los turistas de ocio o culturales, y en cambio son partidarias de la okupación de los autóctonos anticapitalistas con la ayuda de turistas revolucionarios.

Pero está claro que tenemos un problema y un reto. Pongamos algunas premisas.

Primero. El turismo es un fenómeno que se origina masivamente gracias a la lucha obrera por las vacaciones pagadas y la disminución del trabajo obligatorio. Lejos pues de una maniobra planificada del capitalismo, es una consecuencia de una victoria popular sobre el capitalismo.

‘El éxito de un destino turístico es el riesgo de su muerte’, reflexionan algunas ciudades como Barcelona

Segundo. En la medida en que las condiciones laborales y de vida -a pesar de la precarización- mejoran en todo el mundo, el flujo de turistas y las ganas de viajar se multiplicarán. Lo hemos visto en la creciente afluencia de turistas del Este de Europa; lo estamos viendo en la creciente presencia de los emergentes asiáticos (coreanos, chinos, indios…) y cada vez más sudamericanos.

Tercero. No se puede confundir turismo de calidad con turismo de los ricos. Los pobres o modestos tienen derecho a viajar y a no encontrarse con condiciones draconianas en el alojamiento y la manutención. No hay turismo de calidad, sino destinos de calidad. Que arroje la primera piedra quien en su etapa juvenil, sin recursos económicos, no ha hecho turismo de mochila. La mochila no es sinónimo de incivismo. El incivismo está tolerado o reprimido ya antes de la llegada de los turistas en función de las tradiciones políticas autóctonas.

No hay turismo de calidad, sino destinos de calidad

Hay lugares donde está penado legalmente y está mal visto socialmente ser incívico. Pero hay lugares – nuestra casa- donde el incivismo autóctono es permitido y tolerado.

Cuarto. La demanda turística – como la de oficinas- tiene un efecto demoledor sobre los precios de alquileres y viviendas. En este sentido, sí que es preocupante el fenómeno que se ha denominado gentrificación, por el cual varios barrios sociales pasan a ser barrios de lujo al expulsar a sus antiguos residentes. Ahora bien, también hay que decir que la moda de la crítica a la gentrificación adoptada por grupos ácratas cae en el patetismo, cuando sus campañas se hacen en ciudades donde el peso del turismo llega al 1% del PIB; ciudades donde ya gustaría alguna inyección exterior para empezar a dinamizar barrios viejos degradados.

Varios barrios sociales pasan a ser barrios de lujo y expulsan a sus antiguos residentes

Quinto. La masificación de algunos puntos con sobrecarga turística produce una pérdida de calidad de vida, ruidos, micro delincuencia, precios exorbitantes en los comercios y los bares etc. Cada vez estoy más convencido que la gente reclamará que los ayuntamientos asuman competencias sobre el uso y la tasación del suelo y de las viviendas. Y habrá que reclamar una actitud sancionadora por activa o por pasiva de las malas prácticas de los establecimientos de zonas turísticas.

Sexto. Hay que recuperar el tiempo perdido de la falta de planificación en la transformación de recursos culturales en potenciales productos turísticos, sobre todo en nuevas zonas que sirvan para desconcentrar y desestacionalizar la demanda, única forma de quitar la carga a los territorios que ya no pueden más. Barcelona es un ejemplo histórico de buena promoción (como los Juegos Olímpicos) y una nula planificación en la fabricación de nuevos productos y puntos de interés.

Los lobbies se han opuesto a la regulación de la figura del Bed & breakfast

Séptimo. Tiene que cambiar la legislación que permite contar con apartamentos turísticos sin controles, mezclados con pisos de residentes habituales. Son una fuente de conflictos permanente y una mala práctica turística, alejada de la experiencia integradora que es el que piden las tendencias turísticas innovadoras. En cambio, las presiones de algunos lobbies privados se han opuesto reiteradamente a la regulación de una figura que existe en todo Europa: el Bed & breakfast.

Es un modelo que lo tiene todo a favor: es turismo social tanto por la capacidad adquisitiva del turista que viene, como por su contribución al complemento de ingresos de familias sencillas o pensionistas con dificultades; es una experiencia de inmersión irrepetible y singular que nunca dará ni un apartamento ni un hotel; y evita las derivadas incívicas de las otras alternativas, porque estamos hablando de alojamiento de máximo tres o cuatro personas en un lugar compartido con los propietarios del piso; por lo tanto no hay masividad y en cambio hay un control de los comportamientos de los visitantes.

Octavo. Una apuesta por un turismo de calidad, cultural y social a la vez tiene que ser compatible con continuar apostando por un país tecnológico e industrial. Sólo hace falta que la administración presione abiertamente y los empresarios innovadores y con responsabilidad social se den cuenta que pagando miserias a sus trabajadores, sólo consiguen gente poco preparada que acaba decepcionando a los clientes por la mala relación calidad/precio; y está alimentando uno de los argumentos más poderosos de la turismofóbia: el turismo sólo es un depredador de territorio, patrimonio y personas.

Yo no lo creo así, si se hacen las cosas bien. Pero se tienen que hacer.