Señores soberanistas, Rajoy ya se ha definido. ¿Ahora, qué?

El sábado escuchamos a Mariano Rajoy en Sitges, en el marco de la XXX Reunión Círculo de Economía. Antes de que se produjera su intervención, muchos empresarios comentaban que era una buena ocasión para que el presidente del Gobierno se pronunciara sobre el tema catalán y abriera una espita en la bombona que guarda un problema político que arrastramos desde hace meses.

En el fondo, los empresarios con los que tuve la oportunidad de charlar esa mañana pretendían que el jefe del Ejecutivo español ofreciera una solución al marasmo político en que nos hemos sumergido en Catalunya. Dos días antes, el presidente de la Generalitat, Artur Mas, estuvo en el mismo foro y sus palabras sonaron a hueco, a más de lo mismo, a un dejà vu que irremisiblemente nos adentra en un callejón sin salida, en un túnel sin final visible.

 
Rajoy ve Catalunya como hasta la fecha y viene a decir que quienes la ven diferente muevan ficha

Rajoy no defraudó en esta visita. Fue más claro que en otras ocasiones que se ha enfrentado a problemas de verdad, como la eventual intervención de España por parte de los poderes internacionales durante la crisis de la deuda y la burbuja de la prima de riesgo. Recordó que entonces se le acusaba (y un servidor recordaba un demoledor editorial de El País que pedía la intervención y parecía escrito en Ferraz) de no actuar y de no tomar ninguna decisión. Él, sin embargo, sí la había tomado: no iba a permitirlo y aguantó de manera estoica los envites que llegaban de diferentes poderes económicos y políticos.

Hoy, superada de manera positiva aquella grave crisis, Rajoy la recordó para establecer una concomitancia obvia: ‘Decían que no decidía y sí que lo estaba haciendo’. En palabras más simples: ahora pasa lo mismo, no piensa moverse de sus posiciones con respecto a las reclamaciones de una parte de Catalunya. No está, sencillamente, de acuerdo y, en consecuencia, que nadie espere ningún gesto de su parte. Si antes resistió las presiones sobre la intervención de la economía española, ahora está dispuesto a aguantar con igual firmeza las de Mas y ERC.

Adornó su intervención con algunos guiños. Por ejemplo, cuando dijo que se enteró de la supuesta consulta, su fecha y preguntas por los periódicos. También cuando se mostró flexible con una posible reforma de la Constitución Española, siempre que se consensue para qué y con qué intenciones. No hay líneas rojas, vino a decir, salvo una: él sigue viendo a Catalunya en España y nadie le hará cambiar de opinión, menos aún si quien formando parte del mismo Estado y de las mismas reglas de juego es incapaz de descolgar el teléfono para negociar con él.

No hay medias tintas, aunque habló como gallego ejerciente que es. Lo hizo ante otro compatriota, el presidente del Círculo de Economía, Antón Costas, de quien dijo que lo que más les diferencia es ser del Depor o del Celta. No hizo un pronunciamiento formal sobre la cuestión, pero sí fue suficientemente claro. Ahora, Mas tiene la pelota en su tejado. Él y sus acompañantes, que dice no controlar, deberán dar una respuesta a la situación. ¿Cuál es, cómo se llevará a cabo, qué consecuencias tendrá y quién o quiénes resultarán afectados? Es lo que deben responder. O eso, o dimitir inmediatamente y dejar este juego de sombras chinescas para otro momento y otro lugar.