Sólo tenemos un problema. Sólo una solución

He estado estos días por Berlín, la capital de Alemania. Una ciudad fría, muy fría en invierno, pero con un encanto especial. Sin lugar a dudas, es un territorio donde la historia se vive en cada piedra y en cada calle. Una ciudad en constante evolución desde la caída del muro. Hay obras por todos lados, calles cortadas y también calles muy transformadas. Una ciudad de ambiente gélido pero sonrisas en la gente.

Algunos dicen que desde allí, unos metros más allá de la Puerta de Brandenburgo, es donde se planifica el futuro de Europa. Les confieso que, aunque por formación he sido más anglófilo que germanófilo, siempre he admirado las costumbres del norte de Europa. Por ejemplo, algo tan habitual en esas tierras como que el transporte público –metro o tren– sea de libre acceso. Algo impensable en nuestro país.

Aquí debemos gastar dinero en poner vallas, maquinas, tornos, y otros mecanismos mientras que en otros países pueden invertir ese estúpido dinero tirado por nuestras tradiciones “antinormas o antinormales” en labores más provechosas. Nuestra extraña cultura, o nuestra limitada educación, provocan un gasto adicional en nuestro sistema de vida que se convierte en un gran problema económico.

Estos años miles de economistas, políticos, periodistas, y cualquier tipo de persona dedicada a lo publico se han hartado de buscar miles de causas a nuestra crisis. Miles de detonantes y miles de argumentos. Pero la mayoría se han olvidado, quizás, del más importante. En este país tenemos un grave problema de educación y por ende de cultura. Pero no se equivoquen, no la cultura en el sentido que nos han vendido de leer cuatro libros, y ver siete películas de arte y ensayo –eso que nos hace ser más guays que nadie– sino en el sentido de cultura como una extensión social de la educación.

Obviamente, no me hace falta ir a Berlín para darme cuenta de ese tema. Ni tan solo entrar al metro en cualquier estación de la capital alemana para ver que aunque llegue el tren y el camino este libre de tornos, la gente respetuosamente hace cola por su billete en la maquina expendedora. Una forma de comportamiento básica construida en torno a las formas primero y después en los tiempos. La antitesis de lo nuestro, donde los tiempos marcan el día a día. Ahora corramos a hacer declaraciones aunque el paro este en máximos … ya sabemos que es lo importante en la política.

Curiosamente, fue hace años en Alemania donde empece a descubrir ese arte de la clase política catalana. Ya saben, a muchos se les conoce sólo por sus palabras a otros simplemente por sus bromas y, a los más, por su simpleza e incluso bajeza. Sin ir más lejos, recuerdo algunas anécdotas en mis casi 15 años en las Ferias de Frankfurt. Recuerdo, por ejemplo, la dedicada a la cultura catalana en 2007.

Allí, un vicepresidente de nombre Josep Llluis Carod i Rovira paseaba por la feria junto a su mujer y su escolta. Supongo este último necesario por si algún editor español quería lanzarle algún libro. Les confieso que pienso que era más por sentirse un tipo importante. Pero eso es opinable. Nunca se saben los peligros en una Feria con editores que dicen bebemos y fornicamos diariamente.

Total, ya que el personaje no se dignó a pasar por alguno de nuestros seis stands —la empresa catalana que más teníamos en esa Feria– se me ocurrió, previa consulta con su escolta, comentarselo cuando pasaba mirando el suelo delante mío. El tipo silenció y su mujer le esbozo un «has begut oli” (algo así como “has bebido aceite..” o “la has cagado”). Les confieso que nunca entendí si era una bronca marital —a lo Duran y Mas— o era algo en mi contra. Total, le regalé un mapa de Catalunya, aunque dudé de darle uno de España. No se si hubiera tenido humor para aceptarlo.

Un año antes, creo recordar en 2006, apareció el que diríamos el gracioso. Era un conseller de nombre Ferran Mascarell, de esos que se creen nacidos para la política, y que son capaces de repetir aunque sea cambiando de partido un tiempo más tarde. Siempre, bajo esas canas blancas de hombre interesante, me ha parecido uno de esos tipos que realmente se creen que la cultura es leer libros, de autores cuanto más lejanos mejor, ver cine de arte de ensayo y tomarse un gin tonic en el bar de moda. Viven de la cultura, pero son incapaces de trasmitirla y mucho menos hacerla extensible.

