Solar Impulse
Hace tres años, el avión Solar Impulse culminó la vuelta al mundo en un vuelo sin consumo de combustible ni emisiones de gases de efecto invernadero
Hace tres años y tres semanas, el avión Solar Impulse culminó la vuelta al mundo en un vuelo sin consumo de combustible ni emisiones de gases de efecto invernadero. Fueron 40.000 kilómetros recorridos en 17 etapas con inicio y final en Abu Dhabi. La aeronave de propulsión solar no fue construida para trasladar pasajeros sino con el objetivo de divulgar un mensaje crítico: con la combinación de tecnología y energías renovables, se puede reducir al 50% la emisión de CO2 en el planeta.
Solar Impulse nació del sueño compartido de dos pilotos suizos: el psiquiatra Bertrand Piccard y el ingeniero André Borschberg. Cuenta con la colaboración de empresas suizas –principalmente–, belgas y francesas así como con el apoyo de la Agencia Aeroespacial Europea. Se trata, por tanto, de un proyecto privado que deja una cuestión en el aire: ¿cómo sería la aviación hoy en día si se hubiesen dedicado suficientes recursos en los últimos años a las aeronaves de energía solar?
Los oficiales del marketing consiguieron que el mundo se refiriese al calentamiento global como «cambio climático»
Este año vence el período de vigencia del Protocolo de Kyoto, ese acuerdo firmado por 36 países con el objetivo de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. A pesar del cumplimiento de los objetivos en la mayoría de los países, la situación global ha empeorado de manera radical. Puede afirmarse que Kyoto supuso un rotundo fracaso. En 2020, entra en vigor el Acuerdo de París rubricado por 195 países (Estados Unidos se retiró posteriormente) con objetivos más ambiciosos. ¿Será suficiente?
La emergencia climática
Las palabras son importantes. Hace años, se utilizaba “calentamiento global” como término hegemónico para describir el deterioro de las condiciones de vida en la Tierra. Los oficiales del marketing al servicio de los poderes fácticos consiguieron que el mundo se refiriese al gran problema de la Humanidad como “cambio climático”. Suena a exculpación y proceso evolutivo antes que a urgencia planetaria. En los últimos meses, algunos activistas han propuesto “emergencia climática” como descripción realista del estado actual de las cosas.
¿Debemos ser alarmistas?
Basta con contrastar algunos datos: este verano va camino de ser el más caluroso de la Historia en unos cuantos países; se han producido más olas de calor, y más intensas, que nunca antes; en determinadas fechas del invierno, se han alcanzado temperaturas propias del verano en buen número de ciudades; algunas islas e importantes localidades costeras se están hundiendo (entre ellas, por ejemplo, Yakarta, la capital de Indonesia, que tiene planes de traslado); la población de animales salvajes se ha reducido un 60% desde 1970; 120.000 kilómetros cuadrados de bosque tropical se han perdido en 2018, un volumen equivalente a 30 campos de fútbol por minuto; la superficie de los glaciares se ha reducido a la mitad en las últimas décadas; hemos alcanzado la máxima proporción de CO2 en la atmósfera desde los años 50 y las extremas condiciones climáticas están provocando, a su vez, una mayor demanda de energía y, en consecuencia, una emisión aún mayor de gases de efecto invernadero.
El problema avanza a un ritmo superior al calculado en el Acurdo de París: la reacción debe acelerarse
El problema avanza a un ritmo superior al calculado cuando se firmó el Acuerdo de París en 2016. Así pues, la reacción debe acelerarse en igual medida a riesgo de llegar demasiado tarde. Este es el diagnóstico: no hay tiempo (de hecho, no sabemos el tiempo del que disponemos) y la falta de una reacción suficiente propiciará efectos sencillamente aterradores.
