Tener miedo o no a Podemos, la nueva división social

Un análisis sosegado de la información que circulaba por las redes estos días de asueto navideño arrojaba una cruel conclusión: la sociedad española se ha dividido de nuevo. Atrás quedan antiguas clasificaciones entre rojos y nacionales; entre nacionalistas y sus contrarios; entre religiosos y ateos; entre seguidores del Barça y del Madrid… hoy, lo que nos divide como comunidad es la política partidaria. El país se ha seccionado entre quienes le tienen miedo a Podemos y quienes no, así de sencillo.

Quienes no le tienen miedo argumentan que están dispuestos a votar al partido de Pablo Iglesias y que sus propuestas de cambio, incluso las irrealizables, servirán para cambiar el panorama político del país. Que el efecto será bueno y que España necesita ser gobernada al menos durante cuatro años por una nueva política que sea capaz de darle la vuelta a los conceptos clásicos y bajar de sus pedestales a los profesionales de la administración pública por su incapacidad para entender el cabreo social general y tomar decisiones dirigidas a enmendarlo.

Ése es el campo de acción de la nueva formación política. Se ha colado como una especie de trending en nuestras vidas y no hubo festejo de Navidad en el país en el que de una manera u otra, a modo de broma, de sarcasmo, de reflexión profunda o de mero chiste no apareciera el nuevo partido. Poco importa si fue para adherirse a sus tesis o sencillamente para contrarrestarlas y hasta ridiculizarlas.

En Catalunya, donde de repente la sociedad se había dejado llevar por los gobernantes de los últimos dos años para resituarse entre independentistas y partidarios de la vinculación con España, también se ha colado por las rendijas el discurso de Iglesias y de sus seguidores. En especial, y eso también da miedo a más de uno, en el área metropolitana de Barcelona, en aquellas zonas menos controladas sociológicamente por el nacionalismo dominante.

Entre los partidarios de Podemos se acumula ilusión a favor del cambio. Sus contrarios, en cambio, viven el miedo, un profundo temor a que el grupo de jóvenes universitarios sean capaces de tomar las instituciones públicas y desalojar a sus históricos ocupantes de los partidos tradicionales. Las razones son diversas y no siempre coincidentes.

El nacionalismo catalán y vasco, por ejemplo, está literalmente asustado por la progresión de Podemos. La reunión de Artur Mas e Íñigo Urkullu celebrada en las últimas horas tuvo sobre la mesa el asunto, y no como una cuestión menor. La llegada de Iglesias a Barcelona y su participación en un acto político en Vall d’Hebrón despertó una enorme respuesta crítica de los partidos clásicos. Con pocas palabras fue capaz de desarmar a Artur Mas y sus recortes e, incluso, de afear la conducta a los jóvenes y más radicales seguidores del nacionalismo catalán que se agrupan bajo las siglas de las CUP.

El independentismo y los seguidores de Mas se han puesto muy nerviosos con el efecto que Podemos pueda suponer para la política catalana y los propósitos tácticos del nacionalismo dominante. Lo expresó Josep Rull, dirigente de CDC, pero no ha sido el único. He tenido la oportunidad de leer algún artículo muy celebrado en ese sector en el que se golpeaba la existencia de Podemos y sus subsidiarios catalanes por mor de su pertenencia a grupos dominantes y endogámicos de las universidades o, incluso, por sus relaciones familiares y los vínculos políticos que destilaban. Poca crítica conceptual y abuso de la artillería formalista, podríamos decir.

Que las grandes empresas del Ibex 35 estén preocupadas por el engendro político parece más natural, si acaso, que los temores nacionalistas. Una buena parte del discurso de Podemos es muy crítico con el capitalismo y su ejercicio en estos tiempos de crisis económica. No lo es tanto, en cambio, con la posibilidad de que cada pueblo, democráticamente, decida sobre su futuro. Otra cosa distinta es que Iglesias insista por activa y por pasiva que todo eso se puede cambiar en el marco institucional y jurídico existente, algo que no parece agradar en demasía a quienes desde el independentismo se habían hecho algunas ilusiones estratégicas sobre su capacidad para romper escenarios con rapidez y sin apenas consecuencias. ¿Quiénes son más ilusos?

Hay quien dice que Podemos es un lanzamiento mediático de José Manuel Lara Bosch, el propietario catalán de Antena 3 y La Sexta (ahora también accionista de El Periódico de Cataluña, que ayer abría su portada con una entrevista del director al dirigente radical), y que él resulta el principal responsable de su auge en España. Es obvio que sin la presencia constante de Iglesias y sus colaboradores en La Sexta hubiera resultado más difícil y complejo tan rápida efervescencia. Conozco incluso iniciativas mediáticas que tienen en el acoso y derribo a Podemos su leitmotif.

Pero que nadie se llame a engaño: los principales impulsores de Podemos son quienes tienen miedo a los cambios de cierta trascendencia que propone la formación política, aquellos incapaces de regenerar la democracia desde dentro del propio sistema. Fundamentalmente, los que parecen reacios a adecuarse a los tiempos. Y el miedo, como dice el refrán, está todo en un montón y cada uno se lleva el que quiere. Entretanto, el país ya tiene una nueva división. Lo que faltaba.