Thiel y Trump, ¿el totalitarismo invertido?

Estados Unidos es una gran democracia. Es lo que hemos aprendido. En contraste con los problemas históricos de España, la afirmación no se puede objetar. Tampoco Europa puede dar lecciones, porque Estados Unidos acabó ayudando al viejo continente en las dos guerras mundiales. Pero eso no implica renunciar a la crítica, en un momento determinante para el país, con unas elecciones presidenciales que pueden acabar en una «tragedia» para Estados Unidos y el resto del mundo, como ha señalado The Economist.

Los protagonistas se empeñan en preocuparnos cada vez más. Donald Trump va lanzado. No tiene rival en el bando republicano. Y en la hora de la verdad, nadie es capaz de descartar que no alcance la victoria frente a la desgastada Hillary Clinton.

Y es que un genio como Peter Thiel se ha unido al equipo de Trump. El fundador de PayPal, y uno de los primeros inversores que creyó en Facebook, con una fortuna personal calculada en más de 2.000 millones de dólares, se ha implicado en el equipo de financiación de Trump, y será uno de sus delegados por California.

Thiel es un personaje que explica muchas de las características de Estados Unidos. Es el hombre que se siente libre, que no quiere ataduras, y que sólo piensa en la innovación, en el individuo capaz de buscar, incluso, algún remedio para impedir la muerte. Es lo que le obsesiona en los últimos años, como explicó con enorme talento George Packer en su libro El desmoronamiento (Debate) sobre los últimos 30 años de Estados Unidos.

Uno de los más importantes politólogos estadounidenses, Sheldon S. Wolin, ha definido a su país como un sistema de «totalitarismo invertido». Lo desarrolló en su libro Democracia S.A. La democracia dirigida y el fantasma del totalitarismo invertido (Katz Editores), en 2008.

La tesis es atrevida, pero se está comprobando con la candidatura de Trump. El argumento es que la democracia en Estados Unidos no ha estado nunca consolidada, y que en las últimas décadas se han producido signos preocupantes, como si estuviera controlada por un totalitarismo invertido que es, para Wolin, el que ejerce una especie de superpoder, una combinación del poder estatal, con el poder privado de las grandes corporaciones empresariales. Se trata de un vínculo que permite llevar a cabo la expansión de los intereses mutuos, sin respetar límites políticos, intelectuales o morales. Lo que se busca es favorecer los intereses de los poderes corporativos y la desmovilización política de los ciudadanos.

Trump ejerce ese papel. Capaz de todo, con el dinero suficiente para imponer su candidatura, por delante de su partido, y en contacto directo con las masas, que ven en él una disrupción del sistema, que es, de hecho, falsa, porque él es el sistema.

Trump no podía encontrar nadie mejor que Thiel. El fundador de PayPal es hijo de un ingeniero químico alemán. Con su familia vivió en diferentes países, como en la Sudáfrica del apartheid en los años sesenta, hasta asentarse en California, en Foster City. Al margen de ser un genio de los negocios, su gran pasión es influir en la sociedad para romper, claro, los vínculos con el estado. En su libro The Education of a Libertarian, porque él se considera un libertario, reclama que todo quede en manos de los innovadores y dice cosas como éstas:

«En nuestro tiempo, la gran tarea para los libertarios es encontrar la manera de escapar de la política en todos sus formatos, de los catastróficos totalitarismos y fundamentalismos y también del demos descerebrado que guía la llamada ‘socialdemocracia’«.

Y sigue con otros ‘consejos’: (…)Hay una carrera mortal entre política y tecnología (…) El destino de nuestro mundo quizá dependa del esfuerzo de una única persona que construya y extienda los mecanismos de la libertad, los cuales a su vez hacen del mundo un lugar seguro para el capitalismo».

Más claro el agua. Thiel ha encontrado a su hombre: Donald Trump. Prepárense que vienen curvas.