Stuart Holland y Merkel, ¿Qué Europa queremos?

La fatalidad. O el determinismo. Hay expertos, en el campo económico principalmente, que trazan una línea y explican lo que sucederá, sin margen para la voluntad de los afectados, sin esperanza de que las cosas puedan ir en otra dirección. Europa se encuentra en esa tesitura.

La fuerza de los mercados –con los que hay que contar– nos llevan a una desigualdad que habría que entender y se defiende que también deberíamos apreciar. Nadie lo niega. El problema es que esa desigualdad sea excesiva, y que ponga en juego, con ello, la cohesión de nuestras sociedades.

Por eso es importante tener en cuenta otras voces. La de Stuart Holland, por ejemplo, invitado esta semana por el CIDOB para dar cuenta de su libro, Contra la hegemonía de la austeridad (arpa). Holland es británico, y eso siempre es una garantía para no dejarse llevar por la pasión. Pero es un baluarte de la actual Europa. Entre 1979 y 1989 fue diputado por el Partido Laborista, años en los que reinó Margaret Tatcher. Pero dejó su escaño para enfrascarse en el proyecto de Jacques Delors, que diseñó las políticas de la Unión Europea para la cohesión económica y social. Suyas fueron las propuestas sobre bonos europeos, similares a los que se impulsaron en el New Deal en Estados Unidos. Aquello quedó, sin embargo, en el olvido, hasta hoy.

En el libro Holland recupera aquella idea, y se refiere, de forma explícita, a la experiencia de la Unión Europea en los últimos años. La idea generalizada es que la canciller Angela Merkel tenía poderosas razones para oponerse a una mutualización de la deuda en el momento álgido de la crisis financiera y económica que castigó sin contemplaciones a países como Grecia, y, en general, a los países endeudados de la periferia europea como España.

Lo interesante de Holland es que defiende una Europa posible, alternativa a la que ha impuesto Alemania, basada en pagar las culpas –un cuento moral en recuerdo del gran cineasta Éric Rohmer–, pero sin pasar por la supuesta revolución imposible que sería una Europa federal al estilo de Estados Unidos.

Cuenta Holland que «Merkel se negó por todos los medios a mutualizar la deuda en bonos, y no dudó en afirmar que su emisión implicaría una ‘unión de transferencias fiscales’ en virtud de la cual Alemania tendría que suscribir la deuda de los demás Estados miembros de la zona euro. Con esas pretensiones, la canciller ocultaba el hecho de que Alemania no tenía por qué hacerlo. La emisión de bonos no conlleva necesariamente una transferencia fiscal de Alemania a los demás Estados, como tampoco la emisión de bonos del Banco Europeo de Inversiones (BEI) ha supuesto hasta la fecha una ‘unión de transferencias fiscales'».

Lo que apunta Stuart Holland es que los propios tratados europeos ofrecen instrumentos que podrían haber gestionado la crisis de muy distinta manera. Y que Europa todavía puede decidir su futuro, que no hay una única lectura ni una única receta. Y que depende del conjunto de los europeos.

Para mutualizar la deuda, y eso se supone que ofrece una gran cohesión política, porque se entiende que estamos todos en el mismo club, con límites que ya se han estudiado –mutualizar parte de la deuda de los estados, al menos hasta el límite del 60% que establece el Tratado de Maastricht, o mutualizar la deuda que supere el 60%, como defendió el Brueghel Institute– «no serían necesarias nuevas instituciones, ni el socorrido concurso del federalismo, sino que bastaría con una decisión política enmarcada en los tratados vigentes».

Claro que eso no es nada fácil. ¿Quién toma decisiones políticas?