Tarradellas frente a Puigdemont

Unos presupuestos para «realizar la independencia y para mejorar la gestión». Es lo que pidió el presidente Carles Puigdemont este miércoles en el Parlament, en un debate de política general que ya no concita el interés de años anteriores, cuando se debatían, realmente, proyectos de gestión, partidas concretas para determinados departamentos o se exigían responsabilidades por la situación de distintos colectivos. Ahora todo va encaminado a realizar esa independencia, y a ver cómo se puede seguir metiendo el dedo en el ojo al gobierno de Madrid, que, además, sigue en funciones.

El debate coincide en el tiempo con una exposición que ha organizado el CLAC sobre la figura de Josep Tarradellas, en el Archivo de la Corona de Aragón y que aprovecha que este mes se abre al público el enorme archivo del presidente de la Generalitat en el monasterio de Poblet.

La figura de Tarradellas sigue causando polémica, porque ha sido apropiada por espacios ideológicos distintos, y porque supuso el único elemento que conectó con la II República en la transición. Por ello, algunos independentistas, como el presidente de la ANC, Jordi Sànchez, defienden la capacidad de Cataluña para reclamar un referéndum de autodeterminación, porque el autogobierno de Cataluña no se deriva de la Constitución de 1978, sino de la Generalitat recuperada, que se conecta con los años treinta.

El caso es que Tarradellas fue el fruto de una operación del Gobierno español de Adolfo Suárez, pero, contrariamente a cómo se difundió con posterioridad, Suárez secundó a la izquierda catalana, que había ganado las elecciones de 1977, aunque no toda. Mientras el PSC y ERC querían el regreso de Tarradellas desde su exilio francés, el PSUC no lo veía claro, y menos la Convergència de Jordi Pujol

Pero lo que choca ahora es analizar la posición de Tarradellas con el movimiento independentista, que ha dejado la gestión totalmente a un lado, para insistir en un proyecto que no va a ninguna parte. Tarradellas defendía todo lo contrario.

Josep Maria Bricall, el ex rector de la Universidad de Barcelona, y que formó parte del gobierno de unidad del presidente Tarradellas, ha dejado escrito que la prioridad de un gobierno debe ser la administración de su territorio, con una gestión eficaz: «La capacidad de prestigiar la idea nacional demostrando la eficiencia de la administración autónoma resulta neurálgica para dejarse de tonterías y recordar que una nación no es más que una sociedad que se organiza adecuadamente en un territorio determinado».

Tarradellas tenía un alto concepto de lo que debía ser un político, curtido en el desastre que supuso la Generalitat de la República, y en las divisiones en su propio partido, Esquerra Republicana. Para el presidente, el político debía percibir los límites y las oportunidades de la realidad política, una realidad que en el caso de Cataluña estaba marcada por un hecho y es que era «un país autónomo, no un país independiente», siguiendo a Bricall.

Con la insistencia en que Cataluña formaba parte de un Estado, y que había que aplicar políticas de Estado, Tarradellas reclamaba que se consolidaran esas estructuras, sin querer recibir a toda prisa nuevas competencias. Paso, sin embargo, todo lo contrario.

Es necesario comparar aquel momento con el actual. Porque los malos cimientos explican los males de ahora. Sin embargo, la realidad es que estamos ante el momento Puigdemont.