Este personaje se paró –sin escolta pero con amigos escoltándolo– y al ver el nombre de la empresa, Netmaps, asociado a Barcelona, se dirigió a mi con algo tan lúcido como: “I per què no es diuen mapes a la xarxa si son de Barcelona (y por qué no se lllaman mapas en la red si son de Barcelona)”. Reconozco que demostró que sabía o entendía inglés. De negocios supongo poco, de tacto creo que menos. Pero bueno, algún gracioso –un director general creo recordar– le rió la gracia, y simplemente a estos ni les regalé mapa.

Obviamente, Frankfurt no es Berlin, pero la educación si es la base de la cultura. No la cultura de elites que algunos procesan gin tonic en mano. Personajes que seguramente no tendrían cabida en una sociedad seria y bien formada como la alemana, pero que son parte importante en la nuestra. En definitiva, gente que seguramente se colaría en el metro en Berlin –bueno, a Carod se lo pagaría el escolta– si esa fuera la corriente que les mantuviera en el poder.

Y, realmente, eso debe hacernos pensar que el problema de los problemas no es tanto la economía, sino la educación y la cultura. En ese punto, y no tonterías vestidas de cultura e historia, es donde debe estar la apuesta no de futuro sino de presente. Sin arreglar la educación del país –vergonzoso el ránking de universidades, por ejemplo–, no tendremos gente que piense por si misma. Y las personas que piensan por si mismas son necesarias en una sociedad tan llena de borregos.

Criticamos la corrupción, pero qué es al corrupción sino una extensión de la baja educación del país. Esto roza el estilo de «dónde la va la gente, donde dice Vicente… “ y, claro, con personas aborregadas sólo nos hace falta controlar cuatro medios, difundir cuatro tontadas, y, el resto, a seguirles. Y eso no es construir un país, sino todo lo contrario. Y, encima, para atrás. La buena política debe apostar por la buena educación, y la cultura como extensión de la misma. Una educación y cultura para todos con las mismas oportunidades.

Tristemente, los años no hacen mejorar la política. Y un ejemplo reciente es nombrar como número dos de la conselleria de Felip Puig, Empresa y Ocupación, a Ramon Bonastre. Este personaje fue condenado en sentencia de la Audiencia Provincial de Tarragona del abril de 1991, convertida en firme, a una pena de un año de prisión e inhabilitación absoluta durante seis años y un día, en concepto de «autor de un delito continuado de malversación de caudales públicos». Es decir, ponemos al frente del Servei d’Ocupació de Catalunya –vamos, el Inem de toda la vida– a alguien condenado en firme por malversar dinero público. Irónicamente, ¿es éste el Govern de los mejores? ¿En qué? En 1997, fue indultado.

En definitiva, discutamos, dialoguemos, hablemos y critiquemos, pero hagamos algo. No nos limitemos a escuchar sin valorar lo dicho por este u aquel otro político de turno. Tengo la suerte de escribir una columna semanal de opinión y desde el primer día algunos no ha entendido que opinar no es tener la razón, opinar no es informar, sino, simplemente, opinar es abrir un debate y plantear temas para pensar desde un punto de vista –mejor o peor, pero un punto de vista pensado–. Me encantaría que todos aquellos que gritan, insultan y se enervan, lleguen al diálogo y piensen por si mismos. No todas las ideas deben ser iguales, pero solo desde la confrontación de las ideas se llega al progreso. Por desgracia, aquí muchas veces jugamos a repetir mentiras a lo Goebbels, un alemán que bien podía ser político catalán, y muchos las acaban convirtiendo en verdad.

Hace años, fueron Carod desde la ignorancia y Mascarell desde la prepotencia, ahora Puig desde el desconocimiento, o no, los que me demostraron que aún queda mucho camino por delante. De verdad, cuando conocí que el segundo volvía a ser conseller –y, encima, de esa elite de los mejores, no duden que el nombre lo debió parir él– pensé que caminábamos, además, hacia atrás. Viendo lo recorrido estos años, y conociendo que es uno de los consellers de cabecera del President Artur Mas, creo que no me equivoqué en mi pensamiento.

Al final, siempre debemos recordar que, mientras se sueñe el pasado, no se vive el presente, y menos se piensa el futuro. La educación y la cultura –con mayúsculas, no la elitista del gin tonic– es el único camino y la única y prioritaria salida a la crisis. Por desgracia, dudo que gente anclada en el pasado y los vividores del sistema político sepan como enfocarlo. Y sin eso no hay país que valga ni tenga futuro.