¿Teléfono rojo? Puigdemont hacia Moscú
El apoyo a Puigdemont por parte de Rusia no tiene nada que ver con simpatía alguna del Kremlin con el separatismo catalán, sino con la estrategia de reforzar su posición internacional debilitando a sus competidores: la UE y USA
El gran Kubrick en 1964 firmó ¿Teléfono rojo? Volamos a Moscú, una película en la que un militar zumbado norteamericano atacaba a la Unión Soviética. Casi 60 años más tarde, esa ficción se intenta hacer realidad en la mente de Puigdemont y sus secuaces pero al revés, de Moscú a Barcelona.
El Periódico de Catalunya y el New York Times -en este caso sí que “el mon ens mira” (el mundo nos mira, expresión habitual del independentismo para darse importancia)-, informan de que la persona de confianza de Puigdemont, Josep Lluis Alay, ha mantenido contactos habituales y ha estado viajando a Moscú con el fin de recibir ayuda de Putin para lograr la independencia de Catalunya. ¡Puigdemont es nuestro Lumumba!
La obsesión del independentismo con Rusia no es nueva. Víctor Tarradellas, ex responsable de Relaciones Internacionales de CDC, intentó convencer a Puigdemont de que no aplazara la declaración unilateral de independencia porque, según él, el ejercito rojo desembarcaría en Cataluña -como si la playa de Mataró fuera Crimea- para apoyarles. Ese mismo personaje viajó a la exURSS para intentar comprar un misil. Todo ello parece una broma entre macabra y estrafalaria pero es cierto.
El independentismo ha gastado millones, de dinero público malversado, en buscar apoyos en todo el mundo a su causa, y ha conseguido lo mejor de cada casa: a Vlaams Belang -nostálgico de la ocupación alemana de Bélgica-, la ultra Liga Norte en Italia o Die Linke -nostálgicos de la RDA-. Todos estos grupos radicales han apoyado al separatismo catalán por afinidad ideológica. Lo de Rusia es otra cosa.
Rusia está detrás de muchos de los intentos de desestabilización de la Unión Europea: ataques cibernéticos, apoyo a grupos como La Liga de Salvini, el ultra partido de la Libertad liderado por De Wilders en Holanda y un largo etcétera. El apoyo a Puigdemont por parte de Rusia no tiene nada que ver con simpatía alguna del Kremlin con el separatismo catalán, sino con la estrategia rusa de reforzar su posición internacional debilitando a sus competidores: la UE y USA. Si Cataluña fuera Carelia, Putin hubiera matado a Puigdemont con polonio o algo similar.
Las declaraciones de hace unos meses de Labrov, ministro de Exteriores ruso, sobre la independencia de Cataluña para dejar en mala posición al alto representante de política exterior de la UE, el catalán Josep Borrell, se entienden mucho mejor tras leer en El Periódico y el New York Times sobre las estrechas relaciones de Alay-Boye y Puigdemont con Alexander Dmitrenko, al parecer miembro del FSB (ex KGB) y los negocios que hacían entre Rusia y China para favorecerse y enriquecerse a ellos y a Salvini, líder de la ultra derecha italiana.
Puigdemont y todo su entramado afirman que confían en Europa para que se les haga justicia pero la realidad es que se alían con el principal adversario de la construcción europea.
Desde Waterloo se habla de represión en España y de falta de democracia, mientras ellos se apoyan en estados no democráticos con el único fin de desestabilizar a España en beneficio de sus intereses. ¿Cuáles son esos intereses? Hoy Puigdemont, Alay, Boye y su Consell de la República, del que se ha salido la inestable Ponsatí, son meras herramientas al servicio de la estrategia rusa en política exterior. Desde Moscú, mientras les sean útiles les financiarían, les darán acceso a servidores y a información falsa y cuando dejen de interesarles les dejarán tirados.
El Consell de la República y el papel de Puigdemont fue elemento central de la negociación entre ERC y Junts para conseguir la investidura de Pere Aragonés. Entre sus primeras acciones como presidente de la Generalitat, Aragonés se desplazó a Waterloo. También lo hizo Junqueras en una tensa reunión.
Alguien tendría que pedir explicaciones en sede parlamentaria al president de la Generalitat sobre hasta qué punto la política del Gobierno catalán está sometida a los dictados del Kremlin, mediante la influencia que Puigdemont ejerce sobre los consejeros de su partido.