¿Recuerdan aquella campaña para dar ánimos contra la crisis? Esto lo arreglamos entre todos, decía su eslogan. Spanair, presidida por Ferran Soriano, y dirigida por Mike Szücs, como consejero delegado, se ha convertido en una aerolínea catalana con gestión privada y mayoría de capital semipúblico. En su accionariado coinciden Fira de Barcelona, Catalana de Iniciatives, Turisme de Barcelona, Cimalsa, Avança, todas ellas empresas, entidades e instituciones que administran fondos públicos. En el lado privado, Volcat y SAS.
Aunque estamos en campaña electoral, ningún candidato a la presidencia de la Generalitat se ha pronunciado en su programa económico sobre qué hará con Spanair. Sin embargo, entre el mundo empresarial y económico de Barcelona late esa cuestión. ¿Qué pasará con esa inversión pública si gana tal o cual candidato?
El debate se ha estimulado todavía más desde que Economía Digital revelara esta semana que una parte del Govern de José Montilla (y ya saben que son tres las partes) habría pedido a los accionistas privados las cabezas de Soriano y Szücs tras conocerse los 186 millones de euros de pérdidas del 2009 y las necesidades acuciantes de capital de una compañía que bordea la quiebra técnica casi dos años después de catalanizarse.
Oferta y demanda aeroportuaria
Apenas existe quien ponga en duda que el aeropuerto de Barcelona merecía en el pasado un trato mejor por parte de una AENA demasiado centralista. Con independencia del aquelarre del IESE, y del debate político que se suscita sobre los diferentes modelos de gestión aeroportuaria, lo cierto es que el escenario es el siguiente: Barcelona dispone ahora de una instalación aeroportuaria de primer nivel infrautilizada. Y Catalunya cuenta con una aerolínea semipública cuya función básica de futuro sería crear una oferta de vuelos intercontinentales donde no existe todavía una demanda que justifique a las aerolíneas privadas ofrecer ese servicio más que de manera estacional.
El lobby Femcat ha sido el defensor de ese modelo e impulsor de la iniciativa empresarial. Muchos de sus integrantes participan en el capital de Spanair de manera minoritaria y avalados por el tripartito: en lo político e incluso en lo financiero gracias a los créditos que el Institut Català de Finances ha facilitado para la operación. No estaban solos. También Joan Gaspart y Miquel Valls hicieron bandera de esa operación y empujaron a las instituciones que gobiernan a participar en la iniciativa.
Prestigio en juego
Unos y otros se juegan su prestigio con Spanair. La aventura de la aerolínea era una de las posibilidades existentes para solucionar los problemas de tráfico aéreo intercontinental de Barcelona. Habían otras. Por ejemplo, una toma de participación en el capital de Iberia. No era una iniciativa ni tan siquiera original: la Comunidad de Madrid lo había hecho de forma indirecta a través de Caja Madrid. Era suficiente tener un cierto peso en el consejo de una aerolínea con experiencia, conocimiento del sector, perspectivas de crecimiento y un negocio cautivo como el puente aéreo para contrarrestar las tentaciones de sus gestores de concentrar progresivamente toda su operativa en el aeropuerto de Barajas.
Además, ya existían aerolíneas de capital catalán, privado eso sí. Vueling era en aquel momento de la familia Lara. Al presidente de Vueling, Josep Piqué, le escuecen los ojos de tanto frotárselos cada vez que se conoce una nueva aportación de fondos públicos para Spanair.
El capricho de la aerolínea catalana tiene incierto futuro. Sus cuestionados gestores y el lobby que los ampara han sido incapaces durante el tiempo que llevan al frente de completar una ampliación de capital con inversores privados. Al final, las lágrimas derramadas por los despachos han hecho posible que a través de Avança, Cimalsa o el ICF se prolongue la agonía de un proyecto empresarial nacido en un mal momento y con un enfoque discutible. ¿Porqué? “¿Qué presidente de la Generalitat dejaría caer una empresa con las connotaciones y el origen de Spanair?”, respondía un altísimo cargo gubernamental esta misma semana al formularle esta pregunta. El espíritu, pues, de la campaña de marras: esto sólo lo arreglamos entre todos.
Al final, y aunque se trate de un tema soslayado en la campaña electoral, Catalunya cuenta con una aerolínea de capital semipúblico y gestión privada de la que habrán de ocuparse los ocupantes del Palau de la Generalitat. Lufthansa espera en la esquina. Si el final predecible de esta aventura acaba siendo el resultado final, ¿quién recordará los millones de euros de fondos públicos enterrados durante el tránsito? Algunos, por si la memoria nos traiciona, vamos anotándolos y avisando.