¿»Socialfascistas» o «Socialtraidores»?
En estos tiempos de pensamiento líquido en que vivimos, lo nuevo deja de serlo de inmediato. En ocasiones incluso se vuelve rancio, caduco y viejo en muy poco tiempo. Esto sucede en muchos campos. También en política. Y, muy en concreto, esto es lo que ocurre ahora en la política española.
Quienes hasta hace apenas unas pocas semanas abominaban de la clásica diferenciación ideológica y política entre izquierda y derecha, que consideraban definitivamente superada y reencarnada ahora en la diferencia entre los de arriba y los de abajo, los de la casta y los emergentes, de repente han regresado al uso y abuso de algunos de los esquemas políticos más clásicos.
El acuerdo de mínimos suscrito entre el PSOE y C’s como documento base para alcanzar un pacto más amplio, que permita la investidura de Pedro Sánchez como nuevo presidente del Gobierno, ha desatado todas las furias de Podemos y de todos o casi todos sus aliados.
Las sinrazones de esta furia podemita incontenible recuerdan en no pocas ocasiones el lenguaje más radical de los tiempos en que la Tercera Internacional, la Internacional Comunista o Komintern, arremetió contra el socialismo democrático, la socialdemocracia y el laborismo, descalificados en su conjunto como «socialfascistas» o «socialtraidores».
Por fortuna las cosas son hoy muy distintas que en aquella época. No obstante, el lenguaje no suele ser inocente. Las descalificaciones son, casi siempre, reflejos de la pulsión totalitaria de quien se considera poseedor único y exclusivo de la verdad. Y es que no solo en el terreno de la religión existen integristas y fundamentalistas. En el mundo de la política, también.
Quienes han hecho del esquematismo de «Juego de tronos» su manual de cabecera es difícil que puedan acomodarse con inteligencia a la complejidad de «Borgen». Y es que la verdadera política, que no la politología, se basa en la negociación y la transacción, es decir, en la asunción plena de la complejidad, la diversidad y la pluralidad que obliga a transigir para lograr acuerdos.
En «Juego de tronos» se trata de vencer, y de vencer incluso a cualquier precio. En «Borgen» se trata de negociar y pactar, no ya desde la tolerancia sino desde el respeto mutuo y desde cesiones de una parte y otra.
Poco o nada tiene que ver el medievalismo violento y cruel de «Juego de tronos» con el mundo civilizado y educado, pero no por ello exento de golpes bajos, de la modernidad de «Borgen».