Tarradellas y el mito al que se acoge el soberanismo

La confusión es total. La política catalana no admite la realidad, y el pasado reciente sirve para reafirmar proyectos que se sabe que no conducen a ningún lugar. El ministro de Economía en funciones, Luis de Guindos, puso en un brete este martes al consejero de Economía, Oriol Junqueras, al asegurar en una entrevista en Rac1 que Junqueras «sabe que la independencia es imposible». Poco después la respuesta de Junqueras fue que De Guindos sabía que la independencia será inevitable. Se trata de un juego político del que son víctimas los ciudadanos, que se ilusionan, se apasionan y apuestan por proyectos políticos concretos que no concretan nada.

Quien tenía claro que el autogobierno debía servir primero para servir a los ciudadanos, con una administración eficaz fue el presidente Josep Tarradellas. El CLAC, el Centro Libre de Arte y Cultura, que multiplica sus actos en los últimos meses, debatió este martes sobre las aportaciones de Tarradellas, con el escritor Valentí Puig, el historiador Jordi Canal y la jurista Teresa Freixes. En la sede del Archivo de la Corona de Aragón, y conducido por el crítico literario y editor Jaume Andreu, la jurista y catedrática de Derecho Constitucional en la UAB quiso romper uno de los mitos de la transición.

Tarradellas mantuvo viva la Generalitat desde el exilio. Se identificó con la institución. La representó y la recuperó con la llegada de la democracia. Pero logró que el gobierno reconociera la Generalitat antes de que se aprobara la Constitución de 1978. En 2017 se conmemorará el 40 aniversario de su «Ciutadans de Catalunya, ja sóc aquí». Ese hecho constituyó el único elemento rupturista de la transición, al enlazar la Generalitat con la II República.

Sirve ahora al bloque soberanista para justificar su petición de un referéndum. Lo ha defendido el presidente de la ANC, Jordi Sànchez, al recordar que la Generalitat no depende de la Constitución, y que, por tanto, no se puede apelar a la Carta Magna para negar esa consulta.

Es un mantra que se repite. Lo señalaba una y otra vez Jordi Pujol, pese a que siempre estuvo en contra de cómo Tarradellas había recuperado la institución, peleado con la propia figura del presidente republicano.

Sin embargo, eso no es exactamente así. Teresa Freixes insistió en el debate en que lo que consiguió Tarradellas fue la «Generalitat provisional», tras los acuerdos con Adolfo Suárez, y que ésta «no tenía por qué haber sido reconocida por la Constitución, en la que se pudo haber plasmado otra cosa distinta».

Es decir, la Generalitat actual «depende jurídicamente de la Constitución de 1978». Finalmente, por tanto, no hubo un elemento disruptivo, aunque desde el punto de vista político nadie puede dudar de la importancia de la labor de Tarradellas, que vino provocada por la victoria de las izquierdas en las elecciones generales de 1977.

Esas cuestiones son las que ahora toman una interpretación distinta. Todo depende, siempre, del relato posterior. Y las izquierdas, de forma poco comprensible, renunciaron a su propio éxito. En un momento de tanta memoria histórica, de tantas exposiciones antifranquistas, viene bien apuntar que Adolfo Suárez se decanta ya por la fórmula Tarradellas, con quien se tenían contactos, cuando comprueba los resultados de las elecciones de 1977 en Cataluña, con la victoria de los socialistas, y los eurocomunistas del PSUC en segunda posición.

Tanto el PSC como ERC, y en menor medida el PSUC, defendían el retorno de Tarradellas, exiliado en Saint-Martin-Le-Beau. Sin embargo, poco después, se vendió como una operación de la derecha española para cortar la supuesta avalancha comunista en Cataluña.

El caso es que en Cataluña se sigue sin reconocer –pese al aplastante apoyo que obtuvo en el referéndum— que es la Constitución de 1978 la que pone en pie el autogobierno y el sistema democrático