Trabajo y transición nacional

El otro día cerré el acto de presentación del estudio de Josep Ginesta Trabajo y transición nacional: una oportunidad sobre las perspectivas de cambio en el modelo laboral y empresarial aprovechando la construcción de un Estado nuevo. Ginesta, con amplia experiencia en el campo de las relaciones laborales, que se califica a sí mismo de treballòleg, describe en siete capítulos el mercado de trabajo y el paro, el diálogo social entre los agentes y la concertación social, la transición hacia un nuevo modelo productivo, los fundamentos de éste, el sistema de seguridad social catalana y las pensiones, las estructuras de Estado y la transición nacional, y finalmente, el valor de la cooperación.

El acto contó con la presencia de Pepe Álvarez, de UGT, y de Juan Carlos Gallego, de CCOO. Ambos sindicalistas situaron el momento de retroceso del Estado del bienestar y de los derechos sociales como una coyuntura peligrosa, que puede llegar a cuestionar las bases de la propia democracia. Defendieron coherentemente el derecho a decidir del pueblo catalán sobre su estatus estatal, como una parte indivisible de los derechos y las libertades.

La cordura y la responsabilidad sindical está muy por encima que la de algunos representantes de lobbies empresariales, que anteponen sus prejuicios ideológicos ultra españolistas por encima de los mismos intereses objetivos de las empresas que dicen representar, sean extranjeras o de aquí. O bien, simplemente, representan los intereses directos de la casta extractiva, que es la principal enemiga de trabajadores y empresarios productivos.

Dicho esto, me interesan las consideraciones finales de Ginesta sobre los valores a potenciar en un nuevo paradigma económico y laboral. La cooperación y la colaboración son la única posibilidad de progreso sostenible para el conjunto del planeta y para cada uno de los proyectos económicos y sociales que se encaucen. Hay, por desgracia, mucha gente que sigue pensando que el darwinismo extremo es el ídolo de la competitividad y que de esta crisis se saldrá como se ha entrado: a codazos y especulando. Pero es falso.

Algunos añoramos el discurso –no los hechos— rupturistas de la derecha reformista de Sarkozy en los inicios de la crisis. Ningún dirigente mundial habla de cambiar nada a fondo. La Sra. Merkel aparece como una gris administradora de la austeridad, sin dar ninguna indicación de hacia dónde hay que ir en modelo económico, ni siquiera exportando de forma crítica lo que hace bien o mal Alemania, jugándoselo todo a la exportación y los salarios bajos, aunque, también es cierto, empuja hacia cambios en el modelo energético admirables y triunfa en la formación y captación de capital humano cualificado.

Ginesta nos recuerda Kropotkin cuando relataba que en condiciones extremas, los seres vivos y las especies sobreviven desde la cooperación y no desde la competencia. No hace falta ir tan lejos. Los últimos descubrimientos científicos demuestran como en la evolución de la vida han sido más importantes los casos de simbiosis y agrupación que los de destrucción del contrario. Pues bien, Ginesta y yo mismo aspiramos a modificar el modelo socioeconómico basado en la desconfianza entre empresarios productivos y la confrontación social sin contrapesos, aprovechando el proceso de transición democrática que nos debe liberar de un estado confiscatorio, retrógrado social y en plena involución autoritaria (véase la nueva ley de seguridad ciudadana y el rapapolvo de la ONU a España por la ocultación del genocidio franquista) .

Dice Ginesta: «Es fundamental encontrar la vía de la concertación contributiva contrapuesta a la distributiva. Es decir, el posible entendimiento y el protagonismo entre partes no puede limitarse a poner precio a la paz social epidérmica, producto de un estricto intercambio. Al contrario, ha de intentar responder a la construcción de un proyecto común en el que la aspiración final no es otra que la de hacer posible una sociedad socialmente justa». Y yo añadiría sostenible. Dicho de otra manera: ¿tendrá sentido en el futuro que empresarios y sindicatos debatan sólo sobre el reparto de las ganancias? O, ¿habrá que plantearse de qué manera comparten la estrategia y el gobierno de la empresa y a qué fines se dirige? ¿A fines destinados a solucionar problemas de la gente y del planeta, o a crearlos?

Los primeros países, una vez más los nórdicos delante, que sean capaces de orientar sus economías, sus empresas, empresarios y sindicatos en esta dirección cooperativa y ética, ganarán la partida. A mí personalmente me gustaría que el nuevo estado catalán aprovechara la ocasión para situarse a la par de los nórdicos. Por nuestro bien y el de la humanidad.

Adenda:

Se ha cumplido el primer trámite de la aprobación de los presupuestos catalanes. El partido del Govern y el que le da respaldo lo han defendido sin entusiasmo. Porque son conscientes y así lo denuncian –cosa que no han hecho algunos en la oposición— que la autonomía se ha convertido en cartón piedra: no queda nada.

Se acabó la capacidad de ingresar. El Estado sigue confiscando el esfuerzo de los catalanes, estableciendo un cerco militar con cañones económicos llenos de metralla de limitación injusta del déficit y de incumplimientos casi delictivos de los compromisos de gasto con Catalunya. Decía un clásico que la diplomacia era el brazo político de la guerra militar. Esto en conflictos internacionales. En los civiles, lo son la Hacienda y todo el aparato burocrático del Estado.