Sí, Esquerra Republicana ha ganado la batalla
El viejo partido de Francesc Macià y Lluís Companys sigue en pie. Más vivo que nunca. En su nacimiento, a las puertas de las elecciones municipales de 1931, fue el producto de diferentes movimientos alrededor de Estat Català.
Es decir, Esquerra nunca ha sido un partido homogéneo, con una doctrina ideológica cerrada. Tampoco fue una fuerza política de la izquierda marxista, a diferencia del resto de la izquierda catalana, que se organizó durante la transición. Por eso recibió unos buenos dineros de Foment del Treball en 1980 para parar a los socialistas de Joan Reventós, y ayudar, con ello, a Jordi Pujol.
El hecho es que este lunes, el día en el que se vota en el Parlament una resolución independentista, y el President Artur Mas pronuncia su discurso de investidura, Esquerra se presenta con los mismos diputados que obtuvo en 2012, 21 escaños, por los 30 de Convergència, y del resto de independientes que integraron la candidatura Junts pel Sí.
Dicho de otra manera, el partido de Mas se ha dejado 20 diputados en las elecciones del 27 de septiembre. Esquerra conserva los suyos.
Pero más allá de eso, los republicanos, que se vieron cazados en esa candidatura conjunta –o lo aceptaban o Mas no convocaba los comicios—respiran ahora con cierta confianza. Se presentan en solitario en las elecciones generales, con la incorporación de ex socialistas, y de independientes y con figuras de esa extraña creación que se llama Súmate. Y lo que pretenden es ocupar un centro –soberanista, eso sí—que Convergència y el PSC ya no pueden representar ahora.
Esquerra se ha pasado las últimas semanas viendo las cosas con distancia. En realidad, sólo han negociado los representantes de la CUP con los de Convergència, con la presencia en una de las reuniones del propio Mas. La posibilidad de la investidura de Mas se aleja. La CUP mantiene su tesis: no a Mas, sí a otro u otra candidata de Convergència, como Neus Munté. Y Esquerra sigue ahí.
Un dirigente socialista admitía que le ha sorprendido «la ingenuidad» de Convergència, porque no ha logrado convencer a Esquerra de que era necesario mantener la candidatura de Junts pel Sí para las generales, con el objetivo de ir construyendo una refundación del nacionalismo que ha representado CDC. A las puertas de unas nuevas elecciones en Cataluña –en el mes de marzo—y de las generales de diciembre, el mapa político cambiará por completo. Aparece en el horizonte un partido que recoja esas clases medias, escoradas ahora hacia el soberanismo y las posiciones de izquierdas, que no necesitará cambiar de nombre.
Será Esquerra, aunque deberá ser práctica, y dejar la independencia para más adelante.
El problema ahora es saber si en Cataluña alguien puede erigirse en representante de un espacio huérfano, un espacio de centro-liberal, que ya no puede liderar ni CDC ni Artur Mas.