Socialismo, un bazar con demasiadas ofertas

El nombre no hace, ciertamente, la cosa y, sin embargo, muchas veces salva la cara. Le ha venido sucediendo a una mayoría de los partidos socialistas que han poblado gobiernos y oposiciones en los últimos años. ¿Partido Socialista Obrero Español? Realmente es así, pero ¿alguien puede de verdad explicar qué significa hoy, más allá de recordar orígenes, dos de las cuatro palabras que conforman el nombre del principal partido de la izquierda española?

¿Tiene el PSOE realmente una política socialista o que lleve al socialismo? ¿A qué socialismo? ¿Cómo será realmente esa sociedad a la que pretende referirse? Porque si se trata sólo de hacer más humano el capitalismo actual que conocemos, con menos desigualdades, con algunas otras ofertas más o menos atractivas para determinados grupos sociales, entonces no sé si se justifican tan rimbombantes apellidos.

Vienen a colación estas reflexiones del debate que está suscitando el nuevo enfant terrible del socialismo (¿?) europeo, el primer ministro francés Manuel Valls. El dirigente galo ha enervado aún más los ánimos del ala izquierda del PS al anunciar su intención de suprimir la palabra socialismo del frontispicio de su partido.

La decisión de Valls no tuvieron que adoptarla, por ejemplo, otros correligionarios suyos de otros tiempos. No lo hizo Gerhard Schröder al frente del Partido Socialdemócrata (quizás no sea lo mismo) cuando en 2003 emprendió en Alemania una reforma laboral radical, la de los minijobs. Tampoco Zapatero en 2010 cuando puso en marcha un programa económico que contradecía muchas de sus medidas anteriores y que desembocó en una reforma express de la Constitución donde se prohíbe el déficit público.

Yo no sé si el socialismo español es el mismo que el de la tercera vía de Blair o del que reniega Valls, pero si no es así deberíamos pedir a los dirigentes de estos partidos políticos más rapidez en su capacidad de innovación y que rebautizaran a sus formaciones con nuevos nombres que nos ayudaran a identificarles mejor.

Si de lo que se trata sencillamente es de diferenciarse del partido en el gobierno endulzando un programa para conseguir votos en el próximo proceso electoral, quizás bastaría con que los partidos se llamaran el 1, el 2… o el partido azul, el colorado… Sería suficiente, pienso yo.

Pero si hay que dotar de contenido al nombre entonces no vamos bien. En lo sustancial, las políticas socialistas realmente existentes no se diferencian mucho, más allá de las buenas intenciones, de sus antagonistas populares o cristianodemocrátas o… Se diferencian tan poco que la alternativa a la crisis de este capitalismo desregulador no ha sido, a juzgar por lo realmente ocurrido en España, en Francia, etc., una política de izquierdas sino una que asume los postulados más clásicos de ese capitalismo que formalmente se detesta.