Ser mujer y de verdad preocuparse por otras mujeres
A veces pienso que el feminismo lo inventó un cangrejo: un paso hacia adelante, tres hacia atrás
A veces pienso que el feminismo lo inventó un cangrejo: un paso hacia adelante, tres hacia atrás. Parece que cada conquista se paga con una pérdida.
Cada derecho nuevo, con mil deberes añadidos. Cada éxito, con diez zarpazos de soledad.
Cada habitación propia, con una ráfaga de espanto. Sin duda atinaban las madres fundadoras cuando advertían que bastaba con muy poquito, una crisis, una guerra (no digamos una cosa encima de la otra y de la otra…) para dar al traste con muchas seguridades y garantías aparentes.
Por poner un ejemplo inmediato y sencillo: la independencia económica, como la ironía, necesita cómplices. En un mundo ideal, todos y todas ganaríamos lo mismo, gastaríamos más o menos, nadie dependería de nadie.
En la vida real, ay. Si ganas menos que tu pareja, porque ganas menos.
Si ganas más, aún es peor. Todo eso sin contar con que alguien sigue teniendo que hacer la compra, fregar los platos, bajar la basura, acostar al niño.
Pero si es que el problema no es ese.
¿La famosa brecha salarial? Es verdad que sobre el papel no existe porque es ilegal, para empezar.
Si un empresario (en este país) paga a una mujer la mitad por hacer lo mismo que un hombre, le pueden denunciar. Pero si es que el problema no es ese.
El problema es la enormidad, la infinidad de trabajo, que las mujeres hacemos sin preguntar y sin cobrar, desde los interminables cuidados hasta la más elemental empatía de andar por casa. Todo eso que te deja exhausta antes incluso de empezar con tus tareas remuneradas del día.
Nada más faltaba que, encima, se pusiera de moda (o se volviera a poner…) pelearnos las unas con las otras. Algunos neofeminismos recuerdan la lógica del harén, el sórdido cogollo de las rivalidades femeninas más monstruosas.
Y desoladoras. No es de recibo que te lleve media vida emanciparte de tus padres y la otra media, de Irene Montero.
Decía Simone de Beauvoir que la verdadera igualdad se alcanzaría cuando una mujer incompetente pudiera ocupar puestos de responsabilidad con el mismo gracejo que un hombre incompetente. Bueno, Montero es ministra, de Igualdad, encima.
Cada vez resulta más difícil escapar no ya de tus contradicciones, sino de las de los demás.
Aunque yo creo que si la Beauvoir levantara cabeza y la viera, le daba un ataque. El feminismo dogmático de la izquierdona y el rancio de la derechona se retroalimentan mutuamente, más que nunca, dejando a la mujer de carne y hueso muy perpleja y muy a solas con sus verdaderos problemas.
Llámese violencia de género, violencia económica, violencia política o violencia a secas. Cada vez resulta más difícil escapar no ya de tus contradicciones, sino de las de los demás.
Hemos llegado a tal punto de cinismo institucionalizado, que por un lado vivimos inmersos en lenguaje inclusivo, grandes proclamas de tolerancia cero ante el maltrato…para que luego vayas a un juzgado, digas que te ha pasado esto y lo otro, y no te hagan ni caso o directamente no te crean. Incluso (o peor aún) si te toca una jueza de familia y no un juez.
Es como si todo el mundo tuviera tan claro que el 90% de lo que se dice es mentira, que simplemente ir con la verdad por delante es una temeridad. Cuando no un lujo.
Desde Ciudadanos defendemos el feminismo liberal, que no es la cosa blandengue que algunos dicen, sino todo lo contrario, algo bien arduo y bien sufrido. Porque paras todos los golpes, todos los escraches, todas las hostias.
Todo el mundo te da lecciones y pocos o nadie son capaces de ofrecerte ninguna solución. Con mis compañeras Isabel Martínez Comas, portavoz de Ciutadans en el Ayuntamiento de Terrassa, y Cristina Arias, militante en Horta, hemos empezado a poner en común contactos, reflexiones y experiencias y a comprobar con asombro (yo por lo menos) que hay dramas que llevas muy callados y muy adentro porque te crees que no le pasan a nadie más, sólo a ti, y resulta que no es eso.
Mis compañeras Isabel y Cristina me han cogido de la mano, me han pedido confianza y me la han dado.
“A ti lo que te pasa es que pareces una mujer muy fuerte y por eso nadie te va a ver nunca como una víctima, aunque lo hayas sido o lo seas”, me dijo una abogada que me presentó Cristina Arias, y con esta simple frase me dejó clavada en el sitio. Me dejó pensando.
Yo que me pongo mala cuando oigo hablar de la dichosa “sororidad” porque, sinceramente, sólo la he conocido por casualidad y con cuentagotas, llevo unas semanas discretamente ilusionada con haber encontrado, esta vez sí, una veta de fraternidad entre mujeres seria, sólida y fiable. Mis compañeras Isabel y Cristina me han cogido de la mano, me han pedido confianza y me la han dado.
Vamos a empezar por cosas pequeñas, que son las definitivas, me dicen. Por microproyectos muy concretos, de esos que parece que no son nada, pero que pueden marcar toda la diferencia para una mujer real con problemas reales, harta de pasarlas moradas mientras aguanta discursos vacíos, halagos que esconden reproches.
Mientras se negligen cosas tan básicas como la creación de unidades de valoración forense integral que traten la violencia de género e intrafamiliar como un todo. Que sean capaces de atajarla cuando no de prevenirla.
Que rasgarse las vestiduras después en las manifestaciones poco aporta si no se han puesto los medios para no tener que irse a manifestar. Mira, como Clara Campoamor: no se dejó liar por la izquierda prepotente ni por la derecha intratable de su época, ni por los que decían que una mujer no podía votar por facha o por “ángel del hogar”.
Clara Campoamor lo tuvo claro, avanzó con paso firme y con un insobornable objetivo muy concreto: muy bonito todo, pero dejadnos votar. Dejadnos decidir.
Nos da igual lo que nos llamen mientras nos dejen trabajar, avanzar y confiar.
Todo lo demás son monsergas. Bueno, pues tras la senda de Clara queremos seguir Isabel, Cristina y yo misma.
Y Sara Giménez y Marina Bravo y Noemí de la Calle y tantas otras. Nos da igual lo que nos llamen mientras nos dejen trabajar, avanzar y confiar.
Confiar en mujeres que de verdad se preocupan por otras mujeres. Eso sólo para mí ya es tanto.
Es el principio de todo.