Si Iberia tiene problemas, Barajas morirá lentamente
Esta no es una reflexión de carácter ni reivindicación nacionalista. Sería, además, una novedad. No, es la proyección de una serie de circunstancias objetivas de las que se habla poco, pero que están latentes en el mercado europeo de la aviación civil.
Iberia es la gran compañía española. Lo es por historia, tradición y, finalmente, vocación. Tras su integración con British Airways, en el holding IAG, el capital español, que tanto la ayudó en el pasado, ha cedido posiciones frente a otros accionistas. Hoy, Iberia es la menos española de las aerolíneas españolas. Parecerá una verdad de perogrullo, pero es necesario subrayarlo si se la compara con Air Europa o la propia filial Vueling, mejor anclada al capital español, a la bolsa y a los usos y costumbres de sus clientes, mayoritariamente de esa nacionalidad.
Iberia necesita adelgazar para ser una empresa viable. Tantos años de vida alrededor del monopolio público ha creado un monstruo con ineficiencias varias. La de su fuerza laboral, y en concreto la del cuerpo de pilotos, es la mayor de todas. Un sindicato corporativo todopoderoso ha dirigido la aerolínea en la sombra.
Los británicos de la dirección están mucho menos dispuestos a esforzarse en entender determinadas actitudes de defensa de privilegios laborales. Los pilotos se desgañitan en acusar a British de confiscar los recursos de la antigua Iberia, pero sin reconocer que ellos, actuando de forma colectiva, han hurtado al resto de trabajadores de la empresa una parte de su futuro laboral.
Y el Gobierno no sabe qué hacer. No puede intervenir en una empresa privada, pero llama constantemente a que Iberia realice una serie de funciones de conexión como si fuera Correos y tuviera que llevar una carta al lugar más recóndito de la geografía. Desde el Ejecutivo parecen olvidarse que privatizaron la aerolínea de bandera. Que cedieron el capital al mundo privado, y que los accionistas son los únicos soberanos al decidir sobre el futuro de su inversión.
El desmesurado interés gubernamental sólo puede obedecer al negro futuro que se augura para el aeropuerto madrileño de Barajas si Iberia reduce su grasa. Dejará de ser el hub, el nudo de conexiones por el que transita la mayor parte del tráfico aéreo del país. Si eso sucede, el Aeropuerto de Barcelona tiene una oportunidad sobrevenida para convertirse en lo que siempre ha deseado: un verdadero enlace de conexiones internacionales.
Barajas lo ha tenido fácil, porque Iberia (vía diplomacia española y la concepción radial de las comunicaciones) ha aportado mucho a esta instalación aeroportuaria. Barcelona se lo ha levantado a pulso, sin apoyos gubernamentales, sin aerolíneas de bandera y con unas administraciones autonómicas más preocupadas de las fotos que de quién aparecía en ellas. La suerte de Iberia es, pues, la de Barajas y viceversa.