Tarados todos
El nacionalismo catalán está llegando, pues, a su máxima expresión en la que nadie es ni digno ni puro, sino que todos somos un atajo de tarados
Gabriel Rufián reconoció que proclamar la independencia es de tarados. Y lo hizo en el programa Planta Baixa de TV3, una cadena por y para independentistas, aunque la financiemos entre todos. La reacción no se hizo esperar y llegó incluso al Parlamento catalán. Estallaba una nueva batalla entre socios. Los de Junts por Catalunya ponían el grito en el cielo porque interpretaban que el insulto del republicano se dirigía directamente a Carles Puigdemont, aunque lo cierto es que la independencia fue proclamada con el voto de todos los diputados separatistas.
Ante la invectiva de Rufián algunos sobreactuaron hipócritamente, porque quienes conocen personalmente al fugitivo de Waterloo también le dirigen epítetos de ese estilo. Joan Coscubiela reveló que algunos dirigentes del partido de Puigdemont se referían a su ya menos amado líder como «el pastisser boig» o, simplemente, “el boig”, el loco. Sea como sea, el victimismo es marca de la casa y el vicepresidente del Govern, Jordi Puigneró, tuiteó que “Rufián no es digno de Cataluña”. Quizá en esta guerra fratricida todos tengan razón, pero lo cierto es que este espectáculo retórico testifica a la perfección el nivel de degeneración moral del nacionalismo.
No estamos ante una excepción. El insulto entre socios forma parte de una estrategia comunicativa o, incluso, de una manera de ser. Rufián, príncipe de los zascas, ya había definido a los colaboradores de Puigdemont como “señoritos que se pasean por Europa para reunirse con la gente equivocada porque durante un rato se creen que son James Bond”. Ahora sabemos que el asunto era más grave: se celebraron reuniones con emisarios de Vladimir Putin en la misma residencia oficial del presidente de la Generalitat. Más recientemente Rufián se dirigía desde la tribuna del Congreso al diputado podemita Jaume Asens para aconsejarle que dejara de “ir tanto a Waterloo”.
Rufián reincide contra Puigdemont, porque, como un abusón de patio de colegio, siempre se ceba con los débiles. Junts per Catalunya acaba de coronar a la muy imputada Laura Borràs, y han convertido al expresidente en un lejano y desvaído espectro cascarrabias. Al momio se le puede azotar sin consecuencias prácticas, ya que de ninguna manera Junts romperá el Govern de Pere Aragonès. Su fanatismo -y la elección de Borràs es prueba de ello- les condena a ser meras comparsas de otros partidos independentistas. La cuperización del pujolismo ha condenado a este espacio político, otrora hegemónico, a una folklórica marginalidad.
Con todo, el ambiente dialéctico seguirá caldeándose. Mientras escribo estas líneas Joan Tardà tilda a Puigneró de “supremacista”, “etnicista” y “clasista”. Se acercan las elecciones municipales y el bloque independentista, incapaz de sumar una voluntad más a su engaño y partido en dos mitades prácticamente iguales, compite por un mismo electorado. Así pues, veremos en los próximos meses como los independentistas se aplican entre ellos las mismas técnicas de acoso que antes solo usaban contra los constitucionalistas. Y es que lo de “tarados” no es nuevo. En sus artículos de inspiración romántica, el sutil Quim Torra nos definió a los catalanes no nacionalistas como “bestias carroñeras, víboras, hienas con una tara en el ADN”. El nacionalismo catalán está llegando, pues, a su máxima expresión. Ya nadie es digno del ideal. Nadie es lo suficientemente puro. El procés lo ha logrado: ya somos todos unos tarados.