Triste es pedir, pero más triste es votar a quien te roba
Laura Borràs no sólo no se ha camuflado con el paisaje, no sólo no se ha ido a su casa para ver si la dejaban en paz, sino que fue la candidata de Junts a la presidencia de la Generalitat, se quedó a 40.000 votos de conseguirlo y acabó erigiéndose en la segunda autoridad de Cataluña, la presidencia del Parlament
Lo de Laura Borràs es llamativo porque los dirigentes políticos acusados de corrupción es posible que se aferren a cargos que comporten el aforamiento, pero, por otro lado, tratan de camuflarse con el paisaje. No pocas veces se ha pretendido zanjar feos asuntos con dimisiones o con salidas de la política, pretendiendo algo así como que la extinción del cargo extingue asimismo toda responsabilidad. O que cuando un partido es acusado de corrupción y gana las elecciones, es que las urnas le han “perdonado”.
Laura Borràs no sólo no se ha camuflado con el paisaje, no sólo no se ha ido a su casa para ver si la dejaban en paz, sino que fue la candidata de Junts a la presidencia de la Generalitat, se quedó a 40.000 votos de conseguirlo y acabó erigiéndose en la segunda autoridad de Cataluña, la presidencia del Parlament.
Se dice pronto que una figura así esté a un paso de sentarse en el banquillo ni siquiera por “plantar cara a la represión”, que es como llaman los indepes a sus constantes y flagrantes delitos contra la paz social y la convivencia en Cataluña. No, es que a esta la procesan por unos “trapis”, por fragmentar contratos a favor de un amigo, por disponer, en resumen, de los dineros públicos como si fueran propios.
No es la primera que lo hace en lo que llevamos de procés ni, por desgracia, creemos que vaya a ser la última. Va a costa un poco desalojar a tanto mamellista, a tanto succionador de la mamella pública. Este feroz y voraz ejército de lactantes extractivos que con unas siglas u otras llevan cuarenta años mandando en Cataluña y arruinándola no se deja destetar así como así.
Cuando en diciembre de 2020, Ciutadans aportó varios de los correos electrónicos que acreditaban el dolo en este caso, las instrucciones precisas y hasta profesorales de Laura Borràs a su amigo Isaías H. para facturar fragmentadamente por debajo del radar de la intervención pública, y aún así le metía bronca a esa misma intervención pública por ver algo raro y hacer aquello para lo que está, que es pedir explicaciones, faltaban dos meses para las últimas elecciones autonómicas. Dos meses para que, insisto, Borràs encabezara la candidatura autonómica de Junts, se postulara para presidenta de la Generalitat y se confirmara con presidir el Parlament, a su despótica y original manera, como un premio de consolación.
¿En qué cabeza de qué partido cabe presentar a alguien así a las elecciones? ¿Y qué esperaba ella que ocurriera cuando la dinámica judicial del caso siguiera su curso? Ojo que ahora estamos en el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, no en ese Tribunal Supremo tan demonizado por el independentismo. Es un juez que instruye aquí, en Cataluña, el que ha recomendado que la segunda autoridad catalana se siente en el banquillo.
No es de extrañar entonces que, desde que puso un pie en la Mesa del Parlament, Borràs tuviera como objetivo prioritario alterar y hasta mutar el reglamento de la Cámara, amedrentar y degradar letrados mayores y menores, utilizar el caso Juvillà para tratar de forzar por todos los medios una nueva doctrina que no exigiera el cese automático -su cese automático- en cuanto se produjera su procesamiento. Es verdad que no se le ha dado mal hasta ahora: el PSC, siempre fiel no a lo que dicen sus siglas sino a cuarenta años de cohabitación con el nacionalismo en todos los resortes estratégicos de poder de Cataluña, le dejó pasar casi todo. Un poco más y hasta tragan con la suspensión de los trabajos de todo el Parlament durante varios días.
Pero no está claro que el borrasato siga indefinidamente impune y triunfal. En la CUP están muy resentidos con que Juvillà perdiera finalmente su escaño, y no digamos con que ya lo hubiera perdido mientras Borràs hacía el paripé de “protegerle”. Els Comuns siempre han dicho que son casos muy distintos. El PP podría hacer una excepción y hasta aparecer en el Parlament para tratar este caso. Los socialistas llevan días estudiando por dónde tensar la cuerda sin romper todos los nudos que les interesan. ¡Menos mal que ya les ha dado tiempo a renovar, es decir, a colocar todos sus cargos de confianza en el CAC y en la Corporació Catalana de Mitjans de Comunicació y en…etc!
