La teta de Kay Graham, el presidente y el Cuarto Poder
El presidente no es sólo objeto de investigación parlamentaria: ahora enfrenta una genuina investigación criminal. El periodismo no pierde el hilo de sus actos
Si Donald Trump fuera cinéfilo, recordaría la escena de ‘Todos los hombres del presidente’ (All The President’s Men, Alan J. Pakula, 1976), cuando Bob Woodward (Robert Redford) se entrevista en un garaje desierto con Garganta Profunda, fuente secreta del Watergate que acabó con Richard Nixon. Y si le interesara la historia, sabría que detrás de ese nombre reminiscente del cine porno, se escondía Mark Felt, en aquel tiempo director adjunto del FBI.
Trump es más partidario de la tele-realidad. El 9 de mayo le soltó el ‘you’re fired’! (‘estás despedido’) que le hizo popular a James Comey creyendo que acabando con el jefe del FBI acabaría también con el Russiagate que asedia su presidencia. Y, para reforzar la coacción, le advirtió vía tuit que no contara nada a la prensa, no fuera que tuviera grabaciones contra él.
Pero el que tenía la proverbial pistola humeante no era Trump. Comey documentaba meticulosamente cada encuentro con el presidente. A la semana de su cese se supo que el 14 de febrero, éste le pidió que cesara la investigación y dejara estar a Michael Flynn, ex director del Consejo de Seguridad Nacional, despedido por reunirse secretamente con el embajador ruso Sergei Kysliak y mentir sobre ello al vicepresidente Michael Pence.
El día siguiente, con sólo una hora de aviso a la Casa Blanca, el fiscal general adjunto, Rod Rosenstein, actuando como fiscal general (Ministro de Justicia) ya que Jeff Sessions está recusado de lo relativo a la conexión rusa, accedió a la exigencia de un investigador especial: nombró y dio plenos poderes a Robert Mueller, director del FBI entre 2001 y 2013.
Trump se enfrenta a una genuina investigación criminal
Arranca una nueva fase en la caótica presidencia de Donald Trump. El presidente ya no es sólo objeto de investigación parlamentaria, más política que efectiva. Se enfrenta ahora a una genuina investigación criminal. Durará meses; quizá años, pero Mueller –con fama de imparcial, metódico e imposible de aplacar— será letal si demuestra que hubo colusión con Rusia o cualquier otra ilegalidad. Los términos ‘obstrucción de la justicia’ e ‘impeachment’ (destitución) se repiten abiertamente desde el miércoles.
El desenlace del caso podría exonerar al presidente si no se encuentra base para actuar contra él. Según quienes le conocen, “Mueller irá a donde le lleven las pruebas”, y en el camino no filtrará información. El Partido Demócrata, que ha compensado su debilidad con una rentable oposición a todo lo hace Trump, puede descubrir que la investigación especial es una victoria pírrica: reduce su capacidad de agitación cara a las elecciones parciales de 2018 en las que sueña con recuperar el Congreso y aumentar su cuota en el Senado.
Tras el shock inicial, el Partido Republicano se consuela con que se podrá parapetar tras el habitual ‘hay dejar trabajar al fiscal especial’. Podrá atender las presiones del mundo de las finanzas y las grandes corporaciones –el Dow Jones acusó las noticias— y sacar adelante la reforma fiscal y desregulación de la banca que el caos trumpiano ha demorado.
En Washington se advierte que no hay que molestar a los servicios de inteligencia. Trump ignoró el consejo
La estrategia rupturista de nacionalismo económico y ‘deconstrucción del Estado administrativo’ predicada Steve Bannon, el ideólogo presidencial, no da inmunidad ante algunas leyes no escritas de Washington. Una advierte que ‘lo único peor que cometer un delito es intentar encubrirlo´; otra avisa sobre los órganos de seguridad: ‘don’t fuck with the intelligence community’ (‘no jodas a los servicios de inteligencia’). Trump, ha ignorado ambas hasta desencadenar una crisis auto-infligida que ya no puede controlar.
El special counsel (fiscal o investigador especial) eleva exponencialmente la presión sobre una presidencia que, en apenas cuatro meses de actividad, se ha enmarañado en una espiral de polémicas, filtraciones, tuits e incidentes diplomáticos. En todos los casos, el equipo presidencial ha mostrado falta de coordinación, amateurismo y desprecio por los usos de la política americana, alimentando las dudas sobre la capacidad de Trump para gobernar.
