TRADE WARS Bilateralidad contra multilateralidad
El acuerdo entre los Estados Unidos y México fue un paso esencial hacia la nueva geopolítica del comercio mundial, cambiando la lógica de las últimas décadas, consolidada tras el fin de la Segunda Guerra Mundial.
El giro que comenzó China en 2013 con el plan de la nueva ruta de la seda, ahora se consolida con los Estados Unidos (EEUU) como una de sus principales palancas para instaurar un nuevo equilibrio dinámico, basado en una cadena de pactos bilaterales a lo largo de los dos ejes globales esenciales: el eje Asia-Pacífico y el del Atlántico.
Si bien este proceso de cambio estructural está siendo complejo, lleno de riesgos, duras declaraciones por cada una de las partes y amenazas de “guerra comercial”, en el fondo no es más que un juego de incentivos donde uno de los actores (EEUU), con modos y formas ciertamente heterodoxas y más que discutibles en términos de diplomacia, ha ejercido de “disparador”, provocando una fuerte reacción en el resto de jugadores, especialmente China, México y Canadá.
El objetivo no ha sido otro que el de forzar una negociación tras años de parálisis de las instituciones que en teoría deberían ser el foro para ampliar las fronteras del libre comercio como es la Organización Mundial de Comercio (OMC). Aunque la excusa esgrimida por la administración de Donald Trump sea el déficit comercial –que, por otra parte, es una característica estructural de los Estados Unidos desde hace décadas– en realidad es una forma política de apaciguar las tensiones internas, especialmente aquéllas procedentes de los sectores menos productivos, no competitivos con el exterior y fuertes consumidores de recursos públicos.
Son, sin duda, los “perdedores” del cambio tecnológico y la competencia frente al exterior. Por eso, los aranceles se han impuesto sobre metales básicos, granos y otros productos de bajo valor añadido. Descompuesto el puzzle y con la mayor parte de las fichas desordenadas, ha llegado el momento de que vayan encajando entre sí. Si EEUU ha sido el que ha provocado las tensiones comerciales de los últimos meses, es el primero que ha dado el paso de firmar un acuerdo y, sorpresivamente, con uno de los socios que parecía más difícil: México.
Al fin y a la postre, se ha impuesto una lógica de “cadena de valor global”: los procesos productivos están descentralizados a nivel global, donde el valor añadido se reparte en los diferentes eslabones, empezando necesariamente por los países “vecinos” y luego éstos con sus otros vecinos y así sucesivamente.
En un mundo tremendamente complejo e interconectado en términos de fragmentación del proceso productivo y con una participación mayor de capital humano, los efectos del proteccionismo son más difíciles de prever y la geopolítica exige dotarse de principios simples. En este sentido, el gran cambio de tercio de la Casa Blanca de Trump es el de haber traicionado un modelo de acuerdos multilaterales, además cargados de excesiva complejidad –desde el NAF-TA al TTIP—, por un enfoque bilateral: acuerdos entre dos partes, más simples, en donde los aspectos tratados se ciñen a cuestiones económicas manteniendo la soberanía de las partes.
En este escenario, los ejes Asia-Pacífico y Atlántico se encuentran ante la siguiente disyuntiva: sumarse a las cadenas globales de valor a través de una filosofía de pactos bilaterales o no hacerlo, manteniendo el statu quo de la OMC. Destacan-do a los principales actores de cada eje, en primer lugar, China tiene una posición clara a favor de adaptar su estructura productiva a la lógica de cadena global de valor. Así lo atestigua la internacionalización de sus empresas, las cuales deslocalizan sus plantas productivas para aprovechar las ventajas competitivas de cada lugar y servir de plataforma para entrar en nuevos mercados.
En segundo lugar, se sitúa la Unión Europea (la UE considerando todavía al Reino Unido), que, a este respecto, queda como una incógnita, ya que por un lado potencia los acuerdos comerciales bilaterales con Canadá, México o Japón, pero, del otro, obstaculiza un mayor intercambio con China y EEUU excusando su política en las “reglas OMC”, que tampoco cum-ple en aspectos como el agrícola.
A ello contribuye que la estructura de comercio exterior de los miembros de la UE es ciertamente endogámica, dado que dos tercios de las exportaciones de cada país tienen como destino otros miembros de la Unión. Esto en sí no es necesariamente negativo, pero hoy en día los “policy makers” de cada país europeo están más preocupados de incrementar las cuotas de exportaciones dentro del viejo continente que fuera de él.
En este sentido, hay motivos para pensar que el acuerdo EEUU-México abre un nuevo escenario donde el entendimiento es más probable. De un lado, en el Pacífico parece lógico pensar que esta lógica bilateral se vaya imponiendo poco a poco, con la vista puesta en el largo plazo hacia un acuerdo entre los dos grandes súper potencias, que suponga el deseable “desarme arancelario” en el ámbito del comercio y la inversión.
En suma, la realidad económica y comercial, y la común voluntad de dibujar un nuevo equilibrio geopolítico, serán los principales motores de un próximo pacto China-EEUU. Dos déficits complementarios –EEUU frente a China en la balanza comercial y China frente a EEUU en la balanza de servicios y capital– presionan hacia un entendimiento que precisa de la transformación de las estructuras productivas de ambos países, pero especialmente de China.
El “dividendo” histórico que el superávit de la cuenta corriente ha dado a China toca a su fin –el primer semestre de 2018 cerró con un déficit de 28.300 millones de dólares— y, por ello, las medidas de internacionalización de la economía (el tirón de la demanda interna de servicios aumenta a un ritmo de 10.000 millones de dólares por trimestre), autonomía efectiva de la política monetaria y liberalización de la balanza de capital, ayudarán tanto al pacto con EEUU como a seguir ganando importancia en el tablero global.
Por otro lado, en la cuenca Atlántica el escenario más probable es la continuidad de la incertidumbre; una incertidumbre que empieza en nuestras propias costas con la negativa actual de la Comisión Europea a aceptar una zona de libre comercio con el Reino Unido.
Sea como fuere, parece razonable esperar que por pura teoría de juegos todos los países vayan poco a poco sumándose a este enfoque geopolítico basado en las “cadenas globales de valor”. Hoy todo se produce en todos lados, lo que anima a pensar que los aprendizajes económicos de Adam Smith y David Ricardo mutarán de estrategia, pero tarde o temprano volverán a imponer su lógica.