Soñando con Inditex
Existe un concepto instalado en la sociedad española según el cual los empresarios son los agentes que crean riqueza, un concepto digno de matizar. El empresario tiene la visión, la idea de negocio, y busca o facilita la financiación necesaria. Pero de poco sirve una visión y los fondos para materializarla si otros factores no contribuyen al éxito del proyecto. Hablamos de los cuadros directivos, los trabajadores, la comunidad donde se instala la empresa y la propia economía donde se implanta. Se crea riqueza por la conjunción favorable de esa serie de elementos. Por poner un ejemplo, Ikea sería una compañía bien distinta si en lugar de nacer en Älmhult se hubiera fundado en Volgogrado.
En la cultura anglosajona se reconoce esta concepción colectiva, esencia por otra parte de la llamada “responsabilidad social corporativa”, igual que ocurre en otras regiones como puede ser Escandinavia precisamente. En la Europa Sur se tiende más a ese concepto de empresario superstar que ostenta todo el derecho de arramplar con los beneficios de la empresa porque para eso “puso la pasta”.
Supongo que algo de esta historia le andaba por la cabeza a Pablo Isla cuando presentó días pasados las cuentas de Inditex correspondientes a 2012. Dedicó un buen tramo de su presentación a expresar la relevancia, incuestionable, del Grupo en la economía gallega y española. Indicó que en España son 6.656 las empresas que proveen de bienes y servicios a la multinacional coruñesa, muchas de las cuales la acompañan en los mercados internacionales. Al parecer, a lo largo del año, el Grupo invirtió en España más de 250 millones de euros en logística e instalaciones.
Aun más impresionantes que los datos anteriores son las cifras que delimitan la dimensión de Inditex. Hablamos de 120.000 empleados, 16.000 millones de euros de ventas anuales, 2.300 millones de beneficio, 6.000 tiendas, presencia en 86 países… Entonces es cuando uno piensa si resulta compatible la coexistencia de una economía depauperada como la gallega y un gigante con tales capacidades de dinamización. Y se pone a imaginar…
Imagina las inversiones que se podrían hacer en el País con los 2.000 millones de euros anuales que se estima ingresa Amancio Ortega; o con los 500 millones de euros que invirtió Rosalía Mera en un hotel de 6 estrellas en Londres; o con el 5% del BBV que adquirió en su día Manuel Jove.
Imagina –sueña– millares de hectáreas hoy improductivas dedicadas al crecimiento de productos de agricultura ecológica de elevada demanda en los mercados desarrollados y buena rentabilidad a partir de unas condiciones naturales incomparables y unos criterios de producción necesariamente eficientes. Imagina -sueña- una empresa con tecnología de vanguardia dedicada a la producción y distribución en los mercados internacionales de productos funcionales derivados de la leche gallega, abundante y nutritiva.
Imagina -sueña- con un centro de investigación y desarrollo sobre biotecnología de nivel mundial que ejerciese de estímulo para la actividad industrial en el sector agroalimentario y sanitario. Imagina -sueña- con un proyecto similar dedicado a la eficiencia energética. Imagina -sueña- con una iniciativa ejemplar de recuperación del paisaje a partir de la sustitución del eucalipto por especies autóctonas de rentabilidad garantizada a medio y largo plazo. Imagina -sueña- la agrupación de las cooperativas del país para la creación de grandes grupos especializados e integrados con importantes distribuidores operativos en los mercados globales. Imagina -sueña- con la rehabilitación del patrimonio monumental y su puesta en valor a través del turismo cultural. Imagina -sueña- un fondo de inversión poderoso abierto a todo aquel proyecto tecnológico con visión diferencial y de mercado que se comprometa a radicarse en el País.
Y uno imagina –piensa– que este conjunto de proyectos resultarían rentables para las grandes fortunas gallegas. En términos de rendimiento financiero pero también de relación emocional. Ellos serían más ricos, más admirados y, por tanto, más felices.