Sixte Cambra, en la ley del silencio
El Puerto de Barcelona es fiel a su iconografía. Mantiene el toque neorrealista del cine en blanco y negro, con estibadores de ceño fruncido, fieles a la ley del silencio. Su infraestructura crece y crece frente a los insuficientes accesos y al aplazamiento eterno del ancho de vía europeo, piedra angular de la logística.
Su presidente, Sixte Cambra, vive a la altura de sus ojos (aunque el ojo humano no pueda captarlo todo) y sueña en el modo de producción asiático, un modelo faraónico gobernado desde arriba y que trata de ser ajeno al estilo reivindicativo de la estiba y desestiba. El Puerto cobijará el segmento estrella del Corredor Mediterráneo, un proyecto en el que la ministra de Fomento, Ana Pastor, apuesta por la inversión privada a una escala equiparable con la zona marítima de Shanghái, sobre el estuario Zhangjiang, el este del Mar de China. Cambra y Pastor hablan el mismo lenguaje, aunque el primero desconfía del grado de implicación territorial de Pastor. Y hace bien.
El futurible reluce frente al magro presente. Pero, levantar piedras en el hinterland barcelonés es como encontrar piritas de oro en una mina abandonada. En la Cumbre Europea, Rajoy ha desvelado instituciones que ya no pueden financiarse: puertos, aeropuertos, mancomunidades y áreas metropolitanas ocupan los primeros puestos de este ranking desolador. El Puerto de Barcelona cuenta con una flamante terminal de contenedores situada frente al mar, pero en medio de ninguna parte. Desprovista de enlaces, la nueva terminal corre el peligro de parecerse (pongamos por caso) a las estaciones del Ave en Astorga o en Puente Genil: andenes vacíos, con revisores endomingados en las puertas de los vagones.
En el Puerto, el cargo hace a la función. La misma ley del silencio que reina en los muelles de carga impera en los despachos de su sede corporativa. El tiempo no consigue borrar la huella de Elia Kazan (perseguido por la infame caza de brujas del senador McArthy) y de sus estibadores silenciosos, en la película homónima del director. La entidad gana espacio colonizando el mar y respondiendo a la presión de sus vecinos: Consorcio de la Zona Franca, Mercabarna y Aeropuerto. Los negocios paralelos de estos entes, especialmente el Puerto, constituyen secretos insondables. Sus auditorías independientes presentan un radio insuficiente, a todas luces; entre estas corporaciones y sus externalizaciones existe un territorio ignoto lleno de auríferas promesas.
Cuando la antigua Junta de Obras respondía ante la desaparecida Área Metropolitana, los alcaldes Serra y Maragall nombraban a sus presidentes. Ahora los nombra el Govern de la Generalitat. Cambra fue senador independiente por CiU y retuvo el mensaje nacionalista en el mundo asociativo, en la vicepresidencia económica del Tenis Barcelona, en la dirección del Estadio Olímpico en los Juegos del 92 o en la vicepresidencia del Barça durante la etapa de Josep Lluís Núñez.
El deporte es la pasión más genuina de este hombre de empresa y político vocacional que, muy a menudo, ha cruzado las líneas divisorias entre ambas actividades. En el caso del Barça, Cambra quiso llegar a lo más alto y le disputó al constructor la presidencia del club, en 1989. Fueron unos comicios ideológicos: Cambra y los nacionalistas contra Núñez y su antiguo régimen (Gaspart, Aguilar, Pulido, Chicote, etc.), que habían convertido el palco del Barça en el Clearing House del suelo urbano. Ganaron los promotores y expulsaron a los nacionalistas de la Junta Directiva y de sus negocios. Carme Dròpez y el propio Cambra abandonaron la casa; pero, los otros dos nacionalistas de aquel Barça, Arcadi Calzada y Fèlix Millet, se mostraron renuentes a pagar sus facturas políticas renunciando al cargo y la dieta. Cambra vive el deporte desde la cuna.
Su abuelo Sixte y el fundador de Unió Democràtica, Manel Carrasco i Formiguera, mantuvieron una gran amistad y compartieron sus primeros pasos a bordo de un patín de vela en Sant Pol de Mar, la localidad veraniega de uno de los núcleos de la endogamia: los Carrasco, Mercader, Llovet, Cambra o los Nualar i Campà, condes de Ausona. Aquellos primeros paseos en patín fueron el germen, años mas tarde, del Club Nautic de Sant Pol, fundado en 1962 y presidido durante un tiempo por Raimon Carrasco Azemar (hijo del protomártir), vicepresidente del Barça en la etapa de Agustí Montal y consejero de Banca Catalana, en los años fundacionales de la entidad.
Cuando Sixte Cambra fue nombrado presidente de la Autoridad Portuaria de Barcelona (en enero de 2011) abandonó la firma de cazatalentos Seeliger y Conde, cesó en su cargo de vicepresidente ejecutivo y vendió su participación accionarial. Cambra había sido uno de los fundadores de esta consultora, junto a Luis Conde, quién ahora mantiene la mayor participación (25%) en la firma.
El lado pragmático de Cambra le permite afrontar el cargo, un reto que no han superado muchos de sus antecesores. En esta ocasión, el banco de pruebas es el inminente uso de la nueva central de contenedores. El día que fue inaugurada esta instalación, el propio president, Artur Mas, le prometió al director general de la empresa gestora de la central (grupo Hutchison) la pronta construcción de accesos destinados a suministrar a los mercados del interior de España. Y añadió: «call me if you have a problem» (“llámame si tienes algún problema”), aunque la ministra Mato no ha respirado desde entonces.
Este arrebato business-friendly por parte de Mas encaja de lleno con el talante de Cambra, al tiempo que recuerda el estilo de Juan Antonio Samaranch. Deporte y economía; gestión y cultura; los binomios de sello noucentiste le van a Cambra. Pero son un adorno incompatible con el mundo de las fundaciones partidistas y de los atajos, aunque estos sirvan para financiar causas legítimas.