Silencio, traidor: ¡Voy de independentista, pero quiero un pacto!
Es una gran fiesta. Los independentistas están contentos. Tienen una mayoría de escaños en el Parlament, y quieren iniciar, cuando tengan ya un President y un Govern, una hoja de ruta hacia la independencia. No hay medias tintas. El pueblo ha hablado, y, aunque no existe una mayoría social, Cataluña desea ser un estado propio. Es lo que defiende el bloque soberanista, que se debate estos días en cómo lograr que la CUP apoye a Artur Mas, sin que se deba pagar un precio demasiado elevado por ello.
Ese es el discurso oficial. La lección es que si uno no es creíble, luego, en la negociación no consigue nada. Pero puede ocurrir todo lo contrario. Lo explicó con claridad el ministro de Exteriores, José Manuel García-Margallo, en el debate con Oriol Junqueras, el presidente de Esquerra Republicana. Aseguró que se había traspasado la línea, y que el Gobierno no negociaría en esas circunstancias. Una de las cuestiones que se han afianzado en Madrid es que «no se puede contentar siempre al nacionalismo».
La frase tiene un precedente. Fue Josep Piqué, el líder del PP catalán entonces, quien, en el inicio de la elaboración del Estatut, aseguraba en privado que el nacionalismo catalán había llegado demasiado lejos, y que no se podía seguir con una política encaminada a satisfacer las continuas demandas. Piqué quiso, en todo caso, formar parte de la negociación, para hacer valer su posición, pero dirigentes como Ángel Acebes lograron que acabara desistiendo. Ese fue un error inmenso que el PP no quiere admitir.
Por tanto, esa posición puede ser una barrera decisiva. Si se quiere tener mucha fuerza, con una hoja de ruta irrenunciable para negociar después, puede ocurrir que nadie desee satisfacer esas exigencias.
Y lo curioso es que hay dirigentes en la candidatura de Junts pel Sí, en la que figura Artur Mas, que conocen perfectamente esa tesitura. Y que estaría dispuesto ya a hablar en serio, a buscar puntos de encuentro, a especificar qué se desea realmente, porque se entiende que es realista, y qué encaje se le quiere dar a Cataluña, desde la convicción de que al conjunto de España le ha ido bien desde la transición.
No pudo evitar caer en la tentación el economista Oriol Amat, un señor sensato, que siempre ha pensado que se debe entrar en una negociación. Apuntó, en una entrevista en una radio alemana un día antes de las elecciones del 27S, que los partidos que accedieran al Gobierno español, tras las elecciones generales, podrían recuperar el Estatut de 2006, para alcanzar un acuerdo. Pero todo eso se quiso esconder con celeridad.
El Govern de Artur Mas –sí, existe un gobierno catalán en funciones– rechazó este martes esa posibilidad. Fue la vicepresidenta, Neus Munté, quien aseguró que no se desea volver al 2006, ni al 2010, ni recuperar la definición de Cataluña como nación que se incluyó en el preámbulo del Estatut, ni lograr un pacto fiscal, que era el objetivo de Mas en 2010. «Se han saltado muchas pantallas y ahora se está en otro momento», aseguró.
Pero eso es engañar a los ciudadanos catalanes. Porque, desde el inicio, el gran horizonte ha sido buscar algún tipo de acuerdo. Los que lo piden, sin embargo, son tildados de traidores.
Mejor no moverse. Esperar. En Cataluña en estos momentos ejercer de pactista, aún en las filas del independentismo, es pecado.
Esa es la posición, a pesar de que se admite que no habrá otra salida.