Sitges, cada uno en su casa y la frustración en la de todos

 

Tiempo atrás, las reuniones del Círculo de Economía eran un lugar de debate y de reflexión económica de primer nivel. Allí el mundo empresarial, fundamentalmente catalán, se reunía sin corbata con los políticos para analizar en profundidad qué sucedía y qué pasaría en el futuro inmediato.

Ahora, ese paradigma ha cambiado, como los tiempos. Economistas, empresarios y políticos se juntan sin necesidad de excursiones a la periferia de Barcelona de manera recurrente. Y el debate y la reflexión, en tiempos de zozobra ideológica, económica y social, resultan elementos menos apasionantes que antaño.

La propuesta que realiza el Cercle d’Economia es necesaria, en tanto en cuanto conviene que alguien intente forzar el análisis. Eso sí, como el software, necesita una actualización. Por ejemplo, con respecto al papel de los políticos. Por Sitges han pasado Artur Mas, Mariano Rajoy y Miguel Sebastián. Sin novedad ni en el frente ni en el horizonte. Más a lo suyo: pacto fiscal; el líder del PP, lo mismo: sigue definiéndose por oposición y se olvida de componerse a sí mismo y a su partido; y, en última instancia, Sebastián, con un tono sobrado y petulante, defiende algunas tareas de Gobierno manifiestamente indefendibles.

Son las estrellas de las jornadas, tienen arrastre mediático, pero no aportan ni soluciones, ni novedades, ni nuevos prismas de análisis y, menos aún, expectativa o esperanza. De ahí que algunas reflexiones, como las del premio Nobel Joseph Stiglitz o del exministro Pedro Solbes conciten mayor interés que las de quienes están activos en el ejercicio de la política.

A las reuniones del Cercle d’Economia les falta un grado de conexión con las nuevas realidades económicas, políticas y sociales. Algunos asistentes hubieran disfrutado mucho más escuchando a algún representante de los movimientos del 15-M y debatiendo con ellos, o conociendo qué hacen, por ejemplo, las empresas de éxito en el mundo de las TIC (Facebook, Google, Apple…). Son sólo una pequeña muestra de lo que faltaba.

¿No hubiera sido interesante un debate sobre las listas electorales abiertas?, ¿Y si el rol de la banca en la crisis económica mundial se hubiera abordado no desde el papel de los reguladores y supervisores sino de los afectados, por ejemplo?

Existen enfoques para seguir debatiendo de economía, política y sociedad que tienen un interés innegable en estos momentos. Centrarse en la política local (entendiendo España como ese espacio reducido) y obviar qué sucede en el mundo, en los movimientos populares de los países árabes o en los emergentes asiáticos es una tentación en la que es fácil sumirse.

Si las reuniones del Cercle d’Economia que ahora preside Josep Piqué quieren recuperar de verdad el prestigio de antaño debe afanarse en explorar esos nuevos campos de debate. Construir un pequeño Davos catalán obliga, irremediablemente, a apostar por formatos nuevos y contenidos originales.

Lo demás, cada vez mejor: un entorno agradable, una logística perfecta y un buen punto de encuentro para rememorar que sin puesta en común las sociedades difícilmente avanzan en estos tiempos de convulsas sacudidas y enormes incertidumbres.