¿Tiene Don Fabrizio Rajoy un sobrino? España necesita un Tancredi
Recuerden la escena: “Un Falconeri debe estar con nosotros, a favor del Rey”. Es la frase de Don Fabrizio, el Príncipe de Salina, que le reprocha a su sobrino, Tancredi, que se relacione con los revolucionarios de Garibaldi. El mundo de Fabrizio Salina se hunde, y emerge una nueva Italia. Es Tancredi, el hombre aparentemente disoluto, y no Fabrizio, el que pronuncia las célebres palabras que estamos esperando.
Pero mantengamos la tensión: “Del Rey, sí, ¿pero de qué Rey? (…) Si no nos ponemos nosotros, esta gente es capaz de declarar la República”. Y ahora sí: “Si queremos que todo quede como está, es necesario que todo cambie. No sé si me entiendes…”
Y en ese momento abraza a su tío, y le comunica: “Hasta pronto. Volveré con la tricolor”, dejando claro que él es el sensato, que estará con los revolucionarios para poder influir y moderar los excesos.
Es la extraordinaria lección de Tomasi di Lampedusa en El Gatopardo. Y, aunque esa frase se ha visto siempre como algo decepcionante, como una reacción mezquina, para que los que han ostentado el poder lo puedan seguir manteniendo, se puede entender también, al calor de los nuevos tiempos, como una manifestación realista, como una apuesta por las necesarias reformas, las que permiten conservar lo mejor del edificio, y reparar las grandes grietas que han ido apareciendo con el paso de los años.
Y en eso debería estar España. El problema es que el Gobierno de Mariano Rajoy se ha dado de bruces con una petición de cambio nunca vista desde la transición. Con nuevas generaciones de españoles que no quieren que les cuenten más historias, precisamente, sobre aquella transición, y que desean una democracia más directa, más participativa, más real.
El combate se sitúa en varias direcciones. En el terreno institucional, porque ni la administración de justicia, ni los organismos de control del Estado, funcionan como deberían, lo que se añade a una crisis económica cruel que ha dejado y podría dejar –de forma estructural—a cientos de miles de personas en la estacada. Y en el territorial, porque las demandas de Catalunya no pueden quedar en un ‘no’ constante, sin una necesaria salida, que no debe ni puede pasar por la secesión de España.
Pero, ¿quién es el sobrino de Rajoy? ¿Quién es el Tancredi español, que busca cómo realizar esas reformas sin desmontarlo todo, porque, además de perjudicial, sería injusto, si atendemos a las mejoras significativas que ha experimentado España en los últimos 30 años?
El Rey Felipe VI tiene sus funciones reguladas en la Constitución. No es necesario que eso se repita de forma constante. Porque despacha con el presidente del Gobierno, y debe ser, también él, el que vea que las posiciones de un Tancredi son las más sensatas.
El Tancredi de España no puede ser Pablo Iglesias. Como describió a la perfección Valentí Puig en Economía Digital, efectivamente No, no Podemos. Pero Iglesias ha levantado la bandera, obliga a que Don Fabrizio Rajoy reaccione.
Sin embargo, tampoco se trata ahora de caer en el histerismo. Precisamente por ello, volvemos a la figura de Tancredi. Rajoy ha caído en el error de proponer cambios, sin pensarlo mucho, como la posibilidad de elegir de forma directa a los alcaldes, sin evitar que se vea como lo que es: el temor de que el PP pierda muchas alcaldías. Tampoco es una salida proponer, sin más, eliminar o reducir la figura del aforado. Y decir que, ¡venga, ya están las reformas en marcha!
Hay que admitir que no están de moda. Pero España, y Catalunya con ella, debe seguir a Popper, a Tancredi, debe seguir el camino de las reformas, con consenso, con personas de valía, que están en Madrid, en Barcelona, y en otras muchas partes de España. Sin histerismos.
¿Y Tancredi, dónde está? Hay que buscarlo. Aparecerá. En el PP, en el PSOE, en la Casa Real, o, por qué no, en CiU.