Señor Mas, llegó la hora de la Rectificación

Me gusta la idea de la rectificación. Se puede errar, y, después, rectificar. Es sano conjugar dos verbos: reformar y rectificar. No es cosa de blandos o pusilánimes. Es propio de gente que escucha, que aprende y que toma decisiones.

Y el President Artur Mas debería ahora entregarse a ello. Su querencia, en estos momentos, se asemeja al jugador de rugby. Es una buena ocasión para ver partidos de ese deporte de nobles. Australia y Nueva Zelanda jugarán la gran final del campeonato del mundo este sábado. Nos gusta ver a jugadores en el campo, pero no a políticos, porque la patada hacia delante suele conducir a ninguna parte.

El acuerdo entre Junts pel Sí y la CUP para que el Parlament apruebe una resolución a favor del inicio de un proceso hacia la independencia no augura que Mas pueda rectificar. Pero aún está a tiempo.

Para muchos ciudadanos, convergentes, catalanistas, entregar Cataluña a la CUP es, por lo menos, preocupante, por no utilizar otros términos. Y eso es lo que ha hecho Artur Mas, con frases en esa resolución que van más allá de lo soñado por un soberanista: se trata de desobedecer a los poderes del Estado, con el Tribunal Constitucional a la cabeza, que se considera deslegitimado tras la sentencia sobre el Estatut de 2010. 

Se olvida que en 2015 la composición es completamente diferente, y que se alabó hace unos meses, por parte, incluso, del conseller entonces de Presidència, Francesc Homs, cuando se definió sobre el derecho a decidir, dejando claro que se podía negociar políticamente con una reforma de la Constitución.

Por cierto, ¿qué pensará la catalana Encarna Roca, miembro del TC, propuesta por el Parlament en su día, y con el visto bueno de CiU, de esa acusación de tribunal deslegitimado?

Los políticos catalanes de signo independentista olvidan el hecho de que la política catalana lleva dando bandazos desde la elaboración del Estatut.

En 2006, diversos autores publicaron La Rectificació (Destino), un libro que se debe revisar de inmediato. Fueron Enric Juliana, Lluís Bassets, Albert Branchadell, Josep Maria Fradera, Antoni Puigverd y Ferran Sàez los que, desde diferentes ángulos, cuestionaron la falta de visión global de la política catalana.

Es divertido –es una expresión— repasar los comentarios.  Juliana, uno de los actuales hombres fuertes de La Vanguardia, aseguraba que Cataluña entraba en un periodo de «ignición».

Puigverd, columnista en el mismo periódico, afirmaba que se asistía a «un agotamiento de las fuentes del catalanismo», que había llevado la política catalana «a la altura del betún». Branchadell defendía que el catalán se debía ver como una lengua española, pero que también el castellano se debía entender como una lengua catalana. Y Sàez incidía en que se debía rectificar «una cierta tendencia de la política catalana hacia el populismo».

Pero no se ha rectificado, desde entonces, casi nada. Todo ha empeorado. Los sueños de los políticos nacionalistas lo han invadido todo. Ahora bien, señor Mas: aún puede rectificar. Esa declaración rupturista sólo la quiere la CUP. ¿Debe Cataluña depender de esa formación minoritaria? ¿Sólo para que usted sea presidente?