¿Qué va a pasar con Laura Borràs? ¿Y con el Parlament? ¿Y con Cataluña? Creo que a estas alturas no hace falta decir que Ciutadans lo tiene claro, lo hemos tenido claro desde el principio, que estas cosas no se pueden relativizar ni consentir. La presunción de inocencia (que hasta a Laura Borràs ampara) es una cosa. La presunción de que el votante/contribuyente/ciudadano de a pie es una bestia de carga a la que dar infinitas patadas en los cuartos traseros, sin ningún respeto ni ejemplaridad, es otra. Por menos de esto cada día muchos hijos de vecino tienen que dar incontables explicaciones, pierden contratos y son descartados para puestos de responsabilidad.
Este martes la mesa del Parlament volvió a ponerse de perfil, esquivando la cuestión, es de suponer que hasta la apertura del juicio oral obligue a encarar de frente la cuestión. En ese preciso instante Borràs debería dimitir, y no aferrarse a presuntas presunciones de inocencia para no hacerlo. Una cosa es que todo el mundo tenga derecho a no ser culpable de nada mientras no se demuestre, otra cosa es que se puedan ejercer determinados cargos institucionales bajo sospecha de corrupción. ¿O no lo llamarán corrupción sino incompatibilidad, error técnico, desobediencia administrativa? ¿Lo que sea antes de llamar a las cosas por su nombre y en consecuencia proceder?
El transfuguismo
Nos estamos acostumbrando peligrosamente a que la ley ampare, o parezca que ampara, aquello que horroriza a la conciencia. Ejemplo: los tránsfugas. El transfuguismo, que empezó siendo visto como un pecado venial de la democracia, como una especie de válvula de escape del autoritarismo interno de partidos y organizaciones, está adquiriendo últimamente unas proporciones (y un descaro) que lo convierten en corrupción sistemática, pura y dura. Corrupción legal -de momento-, eso sí: igual que el overbooking en los aviones o en los hoteles. Pero que determinadas compañías consiguieran sacar adelante una ley injusta a sabiendas, en beneficio de sus intereses corporativos y no de los del consumidor, no convierte en honorable lo que no lo es.
El transfuguismo es en este momento una forma legal de corrupción, igual que la malversación a sabiendas: hace mucho, mucho tiempo, que ningún político ni responsable público se atreve a meter mano en la caja como se metía en los años 80 y hasta principios de los 90. Escandalazo tras escandalazo, ciertas cosas han ido deviniendo más y más inaceptables para la ciudadanía, como han notado en sus propias carnes el mismísimo rey emérito y su todavía yerno.
Ah, pero es que la moderna corrupción, la corrupción de los 2.000, son precisamente los “trapis”. La malversación deliberada y a sabiendas. No te lo llevas muerto tú, sino algún amiguete, a cambio de favores, redes clientelares, chanchullos derivados…lo que sea. Se puede alcanzar así un grado de podredumbre hiperventilada hasta divertida: que TV3 valga más por lo que contrata, por el dinero que entra y sale de ella, que por las barbaridades que programa, que el Diplocat, más incluso que una red internacional de propaganda procesista antiespañola, fuera una vasta telaraña de colocación y de reparto de privilegios, y que Carles Puigdemont, a la postre, no sea más ni menos que un comisionista de Putin. Presuntamente. Y lamentablemente.
Tiene usted, tenemos todos, dos opciones: pensar que esto “es así”, que se ha hecho “siempre”, que lo hace “todo el mundo” y conformarse…O dar un puñetazo en la mesa, en los impuestos que paga, en lo que vota en las urnas, y exigir un cambio radical de gobernanza.
Con España, toda ella, tan endeudada que nuestros gobernantes pueden sentir la atroz tentación de ni siquiera intentar contener el gasto, todo lo contrario, de dar patada para adelante y dispararlo aún más a la desesperada (véase Irene Montero), nada más falta que, además de ordeñarnos y diezmarnos, nos roben. Y que los mismos que nos roban sean los que nos dan lecciones de antifascismo desde la mesa del Parlament.