El desgobierno contamina otras figuras: el secretario de estado, Rex Tillerson, ausente de reuniones claves de política exterior; el general HR McMaster, sustituto de Michael Flynn, obligado a emitir desmentidos luego invalidados por los tuits del Trump, o el vicepresidente Pence, que ha mentido tres veces a los medios porque nadie comparte información con él.
La contrainteligencia del FBI mira a Trump como un colaborador del espionaje ruso
Al día siguiente del polémico despido, Trump recibió en la Casa Blanca al ministro ruso de exteriores, Sergei Lavrov, y al embajador Sergei Kysliak. La visita provocó un primer revuelo al impedirse que accedieran informadores americanos al despacho oval. El staff presidencial fue luego ridiculizado cuando los rusos difundieron fotos de Trump sonriendo con sus invitados.
Pero el escándalo surgió al saberse que Trump había confiado a los rusos información secreta sobre el ISIS obtenida por Israel, algo que podría costar la vida de agentes infiltrados del Mossad. El personal del FBI se sintió insultado por la inoportunidad de la reunión, horas después de la defenestración de su jefe, y traicionado por las amistosas palmadas en la espalda de Trump a Kysliak. Su división de contrainteligencia le cataloga de colaborador del espionaje ruso, es decir, un agente de una potencia hostil.
El momento en que Rod Rosenstein nombró a Mueller, se inició un proceso que puede acabar con Trump. Y a ese punto de inflexión también se ha llegado porque el presidente –que se declara sometido a la mayor caza de brujas de la historia— ha despreciado otra regla capital: no desafiar a la prensa. En Estados Unidos, los medios son verdaderamente el Cuarto Poder.
Cada revelación explosiva, cada noticia detonante de un nuevo escándalo, ha surgido del implacable seguimiento de los grandes medios norteamericanos. Christiane Amanpour, la veterana periodista de la cadena CNN, suele decir que se esfuerza por contar la verdad pero no en ser neutral. Su actitud es compartida. La presión mediática sobre Trump no cesará.
Los periodistas de EEUU aumentaron plantillas y dedican su mejor personal a seguir cada paso del universo de Trump
El New York Times, el Washington Post, el Boston Globe, el Chicago Tribune, el Los Angeles Times e, incluso, la redacción americana del Guardian británico han aumentado sus plantillas y dedicado su mejor personal –frecuentemente en exclusiva—a rastrear cada rincón, cada fuente, cada ángulo del universo de Trump. Rechazan las amenazas explícitas que el presidente ha hecho a la libertad de prensa y no ocultan que su misión es defender al país de lo que consideran una amenaza para el rule of law, el estado de derecho.
La televisión hizo a Trump. Fox sigue siendo el conducto predilecto para llegar a su público más fiel. Pero otras cadenas –NBC en abierto y CNN por cable y satélite–, han adoptado una postura similar a la de los grandes diarios. Durante la campaña, regalaron al candidato miles de millones de dólares de cobertura gratuita porque aseguraba altísimos audiencias y, por tanto, más publicidad. Quizá para expiar esa culpa, sus periodistas –Anderson Cooper, Jake Tapper, Lester Holt— ejercen ahora un seguimiento implacable (los intercambios entre Cooper y Kellyanne Conway ya son un género televisivo en si mismos) sobre la presidencia.
En 1972 el entonces fiscal John Mitchell amenazó a Carl Bernstein –compañero de Woodward en el Washington Post (interpretado en la película por Dustin Hoffman)— con meter “la teta de Kay Graham en un rodillo muy grande” si se publicaba una de las primeras noticias sobre el Watergate. Katherine Graham (1917-2001) era la editora del diario y, junto al director, Ben Bradlee, protegió sin fisuras a sus reporteros.
Mitchell acabó en la cárcel; Nixon desacreditado, humillado –“no soy un delincuente”— y forzado a dimitir. El Post y sus reporteros ganaron un Pulitzer y crearon un estándar que hoy revive frente a Donald Trump. Carl Bernstein –que a sus 73 años sigue activo y combativo—decía el jueves que el Russiagate “es distinto pero, de confirmarse, potencialmente más grave que el Watergate”.
Se le preguntó cómo combatir las noticias faltas y hechos alternativos y contestó con la mismas frase que repite desde décadas: “sólo buen periodismo, es decir, perseguir la mejor versión obtenible de la verdad.