Sixte Cambra, el portuario barcelonés sin clasificar

En su último libro (En busca de respuestas: el liderazgo en el siglo XXI; Debate), Felipe González explica que hay cuatro tipologías de dirigentes. Unos son aquellos que tienen principios, pero no tienen ideas; otros, los que tienen ideas, pero han sido desposeidos de los principios; más excepcionalmente, los hay con una cosa y la otra; y, finalmente, los más peligrosos, aquellos que ni tienen ideas ni tienen principios.

Seguro que hoy seríamos capaces de analizar a buena parte de los dirigentes de la política, la empresa o la sociedad y asignarles cualquiera de estas categorías. Simplificar supone un riesgo, pero todos nos entendemos mejor si usamos metáforas claras. Los dirigentes con ausencia de principios y de ideas son una especie extendida en los últimos tiempos para infortunio de nuestra sociedad. Los medios de comunicación informamos a diario de personajes con esa calaña.

 
Sería bueno que el hermético Port de Barcelona fuera capaz de explicarse con claridad sobre sus actuaciones

En ese marco, tengo dudas sobre cómo clasificar a Sixte Cambra. Este señor, además de haber sido un alto dirigente de Convergència i Unió (tuvo escaño de senador), también ejerció de consultor especializado en la caza de talentos, así como de responsable del trofeo de tenis que patrocinan varias empresas pero de cuya marca que se apropia cada año la familia Godó. Incluso fue vicepresidente del Barça y le disputó, sin éxito, la máxima responsabilidad a Josep Lluís Núñez.

Desde 2007 hasta hoy, Cambra luce en su tarjeta la presidencia del Port de Barcelona a propuesta de la Generalitat de Catalunya. Con esa condición nominal, el empresario y antiguo político nacionalista debería dar explicaciones convincentes sobre la noticia que hoy desvela este medio con respecto a extrañas adjudicaciones de la Autoridad Portuaria de Barcelona en una infraestructura que interesa, y mucho, a la economía catalana. Cualquier sospecha de que un eje tan importante de la Ciudad Condal se gestiona con criterios poco claros sería suficiente para que el mundo empresarial sintiera, una vez más, que sus impuestos y aportaciones se gestionan de espaldas a la sociedad a la que sirven. Sería fácil sostener que el metalenguaje político sólo es un envoltorio de intereses inconfesables.

Si el asunto, además, adoptará algún rumbo judicial aún resultaría mucho peor. Por eso, sería bueno que ese oscuro, hermético y oscurantista reducto del mundo económico catalán que es el Port de Barcelona fuera capaz de explicarse con claridad sobre sus actuaciones. El silencio habitual, el clientelismo que siempre ha practicado y la escasa propensión a la transparencia hacen muy difícil clasificar a su máximo dirigente de acuerdo con el esquema de Felipe González. Aunque, seguro, que le encontraríamos acomodo.