Tres tristes tripartitos

Si ZP pactó con los separatistas una modificación de la Constitución por la puerta de atrás, Sánchez nos ha colado, como mínimo, un nuevo tripartito por la trastienda

Y Laura Borràs finiquitó el procés de Artur Mas. Este ya era un muerto viviente, un walking dead, desde que en 2017 Carles Puigdemont disparara su bala de plata en la cabeza del propio separatismo. Pero tras este lustro, amargo y renqueante, ya podemos decir que aquel procés ha quedado definitivamente sepultado bajo las cenizas de la convivencia y la economía catalanas. Ahora nos encontramos en otra etapa, otra historia, otro cuento, aunque sea un cuento copiado del anterior, otro engaño que generará división y frustración. 

Tras la aplicación inédita del reglamento del Parlament, Borràs perdió su condición de presidenta de la cámara. Solo mantiene el cargo en el mundo virtual de Twitter y en sus sueños de usurpación. Desde entonces se ha aplicado full time a buscar consuelo en el mal de muchos, fastidiando la vida a sus compañeros de Junts per Catalunya. Ella no podía ser la única en perder un maravilloso sueldo. Así que reconvirtió a los neoconvergentes en protocupaires con retórica tardotrumpista. Apretó y apretó, y, al final, los afiliados decidieron echar a sus líderes del govern ante la euforia poco disimulada de Esquerra Republicana.  

Junts había tomado la decisión y, ahora, le tocaba al PSC decidir. A Salvador Illa se le presentaba la posibilidad de presentar una alternativa al separatismo caníbal. Podía haber cumplido las promesas de su campaña electoral. Sin embargo, su jefe, Pedro Sánchez, ya hacía tiempo que había decidido por él: Salvador, no molestes a mis socios, aunque te insulten, aunque te humillen. Ni alternativa, ni oposición. Sumisión. El presidente español repite así los errores de José Luis Rodríguez Zapatero, pero multiplicados y agravados.  

Si ZP pactó con los separatistas una modificación de la Constitución por la puerta de atrás -a través de la reforma del Estatuto de autonomía-, Sánchez nos ha colado, como mínimo, un nuevo tripartito por la trastienda. Y ya van tres. Tres tristes tripartidos. Este, sin embargo, será el peor, porque entre sus funciones está mantener viva la llama del separatismo. La antigua “transición nacional” se llamará ahora “acuerdo de claridad”. La matraca será menos ruidosa, pero, sin duda, más peligrosa, porque esta vez el gobierno del Estado la avala. 

A Sánchez le faltó tiempo para ofrecer estabilidad al gobierno de Aragonès. Este siempre había sido su candidato a la Generalitat. Los aspavientos y los insultos de Oriol Junqueras a quienes le indultaron forman parte de una coreografía pactada. Socialistas y republicanos necesitan poco ritual, porque hace tiempo que están apareados. Aragonès sostiene a Sánchez en La Moncloa y Sánchez sostiene a Aragonès en la Generalitat. Y el ménage à trois se completa con la alcaldía de Ada Colau.  

En este pacto poco oculto, Esquerra conseguirá todo el poder en Cataluña. Gracias al PSC se mantendrán los impuestos más altos de España para sostener a una ingente industria político-ideológica. No habrá espacio para el pluralismo político y aún menos para la neutralidad institucional. Oficialmente, se considerará extranjero todo lo español, empezando por la lengua y acabando por más de media ciudadanía. Derechos y libertades seguirán siendo pisoteados gracias a la mayordomía del PSC.  

La enésima traición del socialismo al constitucionalismo servirá al menos para mandar a los herederos del pujolismo a un largo, frío y merecido invierno. Estos se enfrentarán al nuevo ciclo electoral sin el abrigo de los cargos y los sueldos públicos. Echados al monte del radicalismo amarillo, sus opciones menguan y Xavier Trías puede irse despidiendo de sus opciones de suceder a una Ada Colau que, por otra parte, él contribuyó más que nadie a financiarla y encumbrarla.  

Con el nuevo tripartito catalán Sánchez se las promete muy felices, pero sostener a Esquerra no le saldrá gratis al PSC. El engaño ha llegado a su fin: el PSC no es alternativa. Es sola y definitivamente la muleta del separatismo. La Generalitat pide a gritos una refundación democrática, pero esta no será posible mientras el PSC sume con algún partido independentista. Ardua tarea es encontrar algo de decencia constitucionalista en el socialismo a lo largo del siglo XXI. Solo la hallaremos en aquellos plenos de las leyes de desconexión. Ni antes, ni después. 

Y es que el procés de Artur Mas se inició con el apoyo del PSC al falaz “derecho a decidir”, y concluyó con la ausencia de los socialistas en la gran manifestación constitucionalista del 8 de octubre de 2017. Ahora un nuevo hámster entra en la misma rueda. El procés de Pere Aragonès perseguirá un referéndum de jerga quebequesa e ilegalidad rusa. Todos los consellers de este triste tripartito lo apoyan. La decadencia continúa. El PSC no defrauda.  

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