Señores Rajoy y Mas, el 27S no se decide nada
Los consejos no están de moda. Lo que se lleva ahora es el arrojo, y, como se dice en catalán, el cop de pit. Pero hay que ir a contracorriente. Porque la supuesta moda que impera en la política española y catalana puede ser contraproducente para todos. Las acciones precipitadas, el ansia de ganar unas elecciones en el conjunto de España, cuando ahora se tienen perdidas, o la voluntad de iniciar un proceso soberanista, porque uno se ha comprometido a ello, pueden resultar nefastas para Catalunya y España. La incertidumbre, al margen de nuestras preferencias, no gusta a los inversores. ¿O iniciaríamos nosotros una inversión en un país que difícilmente se pueda gobernar?
Lo que tenemos ahora es la posición del Gobierno central, que advierte de que, en virtud de sus competencias, y de sus obligaciones para que se respete la ley, podría anular la autonomía de Cataluña si Mas, o el gobierno soberanista que salga de las urnas del 27S, proclama la independencia de Cataluña e inicia un proceso de «desconexión».
En el otro lado, existe una candidatura soberanista unitaria que ha comenzado a mostrar sus contradicciones, con Raül Romeva en plan estelar, y con algunos dirigentes de Esquerra que no querrán que el proyecto se diluya y desearán resultados desde el inicio –siempre que logren una mayoría absoluta en las urnas, claro.
Como ocurre en estos casos, la maximización de las dos posturas provoca una dialéctica perversa de acción-reacción, en la que el Gobierno querrá movimientos extraños del soberanismo para anular la autonomía y presentarse ante la opinión pública española como la fuerza política que ha reorientado la economía española y la que defiende los intereses del conjunto del país, ante un territorio desleal. Le podría suponer al PP una victoria amplia en las elecciones generales, cuando ahora sabe que no la puede lograr.
Esa reacción a una acción, provocaría otra acción de carácter justificativo, y el movimiento independentista en Cataluña se reforzaría y seguiría adelante, ya con todas las consecuencias, en su propósito de separarse de España. Y la ciudadanía española en su conjunto, lo que incluye a la catalana, sufriría una situación de parálisis y de bloqueo total.
Cuando se les pregunta a los protagonistas, cuando se les reclama que clarifiquen el panorama, responden con la esperanza de que todo eso no sucederá. Pero a veces lo que no se desea, lo que se entiende que es imposible, ocurre.
Por ello, tanto el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, como el President Artur Mas, deben ser conscientes de que el 27S no se decidirá nada. Nada que no pueda tener una solución razonable. Y es que se trata de unas elecciones autonómicas, sí, pero también de unos comicios que expresarán voluntades sobre el futuro de Cataluña. Y, al margen del resultado, se impondrá una negociación posterior, cuando se celebren también las elecciones generales.
Los nuevos ejecutivos, los que se puedan forman, con acuerdos entre diferentes fuerzas políticas, en Madrid y en Barcelona, salga o no derrotado el independentismo en Cataluña, deberán salvar las distancias y buscar acuerdos. Uno de ellos podría ser, o debería ser, si existe una mayoría independentista, la convocatoria de un referéndum a la escocesa, como pactaron en el Reino Unido el Gobierno de David Cameron y el de Alex Salmond. O una propuesta que nos sea útil a todos.
Porque los maximalismos están de más. Porque saltarse pantallas una y otra vez sólo va creando más y más frustración. El independentismo debe saber que no se pueden hacer cosas a la brava, y el Gobierno español, del color que sea, debe entender también que la ley se debe cumplir, sí, pero además, se debe utilizar la política para seguir adelante.
Así que calma, que todos se tomen su tiempo, y tengan claro que el 27S no se decide nada. Nada que no sea irremediable. Es cierto, sin embargo, que el ruido en el sentido contrario a estas líneas imperará en las próximas semanas. Utilizando una frase conocida, ¡seamos fuertes!