Los orígenes de las emisiones
Las principales emisiones de CO2 se producen desde cuatro orígenes: el consumo energético en Hogares, el derivado de la Industria, las emisiones liberadas por actividades ganaderas y las que se derivan del transporte en sus diferentes medios. Aunque los datos varían notablemente en función de la institución consultada, diríamos que el peso de cada una de estas cuatro fuentes es comparable; las cuatro son relevantes.
El control de las actividades ganaderas, por empezar por una de ellas, depende de las políticas agrarias y de los hábitos de consumo de cada país; difícil un recorte significativo por este lado en un plazo más o menos breve. Tanto en Industria como en los Hogares, se trata de seguir incentivando la rehabilitación de las instalaciones antiguas y la implantación de procesos eficientes en materia energética; hay mucho que hacer, y debe hacerse con total determinación.
Donde se observa la necesidad de un cambio radical de estrategia es en el sector Transporte. Simplemente, no podemos permitir que las emisiones derivadas del transporte continúen aumentando. Que el volumen de emanaciones de gases de efecto invernadero por vehículo se mantengan inalterables. Que el mix del transporte siga primando los medios más contaminantes. Es preciso tomar medidas de gran alcance y de efecto inmediato.
España es uno de los nueve países que incumplirán los objetivos del protocolo de Kyoto
Según los distintos análisis disponibles, estas son las diferencias en consumo de combustible por cada medio de transporte por pasajero y 100 kilómetros (a partir de modelos tipo y teniendo en cuenta la ocupación media en cada caso):
- Avión (250 kms.) 10,5 L
- Avión (750 kms.) 6,7 L
- Automóvil 6,0 L
- Autobús 2,7 L
- Tren 2,5 L
- Metro y tranvía 1,7 L
Las líneas de acción parecen claras: penalizar los medios más contaminantes, evitar los aviones en distancias cortas, primar el tren sobre el avión, primar el autobús sobre el automóvil, fomentar el teletrabajo, reducir velocidades (a mayor velocidad, más consumo) y limitar la circulación en zonas de concentración excesiva. ¿Se está haciendo? De manera testimonial. Además de esto, surge como cuestión principal la sustitución del combustible fósil por energías renovables. ¿Se está haciendo? Únicamente iniciativas anecdóticas.
El papel de España
España es uno de los nueve países que incumplirán los objetivos del protocolo de Kyoto. Es también el país de la Unión Europea en el que más crecieron las emisiones de gases de efecto invernadero en términos absolutos entre 1990 y 2017. Frente al aumento del 18% en nuestro país, la UE muestra una reducción del 23,5%.
En febrero pasado, el gobierno español aprobó su plan contra el cambio climático. El PSOE se presenta como el gran valedor medioambiental del panorama político español lo que contrasta con el anterior gobierno popular próximo a las tesis negacionistas del calentamiento global. Sin embargo, las propuestas socialistas no son suficientes en absoluto.
La ONU avisa: disponemos de 12 años como máximo para limpiar la atmósfera de dióxido de carbono
El objetivo global del programa se sitúa en una reducción en 2030 del 21% de los gases de efecto invernadero respecto a los niveles de 1990; la UE pretende disminuir las emisiones en un 40%, lo cual se nos antoja incluso insuficiente en estos momentos. La propia ONU avisa: disponemos de 12 años máximo para limpiar la atmósfera de dióxido de carbono. De lo contrario, el equilibrio sobre el que se asienta la vida en el planeta se desestabilizará posiblemente de manera irreversible.
España, que dedica a I+D el 1,2 sobre el PIB frente al 2,1 de la media europea, puede presumir de su sector automovilístico y también de su industria aeronáutica. Es, con diferencia, el país europeo que goza de un mayor número de horas de sol al año. Su particular localización geográfica propicia igualmente una generosa dosis de viento. Estamos en una situación privilegiada para liderar la transformación del sector transporte a partir del I+D en soluciones sostenibles y la implantación de energías renovables. El Solar Impulse ha demostrado que reducir las emisiones de CO2 en un 50% es posible. Debemos entender que este objetivo resulta, ya, imprescindible.