Soberbia, fundamentalismo e irresponsabilidad
Me gustaría que Irene Montero nos dijera con qué pata de conejo contaban los manifestantes para no correr el mismo riesgo que los admiradores de Abascal
Estos días está circulando, con bastante frecuencia, el mantra que en estos momentos difíciles, aflora lo mejor de la persona. Que se me permita poner en duda semejante afirmación. Sin ningún valor estadístico, puedo decir que, en mi microcosmos social, he visto más de un caso que niega la mayor. Y estoy hablando de una muestra reducida, dado el aislamiento en el que estamos viviendo todos y cada uno de nosotros.
Si ampliamos el círculo en el que intentar comprobar si ese supuesto altruismo existe, y nos fijamos en nuestros políticos, la conclusión que podemos extraer es desoladora. La osada ignorancia o el egoísmo, sobre todo en forma de no querer reconocer los errores cometidos, está ampliamente presente a derecha e izquierda. Creo que vale la pena recuperar algún ejemplo.
Por lo que hace a la osadía, destacaría a una tal Elisabeth Merino, concejala (supongo que ese es el término políticamente correcto) de Juventud en el Ayuntamiento de Recife, en Lanzarote, por Somos, el membrete de Podemos allí.
Un caso de puro fundamentalismo sectario lo ha protagonizado Irene Montero, recién salida de su cuarentena.
Me han llegado unas declaraciones de ella altamente preocupantes, no solo por sus concepciones, digamos, eugenésicas, sino por su nivelazo cultural. Esto último se trasluce perfectamente a través de expresiones de gran rigor científico, como “matar al virus” o “el virus ha mutado ya dos veces para que no lo pillen”.
En cuanto a la eugenesia, esta epidemia sería una señal (¿de la Divinidad? ¿de los extraterrestres?) o advertencia de que estamos llenando la Tierra de gente mayor, en lugar de jóvenes. Supongo que esa representante de la anti-casta se habrá visto apoyada en su predicción viendo como los ancianos internados en residencias están muriendo como moscas. Con posterioridad a esas declaraciones, Merino se manifestó muy compungida porque se la había malinterpretado.
Cierto es que durante la primera mitad del siglo XX sectores importantes de la izquierda, o simplemente progresistas, cayeron en la trampa eugenésica. Si para algo sirvió la ideología nazi, fue para despertar de su sueño a los defensores de mejorar la raza humana. Ahora bien, dudo que en muchas ocasiones el argumento haya sido despachado a la vez con tan poco coeficiente mental y con tanta brutalidad, al menos desde posiciones pretendidamente progresistas.
Un caso de puro fundamentalismo sectario, de aquello que clásicamente se dice “mantenello y no enmendallo”, lo ha protagonizado Irene Montero, recién salida de su cuarentena.
Cuando está más claro que el agua que las aglomeraciones que se produjeron en el último fin de semana sin confinamiento, ya fuesen los partidos de fútbol con espectadores, el mitin de Vox o las manifestaciones del 8-M, fueron un error, la compañera del señor Pablo Iglesias ha dejado bien claro que cuestionar las manifestaciones es un ataque al feminismo y a la mujer. Por supuesto que la afirmación es un verdadero disparate lógico. Dado el tiempo que tarda el virus en manifestarse, es evidente que hubo miles de personas que se contagiaron aquel fin de semana, no solamente en las manifestaciones feministas, pero en aquel entorno temporal.
El único argumento que podía sonar a imparcial, aunque también disparatado, sería que la señora Montero hubiera negado que cualquier concentración de masas desarrollada en aquel día, tuviera consecuencias en la diseminación del virus. Pero por supuesto no ha dicho tal cosa. Quizá porque habrá tenido noticia de que la más aceptada explicación a la tragedia que ha asolado la ciudad lombarda de Bérgamo, es el partido que se jugó entre el equipo local, el Atalanta, y el Valencia. Se ha llegado a hablar de que podrían haberse contagiado hasta 40.000 personas.
¿Insinúa entonces la señora Montero que el contagio se podía dar en cualquier ámbito, excepto en el feminista? Me gustaría que nos lo explicara, que nos dijera con qué pata de conejo contaban los manifestantes para no correr el mismo riesgo que estaban sufriendo los hinchas o los admiradores de Abascal.
Es más, teniendo en cuenta que en esas manifestaciones había una mayoría de asistentes del sexo femenino, lo que fue un ataque a la mujer, por utilizar sus palabras, fue convocarlas. Un ataque con repercusiones a medio plazo, como muestra el hecho que muchas mujeres estén en mayor peligro que nunca al tener que convivir encerradas con sus potenciales maltratadores.
Alguien me recordaba ayer una intervención televisiva en La Sexta de Cristina Almeida, días antes del 8 de marzo. Entre paréntesis, quiero añadir que considero que a Almeida hace ya años que se le pasó el arroz, políticamente hablando, y da bastante pena verla ejercer de tertuliana comodín, con su particular estilo, que me guardo de calificar.
Pues bien, su gran argumento para que se mantuvieran las manifestaciones feministas fue que mataba más el machismo que el coronavirus. Pues mira por dónde, ahora ciertas mujeres están sometidas al doble peligro, el del coronavirus y el del machismo. Me pregunto si seguirá sosteniendo su pronóstico.
Esto no es en absoluto un ataque al movimiento feminista, sino una denuncia de la irresponsabilidad de los políticos, cosa que está claro que trasciende las fronteras. Un último ejemplo (para dudas, consultar Le Monde). Perpiñán es el epicentro de contagio en su región, Occitania. El centro hospitalario de la prefectura de los Pirineos Orientales cuenta que, desde el fin de semana pasado, la epidemia ha entrado en una fase de crecimiento exponencial. ¿Recuerdan que allí hubo un mitin masivo el 29 de febrero, autorizado por prefecto y alcalde?
Está visto que soberbia, fundamentalismo e irresponsabilidad, combinados, tienen un efecto letal sobre la sociedad civil.