Simplemente pedir perdón
Siempre hay tiempo para pedir perdón en la vida. Aunque pasen unos días o incluso años nunca es tarde para excusarse por un error.
La vida es la suma de experiencias y entre todas ellas, la penitencia –aquí no en el sentido estricto de la religión ¡quien lo diría después de Semana Santa!–. Es una de las virtudes que nos aleja de otros animales. Los problemas –nuestros errores– forman parte de nuestra experiencia más vital y sin ellos no vivimos, simplemente paseamos por la vida.
En la vida individual los errores son difíciles de identificar. A veces son algo tan sencillo como enfoques diferentes que sólo el tiempo nos hace valorar. A veces ni eso. Pueden ser sólo actitudes diversas que podemos o no aceptar.
Al final, muchos errores no siempre son errores, sino simplemente interpretaciones variables de las actuaciones de cada uno de nosotros. En estos casos, pedir perdón se convierte más en un ejercicio de respeto hacia el pensamiento de otros.
Pero en la vida colectiva eso ya no es así. Cuando entran en valor muchos individuos con una valoración diferente a la nuestra hay algo que no funciona. Como dirían los amigos del PP –digo amigos en sentido muy amplio– quizás hablemos de una problema de comunicación.
Supongo que en la misma línea estarían los políticos de CiU o, como no, los ya casi desaparecidos Izquierda Unida (IU) y UpyD. Todos ellos esconden sus potenciales errores en una misma línea, un grave problema de comunicación.
Cuando nos equivocamos en el ámbito individual, con la pareja, los hijos o los amigos, y somos conscientes del error, siempre podemos recurrir a las disculpas. Ciertamente, aunque sean a nivel individual, cuesta más de lo que parece.
En una sociedad donde prima el competir al compartir, pocos estamos dispuestos a aceptar nuestros errores sin embates. Como decía aquella canción de grupo Chicago a principios de los 80, es duro, muy duro, decir lo siento. Tristemente, en lo colectivo está opción parece simplemente no existir.
Algunos creemos que al primer político que sea capaz de decir unas palabras delante del atril tan sencillas y tan planas como «Lo siento. Pido perdón por todos nuestros errores», no sólo ganaría como persona, sino que también en el ámbito público mejoraría su imagen.
Y, ¿qué es, sino, la política actual? Pero algunos, Mariano Rajoy el primero y Artur Mas el segundo, no creen en esas palabras e incluso en esa penitencia. Simplemente, divagan por sus escasos logros para mantener a los más fieles. Y está claro que las encuestas pueden mentir, pero cuando vaticinan caídas cercanas a la mitad de los diputados no es que haya que pedir perdón por coherencia, sino incluso por decencia.
Ojala fuéramos un país, grande o pequeño, donde la primera característica de la política fuera la humildad. Mariano Rajoy tiene mucho que explicar, pero ante todo tiene que pedir mucho perdón.
Alguien que abrazó la economía y que con sus políticas abducidas por el siniestro Ministro Montoro –ese que jamás ha salido de un aula o coche oficial– han arrasado el país. ¡Y de Artur Mas qué decir!. Vendió el equipo de los mejores y no sólo ha dividido al país, sino que lo ha hundido a niveles jamás conocidos.
Ambos políticos deberían competir por ser los primeros en pedir humildemente perdón. Pedir perdón no es tan difícil como algunos creen. Todos nos equivocamos en la vida. Casi nadie –esa es mi teoría– se equivoca a conciencia y con mala fe.
Diría más, creo que nadie. Incluso ni Rajoy ni Mas. Quizás sólo alguna mente enferma. Al final, el tema es muy simple. Somos ignorantes en algunos temas y elegimos un camino equivocado. Algunos eligen una travesía a Ítaca sin barco ni billete. En la vida individual pedir perdón no sólo es aceptable, sino incluso necesario. En la vida política es simplemente desconocido.
Cada uno de nosotros es escrutado por unos pocos, mientras que al político lo escrutan más. Cuando un político ve caer su popularidad a niveles ínfimos es que ha errado en su camino. Puede y, quizás debe, rectificar, pero primero simplemente debe pedir perdón. Y pedir perdón está al alcance de todos, hasta de mediocres en la gestión de un país, como Mariano Rajoy y Artur Mas.