Sin banca no hay crecimiento
A la banca se le critica desde la izquierda populista, la nueva economía y la ciudadanía, pero hay que preguntarse por la verosimilitud de sus reproches
La banca es uno de los chivos expiatorios preferidos de la izquierda populista, los novísimos economistas y la ciudadanía.
Para los primeros, la banca –culpable de la orientación neoliberal de la Unión Europea– y sus agentes –BCE y FMI– son los causantes de la crisis, habida cuenta del desenfreno en la búsqueda de un lucro creciente. La banca –dicen– conduce al colapso de la economía y a su propia ruina. Y son los ciudadanos quienes, con sus impuestos, la rescatan. ¿Qué alternativa? Una banca pública.
Para los segundos, la banca es una institución anticuada que pierde sentido y razón de ser y existir, porque la tecnología informática impulsa una revolución digital que la condena a la desaparición por ineficaz y obsoleta.
Para los terceros, la banca es un negocio de grandes proporciones gracias a una serie de abusos entre los que se encuentran los bajos intereses por los depósitos y las comisiones por el mantenimiento de la tarjeta de crédito o el pago de recibos domésticos. A ello, añadan las cláusulas –a veces, impenetrables– de algunos productos financieros. Y los desahucios.
Oído lo cual, hay que preguntarse por la verosimilitud de lo dicho por los críticos de la banca. Vayamos por partes.
La banca rescata las cajas
Si es cierto que el desenfreno de la banca –al otorgar hipotecas o créditos que nunca debió conceder por falta de solvencia del peticionario– implementó la crisis; también lo es que el desenfreno de los peticionarios –al solicitar créditos e hipotecas que no podían devolver–, contribuyó a la misma.
Efectivamente, algunas entidades financieras quebraron por su falta de prudencia y control al adjudicar créditos e hipotecas a unos deudores que no se lo merecían. Una responsabilidad compartida, pues.
Pero, ¿quién quebró? No quebraron los bancos –con la excepción del Banco Popular, que fue “rescatado” por los accionistas y poseedores de deuda convertible que perdieron su inversión–, sino las cajas de ahorro administradas por políticos y sindicalistas. Y, ¿quién financió la quiebra de las cajas de ahorros?
Por un lado, los bancos a través del Fondo de Garantía de Depósitos que se nutre con las aportaciones del sistema financiero. Vale la pena recordar que ningún banco a excepción del Banco de Valencia –que era una filial de Bancaja– se rescató ni recibió dinero público.
No es cierto que la banca no se adapte a la revolución tecnológica
El llamado “rescate bancario” no existió. Fue la banca quien rescató en parte a las cajas. Y, por tanto, fue la banca quien rescató en parte a los ciudadanos depositarios de las cajas. Por otro lado, el Estado, a través del FROB, también rescató a las cajas.
Números: la banca aportó 23.164 millones de su bolsillo y el FROB aportó 42.561 millones del bolsillo del contribuyente. El FROB ha recuperado 4.477 millones por la venta de entidades rescatadas. Y podría recuperar 9.560 millones más si la izquierda populista y la socialdemocracia decidieran privatizar –hoy– Bankia. Si se privatiza, el rescate habría costado al contribuyente 28.524 millones y no 64.000 millones como dicen las izquierdas. Cierto: mucho dinero. Que sería más sin la ayuda de la banca. (Fuente: Banco de España).
Vale decir que España no es un caso único. En la UE se han rescatado 61 entidades financieras en 15 Estados. Ejemplos: en el Reino Unido el rescate ha costado 92.200 millones de euros, en Irlanda 64.600 millones, en Grecia 42.600 millones, en Holanda 37.600 millones, en Alemania 28.500 millones, en Dinamarca 18.000 millones, en Portugal 15.160 millones, en Italia 12.786 millones y en Francia 7.700 millones.
Merece la pena repetirlo: el dinero aportado evitó la quiebra de unas entidades financieras que, en su caída, habrían llevado a la ruina a cientos de miles de depositantes. ¿Quizá el progresismo que critica el rescate prefiere –ultraliberalismo puro y duro– la quiebra del sistema y el hundimiento del ciudadano en la miseria?
Por lo demás, conviene añadir que sin una banca solvente no existen oportunidades de inversión y crecimiento económico. Y más en una coyuntura como la nuestra –tiempos de populismo macroeconómico y desaceleración– en que hay que tomar decisiones en el ámbito de la contratación, la inversión y el consumo.
Al respecto, puede afirmarse que, si bien la banca no es de todos, sí beneficia –créditos, avales, intermediación financiera, canalización del dinero, oportunidades de inversión– a todos. Ya sea directa o indirectamente.
¿Qué decir de la alternativa de la izquierda populista que apuesta por una banca pública? A ver, ¿acaso hemos de repetir la lamentable experiencia de las cajas de ahorro? Al respecto, cabe recordar que los modelos que la izquierda populista propone –los Landesbanken alemanes o el Northern Rock británico– han sido un desastre parecido al español. ¿El ICO? El 83% de sus créditos son clasificados como fallidos o dudosos.
La banca se moderniza
No es cierto que la banca no se adapte a la revolución tecnológica a tenor de la digitalización bancaria acelerada que ha cambiado radicalmente el negocio financiero.
