Superar el ‘pujolismo’ ni será fácil ni será breve
Con la imputación del clan Pujol por parte de la justicia, en las últimas horas se ha reabierto el debate sobre su caso. Hay opiniones diversas, que concitan el apoyo y la critica a partes casi iguales. Es razonable, puesto que el escándalo que tiene en el punto de mira a la familia del que fuera presidente catalán no deja indiferente a nadie, con independencia de sus creencias y valores. El martes circuló un chiste que recreaba la terminología castellera y decía que los Pujol habían completado un vuit de nou amb folre i manilles.
Existen quienes consideran que la poca consistencia de las acusaciones judiciales serán suficientes para excusar a un grupo de personas por sus actuaciones de los últimos años. Es cierto que más allá del reconocido fraude tributario, el resto de acusaciones está poco solidificada en términos de pruebas y comprobaciones fehacientes. Salvo, quizá, lo que apunta a Oriol Pujol Ferrusola, con quien la justicia tiene más agarraderos claros sobre eventuales delitos a la vista de los sumarios ya conocidos.
No son pocos quienes también exageran el supuesto latrocinio del clan sobre el dinero público y privado. Que hubieron cosas, todavía insuficientemente contrastadas, parece obvio si se tienen en cuenta los indicios. Que fueran tantas como la rumorología apunta es improbable, salvo que demos crédito a la bola de nieve que la opinión pública acostumbra a otorgar a cualquier caso de corrupción por la justificada indignación que produce su divulgación.
En el libro Pujol KO, una recopilación de cinco ensayos editados por Economía Digital que abordan lo sucedido, hay muchas claves sobre qué sucedió en términos factuales, pero también de plural análisis sobre qué supuso Pujol y por qué pasaron algunas de las cosas que hoy parecen ilógicas. Para aquellos más curiosos sobre la actualidad política constituye una lectura recomendable.
Lo que también ha traído la imputación del clan son algunos pronunciamientos que aseguran que el pujolismo, como expresión política, había quedado atrás y/o superado. O que si no ha sido así, vienen a defender algunos articulistas y tertulianos, debería serlo.
Impregnó tanto a sus partidarios como a sus detractores. Pasará tiempo para desterrarlo
Sin ánimo polemista es fácil discrepar de esa visión de las cosas. El pujolismo no se ha superado aún y pasarán años antes de que eso se produzca. Como mínimo, tantos como los que duró su edificación. Entre otras razones, porque no sólo era un sistema clientelar vinculado a la política y un subterfugio nepótico de algunas estirpes dominantes, sino porque bajo la dirección del ex presidente se condujo el país con una forma discutible de gobernar que ha impregnado y capilarizado a toda una generación.
La Cataluña actual vive demasiado sucia aún por la mancha del pujolismo, entendido como la manera de gestionar la administración, de influir en la sociedad y de orientar el día a día de su ciudadanía. Hay quien eso lo considera pura ingeniería social o, sencillamente, la construcción de un imaginario acrítico en el que una parte de los valores que hicieron moderno y vanguardista el país se han filtrado por las alcantarillas de la corrupción. Es inevitable admitir que ese fenómeno entre político y sociológico estuvo presente e influyó durante tres décadas tanto a sus defensores como a la mayoría de sus detractores.
No se trata de echar agua en el vino de quienes quieren pasar página inmediata de lo que fueron casi 30 años de fenómeno, pero es posible que para acabar con el pujolismo sea necesario superar primero a sus protagonistas y sus entornos, pero después también el legado inmaterial que trasladó. Y eso ni será fácil ni rápido. Es suficiente con echarle un vistazo al país.