»¡Sonreíd, porque vamos a ganar!»

Por lo menos once dirigentes del Partido Democrático de los Pueblos (HDP), que es la tercera fuerza en la Asamblea Nacional de Turquía y que defiende los derechos de la minoría kurda, fueron detenidos después de la medianoche de ayer. Entre los arrestados se encuentran los dos líderes de la formación, Selahattin Demirtaş y Figen Yüksekdağ. Las autoridades acusan a la formación democrática kurda de «propaganda terrorista» y de mantener vínculos con la guerrilla del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK). La persecución del gobierno turco contra los kurdos es un clásico, cuya intensidad ahora es superior por la deriva antidemocrática del gobierno Erdogan y sus huestes islamistas.

Pocos son los gobiernos que recriminan al gobierno turco la conculcación del Estado de derecho sirviéndose de la excusa del terrorismo y de que los kurdos atentan contra la unidad de la patria. Lo que está pasando en Turquía es escandaloso y sin embargo la comunidad internacional mira hacia otro lado, en especial la UE, cuya pasividad es intolerable aunque las instituciones comunitarias se justifiquen con el argumento de que los turcos no forman parte de la Unión y por lo tanto no le corresponde defenderlos. Existe el principio universal, recogido en los acuerdos de creación del Tribunal de la Haya, de que la defensa de los derechos humanos no tiene fronteras. O no debería tenerlas. El problema está con qué vara medimos la violación de los derechos humanos que se está produciendo en muchas partes del mundo.

Dejemos a un lado a los turcos y concentrémonos en lo que está ocurriendo en el seno de la propia UE. En Polonia y en Hungría, los gobiernos conservadores están estrechando la democracia con leyes que la restringen. Y Europa calla. Y en España, llevamos años aguantando el forcejeo de las autoridades supuestamente democráticas con la excusa del terrorismo.

Los terroristas son asesinos, y lo digo sin ningún tipo de reparo, pero el encarcelamiento de Arnaldo Otegi y Rafa Díez en 2009 demostró hasta qué punto el sistema democrático español estaba podrido. Cuando el juez Baltasar Garzón ordenó el encarcelamiento de Otegi sabía que se estaba pasando la ley por el forro y aprovechó el terrorismo para que esa conculcación de los derechos humanos fuese aceptada incluso por quienes no deberían haberlo aceptado jamás. Luego el juez Garzón fue perseguido injustamente, si bien se volvió a saltar la ley, y daban ganas de mandarle a freír espárragos cuando reclamaba solidaridad. ¡A buenas horas mangas verdes! –pensé en su día. Y sin embargo le defendí.

Ahora los jueces están intentando acorralar a los independentistas catalanes con imputaciones, requerimientos y todo tipo de artimañas para meter miedo a la gente. Mas, Homs, Rigau, Ortega, Espot, Coma, Venturós… son perseguidos por su perseverante lucha por la democracia en contra de la cerrazón del Estado, impermeable a la voluntad mayoritaria de los catalanes. El Estado aplicó esa medicina en 2003 a la mesa del Parlamento vasco, Juan María Atutxa (PNV), Gorka Knörr (EA) y Kontxi Bilbao (IU-EB), por no cumplir la orden de disolver el grupo parlamentario de Sozialista Abertzaleak en la anterior legislatura.

El Estado se sirvió del sindicato fascista de funcionarios Manos Limpias. Al final hubo multas e inhabilitaciones para los tres políticos. Puede que aquello domesticase a parte de la clase política vasca, pero no destruyó al soberanismo. Destruyó la credibilidad del Estado y, ¿por qué no?, de esa UE que mira impasible como se va degradando la democracia en todas partes sin hacer nada.

El día de nochebuena de 2012, Arnaldo Otegi mandó un mensaje de ánimo a su gente desde la prisión donde se encontraba. Les dijo: «¡Sonreíd, porque vamos a ganar!». Ese mismo mensaje es el que hoy ha publicado en su cuenta de twitter para solidarizarse con la alcaldesa de Berga que ha sido detenida por orden del juez.

Los unionistas demócratas deberían serlo en cualquier circunstancia y es imperdonable que callen ante el atropello combinado de los fundamentalistas de PP y PSOE que persiguen a quien pone urnas para que la gente exprese su opinión o iza una bandera que no les gusta o bien se enojan porque la multitud reunida en un estadio les afea un himno que consideran sagrado. A los supuestos liberales de Ciudadanos ya ni los tengo en cuenta, porque su nacionalismo es paralelo al de los conservadores Viktor Orbán y Andrzej Duda, primeros ministros de Hungría y Polonia, respectivamente, y como a esos dos sátrapas el amor a la patria les convierte en un grupo político irracional.

A los fundamentalistas españolistas que la UE protege, les anima esa mater dolorosa rancia que no saben defender democráticamente y que está minando el Estado de derecho, aunque el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, reclame a sus ministros en su nueva etapa «pactar mucho» durante toda la legislatura.

Veremos qué es lo que pasa cuando el nuevo gobierno del PP, que es más de lo mismo, empiece a encarcelar a los dirigentes soberanistas en vez de seguir el ejemplo del presidente venezolano Nicolás Maduro que pone en libertad a los dirigentes de la oposición para negociar con ellos.

Si los partidos catalanes actúan como el PNV y dejan a su suerte a quien le toque la china de la represión, firmaran su sentencia de muerte. Lo suyo sería que dijeran lo que Otegi para seguir luchando: «¡Sonreíd, porque vamos a ganar con nuestra revolución pacífica!»