Thomas Meyer: del paraíso al mercado
Su primera tienda ibicenca, hoy abandonada, celebra cada noche un bullicio crepuscular de drag queens y caminantes solitarios. Thomas Meyer, el patrón de Desigual, se nutrió en la ambigüedad de Ibiza, el paraíso perdido del que habla en sus memorias el ingeniero y escritor Salvador Pániker. La Ibiza de Pániker, como la Formentera del joven Martí Font o como el Cadaqués de Rosa Regás evocan camisetas estampadas y caleidoscopios; huelen a la vieja cultura hippy al servicio del actual consumidor desinhibido. Meyer ha metido a Desigual en la médula del mundo. Sus acólitos le llaman el millonario invisible. Él es un hombretón suizo que distribuye prendas en más de 50 países con una facturación rampante. Su empresa está valorada en 3.000 millones de euros. Roza el cielo. Nadando a contracorriente, ya ha superado a auténticos turbos de la moda como Mango, el emporio de Isak Andic.
Desigual ha sellado esta semana una alianza con Eurazeo (tal como adelantó Economia Digital). La empresa de Meyer se ha hecho merecedora de elogios en toda Europa, especialmente de Alemania donde el Frankfurter Allgemeine destaca su aventura empresarial en un artículo de Stephan Finsterbusch. Después de separarse de su socio Manel Adell, Meyer defiende su ciudadela frente a la competencia de sus homólogos, Custo Barcelona o Cartier. Y no necesariamente con una sonrisa en los labios, tras la demanda interpuesta por Custo contra Meyer por plagio. La estética tiene vida propia y en sus entrañas anidan los peores recelos.
Meyer sabe ahora que Barcelona, más que la ciudad de los prodigios, es la urbe de los celos. Thomas Meyer empezó por puro empeño. Un día se encontró con un stock de 3.000 tejanos imposible de vender. Los troceó hasta convertirlos en materia prima para la elaboración de cazadoras. Vendió a mansalva, y gracias a la cineasta Isabel Coixet le puso nombre a su incipiente iconografía: Desigual no es lo mismo. Luego acudió a Peret (Pere Torrent), el prestigioso diseñador instalado en el Raval. Meyer adquirió almacenes y un edificio emblemático en Ciutat Vella. Fue así como se instaló sobre el mismo Celeste, el bar engagé de los setentas en la calle Argentería, a un paso de Santa María del Mar. La cultura y el comercio urbano se fusionaban entonces con el estilo sponti del Berlín de Kreutzer, frente al Checkpoint Charlie y con el situacionismo francés.
El Thomas Meyer que nunca había imaginado su éxito se empotró en el Born. Allí levantó su enjambre, un jardín vertical de corte mesopotámico levantado desde el suelo hasta la misma azotea y encajonado entre paredes medianeras. Su domicilio, obra de la arquitecta Teresa Ramallal, es una construcción fusionada por dos edificios de finales del XVII con patios interiores convertidos en salones al aire libre y tragaluces que vierten sobre el conjunto la luz cenital característica del barrio gótico de Barcelona.
Sus pegajosas prendas étnicas de inspiración subsahariana no le acompañan, pero le han hecho millonario. A pesar de los logos de Patrick Thomas, Meyer, el millonario escondido, es una referencia de dudoso gusto, pero de oportunismo brillante. Hace ya un lustro que inauguró su tienda británica en la Regent Street 218, un edificio que pertenece al patrimonio de la reina Isabel II. Compró entonces el prestigio de José Castro, su fichaje con sello, un diseñador graduado en el Royal College of Art de Londres.
El fundador de Desigual vive a caballo entre Mallorca y Barcelona; aunque cuando puede se escapa a Suiza, su tierra natal. Sus dineros son suizos, sus manejos son helvéticos y sus neuras solo se mitigan a la sombra de los grandes colosos alpinos.