Señor Corbyn, bienvenido, porque no todos queremos lo mismo

Pánico en los despachos, empresarios asustados, y satisfacción en el Partido Conservador.

La elección de Jeremy Corbyn al frente del Partido Laborista ha desatado todos los temores. El primero, el de los propios dirigentes laboristas, que creen que ya no ganarán nunca las elecciones al número 10 de Downing Street.

El propio Corbyn, un señor de 66 años, que prácticamente no ha tenido un trabajo en la vida en el sector privado, lo sabe. Conoce a la perfección, como diputado en Westminster, que las elecciones se suelen ganar en el centro, entre esas clases medias que se han vuelto cada vez más egoístas, y que han interiorizado el mensaje de los conservadores: si no te va bien en la vida, es que no te has esforzado, y, probablemente, te mereces lo poco que tienes.

Pero Corbyn ha llegado con la intención de defender unos valores, apoyado por una generación de jóvenes que no pueden acceder a los puestos de trabajo de sus padres, que ven imposible darle la vuelta a un sistema dominado por un conglomerado de intereses. Y esa es la pequeña revolución que llega al Reino Unido, la idea de que los partidos políticos deben competir y luchar con proyectos diferentes, porque no todos queremos lo mismo.

Lo explicó con brillantez Tony Judt en Algo va mal (Taurus). Decía que se había convertido en un lugar común afirmar que todos queremos lo mismo y que lo único que varía un poco es la forma de conseguirlo.

Y no, no queremos lo mismo. No quiere lo mismo un inversor de la City, que seguirá votando al señor Cameron, que un trabajador en el sector servicios, que ha visto reducido sus derechos con contratos cada vez más precarios.

«Los que no necesitan servicios públicos –porque pueden comprar transporte, educación y protección privados—no quieren lo mismo que los que dependen exclusivamente del sector público. Los que se benefician de la guerra –gracias a los contratos de defensa o por motivos ideológicos—tienen objetivos distintos de los que se oponen a la guerra», constata Judt.

Y lo que denota todo ello es que en las sociedades hay conflicto, debe haber conflicto, porque hay diferencias. Y los partidos están para representar intereses, defender proyectos y buscar acuerdos. Y el Partido Laborista de Tony Blair y sus alumnos aventajados se había convertido en una cara amable del Partido Conservador.

Owen Jones ha desmontado a los laboristas de Blair en El Establihsment (Seix Barral), en el que documenta como los ministros de Blair se hicieron de oro al pasarse al sector privado. Desde la titular de Sanidad, entre otros ministerios, Patricia Hewitt, hasta Peter Mandelson, uno de los impulsores del proyecto del nuevo laborismo.

Corbyn tiene muchas carencias. Tal vez no dure mucho al frente del Labour, pero puede renovar el debate: ¿hay que defender lo que uno cree, o ver qué quieren esas clases medias-medias altas y ofrecerles algo para ganar elecciones, sólo con el objetivo de ganar el poder? 

Un debate que se sigue en España, con Podemos en una suerte de decadencia antes de hora, y un PSOE todavía desorientado.

Bienvenido Señor Corbyn, gane o no gane elecciones.