Silvio Elías juega al palé con las casas de Pedralbes

Pedralbes es un laberinto micénico. Sus primeros moradores, los Folch-Rusiñol, Vergès, Echevarría Puig, Sentís, Daurella, Godia, Andreu o Ferrer-Salat tuvieron la ciudad al sur de sus párpados. Oteaban el horizonte mediterráneo y algunos dejaban a sus niños en el Betania Patmos, aquel cole con sabor a hierba mojada y celofán en cuya puerta el chofer de Salvador Andreu aparcaba el Rolls Royce del famoso farmacéutico. La colonización de Pedralbes se ha hecho a base de oleajes. El empresario Silvio Elías pertenece a una de estas olas, concretamente a la novísima, ubicada en palacetes como los de Urdangarin-Borbón o el joven Neymar y el suyo propio, fruto de la unión de dos viviendas unifamiliares.

Pero la reluciente torre de Elías le tapa la vista a José Ricardo Gómez, el emprendedor que inventó los sobres de azúcar con cucharilla dentro. Y este segundo lo ha denunciado a la Fiscalía tratando de precintar las obras de su vecino. Gómez asegura que Elías no cumple las normas del Plan General Metropolitano. Debe ser consciente de que semejante abracadabra no le devolverá la panorámica.

El rizoma que contempla la ciudad se empina a la partir de la Avenida Pearson, a la altura del IESE; se adentra en la calle Panamá y serpentea en Joan d’Alós, la acera de Elías. No es la primera vez que Pedralbes bulle por dentro y saca sus disputas a la luz de los tribunales. Cuando se ultimaban los cinturones urbanos del 92, Salvador Pániker luchó denodadamente para conservar íntegro su jardín antes de convertirse en pasto de las retroexcavadoras. El ingeniero y filósofo cuenta en sus memorias, en medio de una indolencia poética digna del Bhagavad Gita, que gozó del favor del mismísimo Pasqual Maragall. El mecenas Albert Folch-Rusiñol tuvo que vérselas con permisos imposibles para albergar su imponente colección de arte primitivo amasada en África junto a Eudald Serra y August Panyella. Por no hablar del Conventet, la polémica propiedad horizontal de los Godia, metida en un claustro de Santa Clara.

Elías (junto a los Carbó y los Botet) se vendió Caprabo a la Eroski de Mondragón y pasó a presidir empresas como Véritas, Duet Sports & Spa y World Tour Platforms. Es miembro del consejo asesor de Ernst & Young España y perteneció al Coca-Cola European Research Group. Ahora, Elías dedica buena parte de su tiempo a la inversión inmobiliaria. Practica el vicio solitario de los family office catalanes, festoneados por gentilicios que jugaron a ser industriales, pero que han acabado vaciando los jamones de su despensa.

Los ex de Caprabo, agrupados en la patrimonial Caboel, dieron el golpe al invertir en la sede de Cespa, fiial de Ferrovial. Fue una de las capturas sale and lease back en las que el vendedor monetiza su activo y el comprador se asegura un rendimiento calculado de antemano. Junto a la cadena Room Mate, los ex Caprabo, con Elías al frente, se han estrenado también en el sector hotelero, aunque su especialidad es el mercado de oficinas y locales comerciales. Su avance va en paralelo al de otras fortunas familiares que han protagonizado operaciones de postín, como los Reyzábal (Windsor) compradores de la sede de Uralita, la antigua joya de los March, o los Andik (Mango) cazadores de un edificio del Banc Sabadell en Paseo de Gracia. Y pronto será el caso de Javier Faus, vicepresidente segundo y responsable del área económica del Barça, que se ha unido al fondo londinense Patron con la intención de colocar unos mil millones de euros en piedra.

El dinero ha vuelto
. El fútbol fue un negocio hermano del textil, de la química y del tocho. Hoy lo es de la inversión. Y lo sabe bien Silvio Elías, otro directivo del Barça preso en la Junta de Josep María Bartomeu, el amigo de Sandro, un ex presidente bluf que se hizo mantequilla el día que un juez le preguntó por sus tejemanejes en el Brasileirao.

Elías ve desde su casa la visera del palco del Estadi. Las disputas por los lindes, las alturas y las aguas freáticas son moneda corriente en un entorno de vanidad y celos. Pedralbes es también el distrito del asesino que ilustró en el cine Gonzalo Herralde y que se pateó pijoaparte, el personaje de Marsé en Últimas tardes con Teresa. Al parecer, la catatonia de los mercados al contado no contamina al barrio alto. Sus gentes viven y se despellejan como los magos de Petrarca durante el año de la peste bubónica. Recompran y venden con pasión. Mientras el mundo sucumbe, ellos juegan al palé.