Tras el desplante de Rajoy, Iglesias maquina en silencio
Empiezo a escribir estar líneas impresionado por las palabras del primer ministro ruso, Dmitri Medvédev, en la cumbre de seguridad que se celebra en Múnich: «La política de la OTAN hacia Rusia es poco amistosa y terca. Para ser sinceros, nos estamos desplazando rápidamente a un período de una nueva guerra fría«.
En el contexto de las claras diferencias entre los países occidentales y Rusia por la actuación del ejército ruso en la guerra de Siria, la tensión de los representantes de Francia y Estados Unidos con el líder ruso calentó mucho el ambiente.
En España estamos muy ajenos a la política internacional, mezcla de indiferencia y resignación por nuestra escasa influencia. Pero el mundo está mucho más agitado de lo que nos parece. Nuestra afición a recrearnos en nuestro ombligo nos acomoda a estar ausentes de esos fenómenos.
En nuestro patio doméstico, la novedad es el desdén o displicencia con la que el presidente de Gobierno en funciones, Mariano Rajoy, trató ayer a Pedro Sánchez, que en este momento tiene el encargo del Rey de formar gobierno.
Negarse a estrechar la mano del líder de la oposición no es solo mala educación. Es pedagógicamente terrible. Si los dos políticos más relevantes ni siquiera guardan las normas elementales de cortesía, como será interpretado este gesto en las tertulias de los bares de Chueca.
La rueda de prensa posterior de Mariano Rajoy evidenció que su soberbia está envuelta en un declive político personal que no tiene retorno. Esa actitud de Rajoy, esquivo, desganado, repitiendo la letanía de su empeño contra la corrupción resultó sencillamente dramática. De Rita Barberá no tuvo ganas de decir nada.
Voces jóvenes del PP exigen una purga en el partido. Y Mariano Rajoy acaba de blindar a la ex alcaldesa de Valencia con un sillón en la diputación permanente del Senado. ¡Con la que está cayendo! Solo Mariano Rajoy debe saber por qué ha blindado a Rita; claro, para hacer más difícil su procesamiento por las causas que está siendo investigada. Pero, ¿por qué? Será necesario su suplicatorio. Pero llegará. Es un salvavidas provisional, con un coste político que el PP no puede pagar.
Rajoy, que declinó someterse a la investidura, ahora mete prisas a Pedro Sánchez para que se someta a la suya. Este «quítate tú que me pongo yo», llegará a ser desconcertante. A pesar de nuestro diagnóstico inicial de que el tiempo jugará lentamente.
Ahora, en la pizarra, parece imposible que el PP se abstenga si el PSOE y Podemos organizan una alternativa para formar gobierno. Si el líder del PP no es capaz de estrechar la mano del candidato del PSOE, ¿hay alguna posibilidad de que le permita ser presidente de Gobierno? Si esto es como parece, la única posibilidad de que Pedro Sánchez sea presidente de Gobierno es que logre un pacto con Podemos, dejando presumiblemente a Ciudadanos fuera y con la abstención de fuerzas independentistas.
Sostengo que Podemos no quiere estar en ese Gobierno, salvo que el precio que consiga de Pedro Sánchez sea tan escandaloso como para organizar la revuelta anunciada en el PSOE.
Así las cosas, si son realmente como parecen, Mariano Rajoy, pese a insistir en su empeño de formar un gobierno que involucraría al PSOE, es una quimera, una posibilidad que no existe.
En este puzzle complicado, solo me falla una pieza.
¿Puede el PP arriesgarse a unas nuevas elecciones en la situación de asfixia que se encuentra como consecuencia de la corrupción? Todavía es pronto para determinar si en el partido de la calle Génova se va a producir una implosión. El síndrome de la UCD empieza a flotar en el ambiente. ¿Es posible que un partido que ha tenido en la última legislatura mayoría absoluta y que ha ganado las últimas elecciones con 123 diputados, sesenta menos, quede reducido a la irrelevancia?
En esta crisis sistémica en la que se dinamita el viejo régimen, todo es posible. Y la inversión de los pronósticos determinan que si antes se pensaba que los peor situados en una nueva elección eran PSOE y Ciudadanos, ahora puedan ser los menos perjudicados.
Si se aplica la teoría del mal menor, el PP tendría que evitar a toda costa nuevas elecciones. Y solo lo podría hacer absteniéndose en la investidura de Pedro Sánchez con Ciudadanos. Con Mariano Rajoy al frente, se antoja imposible. Pero, ¿se puede garantizar que este Rajoy agotado va a seguir liderando su partido?
No sabemos qué pasa por la cabeza de Pablo Iglesias. Sobre todo porque tiene una personalidad ecléctica y volátil que le permite decir «Diego» donde había dicho «digo».
No puedo resistir la tentación de mencionar un video que he visto hoy, que a pesar de todo lo conocido me resulta impactante. La fecha de esta arenga de Pablo Iglesias en la Escuela de Podemos en Segovia no es tan lejana: septiembre de 2013. No sé cómo no ha circulado más, porque a mí me ha dejado perplejo. Se la dejo a ustedes para que juzguen con libertad:
Ahora las cosas parecen muy diferentes que hace algo más de dos años. Y por lo tanto, establecer diagnósticos con este líder político es imposible.
Vuelvo a acordarme de las amenazas vertidas por Dmitri Medvédev. Del pesimismo por la caída del petróleo, por la situación del gigante financiero alemán, por la locura de los mercados financieros y la incertidumbre que produce China.
Y por eso termino optimista en mi pequeño ámbito doméstico. Nosotros, los españoles, somos una cáscara de nuez en este océano de incertidumbres. Entonces, que Mariano Rajoy no estreche la mano de Pedro Sánchez, parece una anécdota. Y los principios mutantes del líder de Podemos hacen que sea difícil tomarle en serio. No hay nada tan grave como para haber provocado trifulcas en las tertulias de Chueca.