Todorov o la experiencia totalitaria

Pensador, defensor del hombre, de la libertad por encima de cualquier búsqueda del paraíso en la tierra, Tzvetan Todorov ha sido uno de los intelectuales más influyentes de las últimas décadas, con intereses muy variados, pero siempre abordados desde una enorme coherencia. Todorov ha muerto, pero deja una obra que será muy útil al calor de una ola totalitaria, que ha comenzado a despreciar los valores de la democracia liberal. Esa ola llega desde la fría Rusia de Putin, pero también desde la América de Trump, y mantiene sus bríos en la templada Francia, con la ascendente Marine Lepen.

La paradoja que encierra la vida y la obra de Todorov es enorme y ayuda a contextualizar siempre cualquier fenómeno político. Nació en vísperas de la Segunda Guerra Mundial en Bulgaria, un país que muy pronto, en 1944, acabaría bajo el manto soviético. La dictadura comunista se implantó con celeridad, y la opresión se mantuvo hasta otoño de 1989. Todorov se fue a Francia en 1963, con 24 años, y había interiorizado bien su propia experiencia, y había entendido también lo que no quería vivir de nuevo.

Explica Todorov que hasta los 13 años había sido un ferviente «pionero». Con ese nombre se conocía a la organización que «garantizaba el adoctrinamiento político» de los niños, a través de actividades de excursionismo, paseos por el campo y fuegos de campamento. Pero ya en la Universidad de Sofía, cobra conciencia del régimen, aunque se cuida mucho de expresar sus opiniones. Se corría el riesgo de ser expulsado de la universidad, de perder el trabajo, o verse obligado a dejar la ciudad, o, en el peor de los casos, si se reincidía en alguna protesta, acabar en uno de los campos de internamiento diseminados por el país, «auténticas colonias penitenciarias de las que no siempre se salía vivo».

Ya en Francia, a Todorov le pasan cosas extrañas. ¿Cuáles? Se encontró con jóvenes universitarios fascinados por el comunismo, con jóvenes que «soñaban con instaurar un régimen similar a aquel del que yo acababa de escapar, y se lamentaban de vivir en uno que les permitía llevar su envidiable existencia». Todorov afirma que su condena a los regímenes comunistas era cada vez más radical, pero que sólo la expresaba ante personas que podían entenderla. Es decir, Todorov se autocensuraba en Sofía y.. en París.

Lo que defendió Todorov es muy modesto y por eso es tan revolucionario: la búsqueda de la libertad, sin caer en esos ‘ismos’ que han pretendido salvar a la humanidad, apelando a la lucha de clases, a la autonomía del mercado o al pueblo. El objetivo es el de mejorar la vida del hombre, en lo que se pueda, respetándolo, con reformas, sin proyectos globales.

Y estar atentos, vigilando la autonomía personal, siempre en los dos sentidos. Es decir, para Todorov el ultraliberalismo también estaba cargado de peligros. «Bajo el régimen comunista toda la existencia individual estaba sometida al control de la colectividad, y en la vulgata ultraliberal toda influencia de la colectividad sobre los deseos individuales se identifica de inmediato con el gulag. La sociedad comunista suprimía las libertades individuales, pero decir que ‘todo está permitido’ tampoco garantiza el desarrollo de los individuos».

Pensar que los países occidentales han logrado zafarse de todos esos peligros puede constituir un grave error. Y también pensar que los movimientos que se presentan de forma alegre, como si se tratara de una fiesta, no suponen ninguna amenaza. Apelar al ‘pueblo catalán’ también es un símbolo de ese peligro que quería ahuyentar Todorov, con masas encendidas que pretenden salvar a sus dirigentes de juicios supuestamente injustos.

La llama de Todorov hay que tenerla siempre encendida. En Sofía y en París, en Barcelona y en Moscú.