¿Soraya? ¡Aznar siempre está ahí!
La derecha española ha podido identificarse con un proyecto, pero ha sido desde hace relativamente muy poco tiempo. Acostumbrada la derecha de Manuel Fraga, que debía legitimarse tras el franquismo, a rechazar todo lo que llegaba desde las filas del socialismo, fue con José María Aznar cuando cobró un cuerpo identificable.
Aznar tuvo una visión de estado, –una idea de lo que quería para España– como la tuvo Felipe González desde una óptica progresista. No ha habido nada más en la democracia española. Lo aseguraron en un debate de alto vuelo los dos ex jefes de gabinete, José Enrique Serrano y Carlos Aragonés, en un debate organizado por Foment: los dos únicos presidentes con proyectos de estado, además de Suárez, que comenzó a desmontar el franquismo.
Viene esto a cuento porque ha aparecido, de nuevo, José María Aznar para marcar el paso, para constatar que aquella derecha que tuvo un proyecto no casa con los intentos de la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, que se ha comprometido a solucionar el tema catalán.
Desde Faes –probablemente una de las obras más sólidas que dejó Aznar, como un think tank con cara y ojos– Aznar le lanza una pulla de dimensiones siderales a Soraya, y, por tanto, a Mariano Rajoy. Lo hace para rechazar la propia lectura de Soraya sobre el debate del Estatuto catalán aprobado en 2006. Según Aznar, el PP compra el discurso de la izquierda, con una idea acomplejada de su papel en la política española, y, en concreto, en Cataluña. Y se muestra totalmente contrario a la idea de que el PP se equivocó al no plantear un acuerdo con el PSOE sobre aquel estatuto.
«En este caso la buena idea –apurar las posibilidades de diálogo en Cataluña– no debería llevarse al extremo de prescindir de una historia reciente en detrimento de las posiciones que el Partido Popular adoptó en su compromiso con la Constitución y de la movilización de sus militantes. Ese compromiso incluyó en su día la acción ante el Tribunal Constitucional frente a un Estatuto cuyos promotores sabían que ofrecía motivos claros de inconstitucionalidad», se asegura en el documento de Faes.
Y se añade que «si se habla de firmas que se recogieron en aquellos días –contra el Estatuto– hay que recordar que, para firmas, las que se estamparon en el pacto del Tinell». (firmado por el tripartido, dejando a un lado al PP).
Lo que defiende Aznar, a través de la Faes, es la articulación de un proyecto sólido, duro, coherente, que lleva a rechazar la llamada política del ‘contentamiento constante’ con los nacionalistas. Es lo que llevó al PP a reclamarle a Josep Piqué que no formara parte de la comisión que redactaba el Estatuto en el parlamento catalán, y que Piqué, aunque tenía sus propias dudas, acabó aceptando porque no tenía muy claro que el estatuto pudiera resolver por un periodo por lo menos largo el pleito catalán, y temía que, a la vuelta de la esquina, las reivindicaciones se iban a volver a repetir.
Eso lo defiende el filósofo y ensayista Miquel Porta Perales, que rechaza en su libro Totalismo todos esos proyectos «buenistas» que suelen llegar desde la izquierda y que pretenden resolverlo todo con buena cara. Porta Perales considera que lo que falla es la defensa, precisamente, de proyectos sólidos, de ideas coherentes, aunque puedan ser impopulares.
El documento de Faes no tiene desperdicio. La crítica a Sáenz de Santamaría y a Rajoy es frontal, porque señala que «quedaba Cataluña y la exigencia de que el PP expiara lo que la izquierda y el nacionalismo, que maridan tan bien– por increíble que parezca–, han conseguido convertir en el acontecimiento crítico, en el punto de inflexión histórico que abrió las compuertas del independentismo: pedir firmas en la calle para apoyar un recurso de inconstitucionalidad».
Aznar lo tiene claro. Al nacionalismo catalán, ni agua. Eso choca con la estrategia ahora del PP, aunque esa operación diálogo pueda ser más cosmética que real.
Al margen de defender su legado, de las broncas internas que pueda suscitar en el seno del PP, la política española en su conjunto se equivocará si no considera que, efectivamente, existe un problema que se debe solucionar.
No se trata de ‘contentar o no’ al nacionalismo o de dejar que el soberanismo caiga en sus propias contradicciones, sino de lograr una España que se tome en serio, de una vez, lo que fijó en la Constitución de 1978: la distinción entre nacionalidades y regiones. Eso no se logra con las proclamas de Aznar, y tampoco con un plan de inversiones en Cercanías. Pero el PP decidirá.