Torra y las elecciones: una decisión inaudita, pero esclarecedora
Torra aprobará los presupuestos de la Generalitat sin importarle quién los gestionará porque está convencido de que el independentismo volverá a gobernar
A un espectador ajeno al día a día de la política catalana, la declaración realizada con el boato acostumbrado por el, según parece, aún presidente de la Generalitat, Quim Torra, le rompería todos los esquemas con que solemos entender el ejercicio de la democracia, justamente el concepto que el independentismo usa para justificar todas sus algaradas.
Resulta inaudito que a la vez que el presidente de la Generalitat anuncia que la legislatura ha agotado su recorrido por la falta de confianza entre los socios de la mayoría que apoya al ejecutivo autonómico, diga que convocará elecciones, algo lógico, pero solo después de que se aprueben los presupuestos para el 2020.
O sea, van a aprobar unos presupuestos que no saben quién va a gestionar, unos presupuestos elaborados por una mayoría que ya no se soporta y que está rota. Pero los dejará atados para los que vengan. Se van, pero el futuro lo escriben ellos aunque no estén en el gobierno. Es difícil ver un acto de mayor deslealtad institucional.
Pero también ese acto revela probablemente lo que yace en el subconsciente de la dirigencia independentista que gobierna actualmente Cataluña: los aprueban sin importarles quién los gestionarán porque están convencidos de que volverán a ser ellos, porque no se plantean ninguna posible alternancia.
La patética declaración de Torra pone también sobre la mesa la decisión no menos patética de Pedro Sánchez de mantener la reunión programada entre ambos para los primeros días de febrero. Si Torra ya no tiene por qué ser el próximo presidente de la Generalitat, si ha decidido convocar elecciones porque la mayoría que sostenía el gobierno está rota, ¿de qué sirve esa reunión? ¿qué compromisos puede pactar con Sánchez si es posible, muy posible, que él no esté para ejecutarlos?
Tan lógicas parecen las respuestas a las preguntas anteriores que sólo cabe una aproximación desde la ilógica de la política catalana donde nada es lo que dice ser -nada más divertido que oír a Torra acusar a ERC de plegarse a las sentencias de la Junta Electoral Central y el Tribunal Supremo, ignorando que él retiró la pancarta que le ha costado la inhabilitación segundos después de que venciera el plazo ordenado-.
Esa aproximación surrealista es que Torra sabe que no tiene, ni quiere, nada que pactar con Sánchez. Pero ese encuentro que le regala el presidente del Gobierno español puede convertirlo en un nuevo acto de campaña: ‘Lo he intentado pero yo no puedo pactar lo que la represión española si pacta con ERC’, quizá llegue a decir.
Pero si podemos aproximarnos a las intenciones de Torra, es imposible entender la motivaciones de Sánchez, salvo que lleguemos a la conclusión de que el líder socialista ha perdido ya cualquier criterio sobre lo que debe y no debe hacer el presidente de un país.
Si reunirse ya con alguien que probablemente ostenta el cargo de presidente de la Generalitat de manera alegal resulta inconcebible, hacerlo con alguien que sólo quiere utilizar ese momento para echarle encara la represión del Estado español y que al salir va a dejar de ser presidente de la Generalitat es inaceptable.