Tan es así, que la práctica totalidad de la banca ha incorporado ya el fintech (tecnología financiera) en la denominada banca móvil que posibilita cualquier transacción vía los dispositivos móviles –esos que el ciudadano lleva en el bolso o el bolsillo– con sus correspondientes aplicaciones.
Al respecto, los malos augurios que anunciaban el fin de la banca gracias al P2P –el crédito y los préstamos entre particulares por vía digital que elimina la intermediación bancaria– han logrado la modernización del sistema financiero. De hecho, la banca se ha convertido en el mejor y más seguro P2P.
¿Quizá el P2P no bancario tiene acceso a las ayudas del BCE en tiempos de crisis? ¿Quizá posee un Fondo de Garantía de Depósitos como la banca tradicional?
¿Que la banca quiere ganar dinero y se las ingenia para ello? Como la mayoría de los ciudadanos
Las hipotecas, claro. Es cierto que existen hipotecas online facilitadas, en buenas condiciones, por nuevos agentes financieros. Pero, también lo es que la banca se está introduciendo ya en el llamado hipotech y que muchos de los nuevos agentes funcionan como rastreator e intermediario que busca las mejores ofertas del mercado. También es cierto que la banca, por aquello de la competitividad, adapta sus ofertas al mercado. En cualquier caso, bienvenida sea la competencia.
Por lo demás, ¿quién asegura –lo sostiene Jonathan McMillan en El fin de la banca, 2014– que una economía sin banca evitaría las crisis económicas? La crisis –como señalan Karl Marx, Nikolái Kondrátiev, Joseph Schumpeter o Christopher Freeman– es consustancial al capitalismo. Y el riesgo sistémico que conlleva la quiebra de entidades bancarias –hay que estar vigilantes y anticiparse– seguiría ahí con el P2P no bancario.
La banca ya no es un negocio de grandes proporciones
¿Saben ustedes por qué los intereses de los depósitos son bajos y los bancos cobran comisiones por diversos conceptos? Porque la banca no es un negocio de grandes proporciones. El margen de beneficio ha bajado y la regulación europea impone límites al igual que algunas sentencias judiciales. A ello, sumen la globalización bancaria, la competencia de algunas aseguradoras, el P2P y las start-ups financieras.
Por eso, para fidelizar al cliente en una coyuntura complicada, la banca paga –con la oposición del BCE, como señalan María Gómez Silva y Jesús Martín en un par de artículos publicados en INVERSIÓN y ECONOMÍA DIGITAL titulados La banca se aferra al dividendo y Los bancos, obligados a elegir entre sus accionistas y el BCE– dividendos.
Por eso, el negocio bancario se ha visto obligado a diversificar su oferta introduciendo en el mercado seguros de toda índole y productos o mercancías como inmuebles, automóviles, ordenadores, telefonía móvil o viajes.
Y a quien se alegra del beneficio menguante de la banca, habrá que recordarle que ello perjudica al ciudadano por partida cuádruple: 1) los clientes verán reducidos servicios como los cajeros automáticos –o la obra social y cultural– que las entidades financieras alternativas no proporcionan; 2) los clientes verán reducidos los intereses y encarecidos determinados servicios; 3) los clientes verán reducidas las oportunidades de inversión; y 4) todos –clientes o no– sufriremos las consecuencias del descenso de las aportaciones fiscales de la banca al Estado.
En efecto, la banca es una fuente importante de recursos para el Estado del bienestar. Datos: en 2018, los seis grandes bancos de España obtuvieron un beneficio de 27.223 millones de euros, cosa que supuso el ingreso en las arcas del Estado de 8.506 millones de euros -un tipo efectivo del 31,2%– en concepto del impuesto de sociedades. (Fuente: CNMV y memorias bancarias). En este aspecto, cuando la banca gana, todos ganamos.
Ítem más: si los particulares recurren al desahucio en defensa de sus propiedades e intereses, ¿por qué la banca no puede hacer lo mismo? Si las cajas quebraron por los préstamos e hipotecas inmobiliarias impagadas, ¿por qué las banca que las rescató con su/nuestro dinero no puede recuperar lo “invertido” vendiendo sus/nuestros activos inmobiliarios ahora inmovilizados por impago reiterado?
¿Que la banca quiere ganar dinero y se las ingenia para ello? Como la mayoría de los ciudadanos.
El futuro
A corto o medio plazo asistiremos a la convivencia entre la banca privada, las empresas financieras alternativas y los inversores institucionales como las gestoras de fondos de inversión y pensiones, las sociedades de inversión colectiva o las compañías aseguradoras.
En cualquier caso, hay que tener en cuenta que en una sociedad liberal capitalista como la nuestra los actores económicos –Estado, banca, inversor y ciudadano– son responsables de sus actos.
El Estado es responsable de la regulación del sistema financiero. La banca es responsable de la gestión de los depósitos que tutela, de los créditos que otorga y de los productos financieros que administra. El inversor es responsable del dinero colocado en los productos que crea oportunos. Y el ciudadano es responsable de los contratos que firma con la banca con todo lo que ello implica. Para bien o para mal.