Tras 80 años

Pasados ya ochenta años desde el inicio, el 18 de julio de 1936, del golpe de Estado fascista con el que se inició la guerra civil, en España seguimos sin cerrar las muchas y muy importantes heridas causadas por aquel conflicto.

Son pocos, muy pocos, los que entonces fueron contendientes de un bando u otro que viven aún, y son también pocos quienes sufrieron personalmente aquella guerra incivil. Pero somos muchos, muchísimos, quienes padecimos las consecuencias del conflicto bélico.

Tal vez algunos todavía no se dan cuenta que más de la mitad de los ochenta años transcurridos desde el comienzo de aquel golpe de Estado en nuestro país vivimos sin democracia y sin libertad, bajo un régimen dictatorial impuesto por la fuerza de las armas y que siguió asesinando, torturando, encarcelando y reprimiendo incluso hasta más allá de la muerte del dictador, y en realidad incluso hasta más allá de las primeras elecciones democráticas, celebradas el 15 de junio de 1977, esto es casi cuarenta y un años después del infausto 18 de julio de 1936.

«Todas las guerras son malas –escribió el general Charles de Gaulle-, porque simbolizan el fracaso de toda política. Pero las guerras civiles, en las que en ambas trincheras hay hermanos, son imperdonables, porque la paz no nace cuando la guerra termina». Más aún, añadiría yo, si el bando vencedor en la guerra civil, como sucede a menudo y ocurrió por desgracia en España, impone un régimen de terror que se perpetúa durante casi cuarenta años, hasta la aprobación de la actual Constitución democrática, el 6 de diciembre de 1978.

Es cierto que el proceso de transición de la dictadura a la democracia tuvo grandes aciertos y abrió el más prolongado periodo de libertad y paz que España ha vivido en toda su historia. No obstante, seguimos sin asumir plenamente todo cuanto supuso de ruptura interna el drama colectivo de la guerra civil y sus tan dilatadas consecuencias políticas, sociales, económicas y culturales.

Mucho más allá de las víctimas directas del conflicto, con centenares de miles de muertos y también centenares de miles de exiliados, la posguerra se prolongó con una dictadura que provocó asimismo una cantidad enorme de víctimas directas e indirectas, y no tan solo de infinidad de muertos, torturados o encarcelados sino también de millones de personas que nacimos y vivimos durante muchos años sin libertad ninguna, en una España en la que toda voz discrepante con la dictadura fue reprimida y silenciada.

Todo esto pesa y seguirá pesando de una manera decisiva en nuestra vida colectiva hasta que social e institucionalmente el conjunto de la sociedad española no asuma de verdad este pasado con todas sus consecuencias, es decir cuando la amnistía no deje de ser una suerte de extraña amnesia compartida.

Cuando, como sucedió después de las elecciones del 20D y ocurre de nuevo ahora, tras los comicios del reciente 26J, resulta poco menos que imposible la consecución de los acuerdos que garanticen una mínima estabilidad parlamentaria para la formación de un nuevo gobierno, debemos tener en cuenta que gran parte de las causas más profundas de esta incapacidad para el pacto se hallan en que siguen sin cicatrizar las muchas y muy graves heridas causadas por todo lo que provocó aquel infausto 18 de julio de 1936, durante y después de la guerra civil.