Sí, Aznar, contigo empezó todo
El PP es un gran partido. José Maria Aznar logró para España dos cosas muy importantes, que, por supuesto, no tienen el mismo peso. La primera, la unificación en una sola fuerza política del centro-derecha, con el congreso de Sevilla en 1990. Con ello consiguió una organización rocosa, vertical, poderosa, lista para gobernar, como, finalmente, tuvo ocasión a partir de 1996. Esa misma victoria tiene una parte negativa, y es que debe contentar, siempre, a un flanco muy escorado a la derecha, que no permite que se transforme en una fuerza política de corte liberal, que es lo que necesita España desde hace muchos años.
Pero Aznar cambió de la noche a la mañana cuando consiguió la primera mayoría absoluta de la derecha en España en democracia. En 2000, Aznar fue otro. Rompió los puentes, como señala Manuel Miliám Mestre, en su libro Los puentes rotos (Península). Pudo haber cambiado la historia de España. Lo tuvo todo a favor. Con el nacionalismo catalán se entendió, y hubo conversaciones serias para que el PP no se presentara en Cataluña, y constituir una especie de UPN, –Unión del Pueblo Navarro– en coalición con Unió Democràtica. Era la fórmula que todavía es útil en Alemania entre la CDU de Angela Merkel, y la CSU, de Baviera. Pero Aznar se desmelenó.
Consideró que era el momento para que Madrid ocupara su espacio en el mundo, y, a su tradicional rol como centro político del Estado, aspirara también a ser el gran centro económico de España, desplazando a Cataluña. Quería cumplir un sueño para una gran España, siguiendo los pasos de Francia, la eterna aspiración del centralismo político español.
Y un de sus proyectos estrella fue unir el destino de España al de Estados Unidos y el Reino Unido, el eje atlántico. Se trataba de variar la dirección de la política exterior española, que seguía los pasos del eje franco-alemán. Aznar fue ambicioso, y eso está bien, pero no se podía cambiar una politica de forma tan brusca, y, menos aún, ser cómplice de algo tan burdo y tan bestia –ya me perdonarán– como la participación en la guerra de Irak en 2003.
¿Estaríamos en la actual situación sin aquella guerra, que destrozó un país con un grado de modernidad más que notable? ¿Cómo influyó en la deriva posterior, con la proliferación de grupos terroristas?
El informe Chilcot, elaborado a lo largo de siete años, que se ha dado a conocer en el Reino Unido, es demoledor. Pero no sorprende a nadie. No había pruebas concluyentes de la existencia de armas químicas en Irak que pudiera utilizar el dictador Sadam Husein. Los protagonistas de la foto de las Azores cometieron un grave error. Mucho más que un error, que nos lleva a preguntarnos hasta dónde puede llegar un gobernante, y qué delitos puede cometer.
Aznar, Blair y Bush estaban dispuestos a ir a la guerra, a invadir un país soberano. El Consejo de Seguridad de Naciones Unidas no aprobó la resolución que esperaban, porque no había pruebas.
En el excelente libro de George Packer, El desmoronamiento (Debate), sobre el declive de Estados Unidos en los últimos 30 años, se combinan historias personales de ciudadanos anónimos con perfiles muy agudos de personalidades. Una de ellas es Colin Powell, secretario de estado en aquel momento. Packer describe los problemas internos de Powell, un hombre honesto, para tratar de convencer a la comunidad internacional de la existencia de unas armas químicas, cuando la decisión ya estaba tomada de antemano. Se quería invadir Irak. Y punto.
En el informe que ha elaborado Sir John Chilcot se explica que Blair estaba abrumado por la impresión que, efectivamente, se había trasladado y es que Estados Unidos quería ir a la guerra en cualquiera de los casos. Junto con Aznar, los dos «acordaron la necesidad de perseguir una estrategia de comunicación que mostrara que ellos ‘habían hecho todo lo posible para evitar la guerra'», cosa que fue totalmente al revés. Querían la guerra, y buscaron excusas, sin probarlas nunca.
En España se produjeron manifestaciones inmensas, con la participación de ciudadanos de todas las clases sociales. Muchos militantes del PP rechazaron la implicación de Aznar. Y Aznar se mantuvo firme, con una idea ambivalente: es cierto que los dirigentes políticos deben saber aguantar, frente a las movilizaciones sociales, pero es que aquello era muy flagrante.
La irresponsabilidad de aquellos tres gobernantes fue gigantesca. Y la comunidad internacional aún paga por ello.
Luego llegaría la gestión de los atentados del 11M en 2004.
Aznar, sí, contigo empezó todo. La mayoría absoluta le hizo pensar en grande. Y se equivocó por completo. Por eso, pese a la estima que le puedan tener los militantes y dirigentes del PP, Aznar no es, precisamente, el mejor presidente que ha tenido España desde la transición. También es verdad que algunos miembros de su gabinete pudieron haber hecho algo más, como dimitir, por ejemplo. A veces hay que tomar esas decisiones. ¿O no, señor Rajoy?