Spinoza y la mecánica del poder
España ha vivido en los últimos años una concentración de poderes que pone en serio peligro la separación de poderes y el imperio de la ley
“En lo que tiene que ver con el todo y sus partes, considero a las cosas como partes de un todo, en tanto que sus naturalezas están mutuamente adaptadas de tal forma que armonizan entre ellas, tanto como sea posible; pero en tanto que las cosas difieren entre sí, cada una produce una idea en nuestra mente, que es distinta de otras, y deben por lo tanto ser consideradas como un todo, no una parte”
Baruch Spinoza
Entre 1661 y 1676 el filósofo Baruch Spinoza y el teólogo Henry Oldenberg, secretario de la Royal Society británica, mantuvieron una polémica epistolar en la que, entre otras cosas y desde perspectivas diferente pero en cierto modo complementarias (ambos criticaban abiertamente las tesis hasta entonces hegemónicas de la escolástica clásica), debatieron sobre la relación entre el mundo y sus partes constitutivas, entre el todo y sus partes.
Spinoza, desde su célebre y celebrado concepto de inmanencia, explica la política como la potencia de la “multitud” y concibe en ella dos tendencias dinámicas que caminan en direcciones opuestas: por un lado la “concentración de poder” y por otro lado la “la ampliación de poder”.
El motivo por el que les traigo al genio sefardí hasta estas páginas es el maquiavélico reto que me ha lanzado el editor de esta revista, quien en conversación telefónica me propuso escribir un artículo reposado considerando ambas posibilidades, es decir, si vivimos un momento de concentración de poder o si por el contrario el mismo se está ampliando.
Mi tesis, siguiendo el marco spinoziano, es que si tengo que elegir alguno de los momentos antes mencionados, creo firmemente que nos hallamos ante el primero, ante un momento histórico de concentración de poder, o mejor dicho, de concentraciones de poder político e institucional, en órganos centralizados, verticales y fuertemente jerarquizados, y voy a tratar de explicarme:
Para empezar, un dato incontestable, cuatro respetados informes internacionales, entre ellos el de la revista The Economist hablan ya con claridad de un repunte de los autoritarismos, singularmente de corte nacionalpopulista y con un dato escalofriante: Un 75% de la población mundial vive en un país en proceso de “deterioro democrático”.
No, esto no quiere decir que estos países hayan pasado a considerarse formalmente dictaduras, ya que la mayoría de ellos mantienen algunos atributos de las mismas, pero deformados o disminuidos en su potencia o directamente pervertidos: Elecciones en las que solo un partido puede realmente hacer campaña como es el caso de Venezuela, reducción de capacidades del parlamento como ha ocurrido en Hungría, disminución de atribuciones del poder judicial a cargo del gobierno Polaco, ataques constantes a la libertad de prensa o señalamiento de periodistas por parte del gobierno como hemos podido ver en India.
¿Y que está pasando en los países que siguen manteniendo todos sus atributos democráticos más o menos intactos?
Pues bien, dentro de este grupo, aún afortunadamente mayoritario, también podemos observar una irrefrenable tendencia hacia la concentración del poder que está llevando a los que cuentan con sistemas presidencialistas a concentrar más poderes en la figura del presidente en detrimento de sus parlamentos, y en los parlamentarios a adoptar de facto formas de los regímenes presidencialistas hurtando a sus cámaras legislativas buena parte de sus atribuciones.
Y para terminar de pintar el cuadro, a todos estos movimientos de concentración del poder en unas pocas manos los acompaña la demolición de los partidos políticos y su sustitución por “movimientos” de escasa o nula organicidad a lo que hay que sumar la perversión de los partidos tradicionales a base de eliminar sus mecanismos de check & balance, lo que de facto los convierte en meras plataformas electorales verticales sin vida propia más allá de los diferentes comicios.
La pregunta es: ¿Aplica esto a España?. Y la respuesta es evidente: Por supuesto que sí.
Curiosamente (o no tanto), casi diez años después de las movilizaciones del 15M del año 2011 en pos de una democracia más participativa y transparente y con el principal partido que salió desde las acampadas que conmovieron al mundo formando parte del gobierno de España, los resultados son decepcionantes:
La España post 15-M
Por un lado, uno de los partidos que ha constituido el gobierno de España, y me refiero a los nacionalpopulistas de Unidas Podemos, ha sucumbido a la pulsión autoritaria en su relación con los medios de comunicación, montando verdaderas razzias en las redes sociales tanto contra medios poco adictos al régimen, como -y esto es más preocupante- periodistas individuales.
Por otro lado, el partido mayoritario de la coalición, y me refiero al PSOE, además de haber convertido nuestro sistema parlamentario en un régimen nítidamente presidencialista por la vía de los hechos, impidiendo al parlamento las labores que le encomienda nuestra constitución (legislativa y de control de la acción del gobierno), ha entablado una guerra con el poder judicial usando todos los mecanismos a su alcance, poniendo en serio peligro la separación de poderes y el imperio de la ley, dos pre-requisitos para cualquier democracia que así quiera llamarse.
Y finalmente, tras el proceso de descentralización que se produjo en nuestro país con la aprobación de la constitución y su título VIII en 1978 ¿En que momento nos encontramos en cuanto a transferencias de poder – no de competencias- entre el estado y sus regiones, entre el todo y sus partes?
Pues miren, a pesar de que la emergencia de diversos barones -y baronesas- regionales en diferentes partidos durante estos últimos años y a pesar de ques estos bailes de poder autonómico, puedan crear la sensación de que emerge un nueva clase de poder, la verdad es que no es más que un espejismo, ya que en toda nuestra trayectoria democrática, su acceso al poder real, al poder del estado, no se ha producido ni en una sola ocasión. Y no parece probable que esta tendencia cambie en los próximos años.
Por tanto y siguiendo a Spinoza, la única conclusión posible es que nuestro país no sólo no ha escapado de la tendencia general de concentración del poder en pocas manos, sino que además presenta preocupantes síntomas de contaminación autoritaria.