Secretos, ideas, razones, motivos y hechos sobre la muerte del «gretismo»

Tengo dudas de si en este mundo hay hueco para una niña apocalíptica viajando en velero y haciéndonos preguntas sobre los osos polares y la diversidad

Vika me enseñó un vídeo en su móvil hace un par de semanas. Una pieza colgada en Twitter, y grabada móvil en mano por Vitali Klichkó. La pieza rodaba una panorámica alrededor del enorme impacto de un misil ruso en un cruce de calles. La cámara paseaba por los edificios colindantes y dañados mientras el excampeón de boxeo vestido de militar hacía un soliloquio a cámara.

Mi memoria de Klichkó viene de un momento previo a que resultara elegido como alcalde de Kiev. Le recuerdo como uno de esos grandes púgiles eslavos que trajeron al boxeo internacional un tipo de pelea muy poco expresiva, parca en gestos y declaraciones, pero salvaje en su violencia y demoledora por su eficacia. Su interpretación de Héctor a las puertas de un Ilión contemporáneo podría generar una reflexión poética, pero Vika cortó rápido “Esta es mi casa. Ya no tenemos ventanas.”. Le pregunté qué tal estaba su familia. Su padre y su abuelo, como cualquier hombre ucraniano por encima de 12 años, habían sido reclutados y tenían impedido salir del país. Y me dijo “Bien. Sin ventanas no es tan grave.”

Hay un mundo que nace después de que Vika me diga que ya no tienen ventanas en casa. Es un mundo de retos concretos y robustos, como los puñetazos de Klichkló. A 37 horas en coche de la casa en la que crío a mis hijos hay personas doblando esquinas con un javelin. Tengo dudas de si en este mundo hay hueco para una niña apocalíptica viajando en velero y haciéndonos preguntas, con el ceño fruncido, sobre los osos polares y la diversidad.

El siglo XXI ha parido un sistema de creencias públicas que se expresaban como nuevas categorías éticas de la ciudadanía pero que en realidad sólo servían para el avance laboral en la carrera de los intelectuales públicos. Se aprendía rápido la rentabilidad de poner tu capacidad para crear narraciones al servicio de los poderes del mercado o de la política.

Una crisis sanitaria en la que el machismo mataba más que el coronavirus, la abolición ideológica de nuestras principales industrias (motorización diésel, combustibles, plásticos, turismo), los efectos industriales y para el empleo de nuestras apuestas energéticas (todo al verde), la renuncia desde hace un año a asumir en la conversación pública los indicadores adelantados de inflación (y así la ciudadanía se pudiera proteger tal y como han hecho las grandes empresas). Mientras era imposible practicar alguno de estos debates, críticos y verticales para nuestra sociedad, teníamos un espacio público donde los intermediarios de la información abrían titulares con una España que lideraba el crecimiento de la eurozona.

Algo en nuestro sistema se muestra incapaz de procesar información y discernir la verdad. Los mejor preparados de nuestras comunidades se han demostrado tan hábiles a la hora de de ascender en la corte, como inútiles a la hora de hablar en unos parámetros de realidad sobre lo que está sucediendo en este momento de nuestra historia.

España abandona el Sahara, y la conversación pública no genera más que endebles y contradictorios relatos sobre jugadas maestras y relatos ideológicos de buenos y malos. Ni una sola apelación responsable hacia los españoles que viven en Ceuta y Melilla y que deberían ir haciendo las maletas. En menos de una década España vivirá en sus dos ciudades autónomas una Primavera.

Cuánto permanecerá de las cartas de Larry Fink. Cuánta validez tendrán las apelaciones y reproches a la ciudadanía global. Qué quedará de los micromachismos, la emergencia climática, el Me Too, la Agenda 2030

Pedro Herrero

Miles de personas en plazas reclamando la soberanía, y cientos de tractores empujando hasta derribarla nuestra famosa valla. Y serán nuestros ojos los que verán a un crucero, quizás de Transmediterránea, transportando a los últimos guardias civiles de territorio norte africano a Cádiz. Algunas vidas serán destruidas, pero nuevas unidades políticas serán constituidas como ciudades provincia con un status especial y respetuoso dentro del Reino de Marruecos. Y así sin un solo tiro, ni drama en la opinión pública, diremos dentro de diez años que esa decisión ya se tomó hace demasiado tiempo.

A los españoles de hoy poco nos queda más allá de intentar reflexionar sin ser capturados por la retórica del ciclo de información de los intermediarios. Preguntarnos si en un futuro habrá ganas de defender las Islas Canarias. Preguntarnos si mandaríamos a nuestros hijos a defender los carnavales de Tenerife, las aguas frías de Famara o las rocas volcánicas del Timanfaya. Si sabemos que las fronteras de una comunidad nunca se declaran, sí no que se determinan en el conflicto, si aprendemos de Gettysburg o Torrijos, sabremos que somos más bien los vivos quienes debemos preguntarnos si nuestra debilitada comunidad moral puede llegar a producir un Zelenski.

Enterrado el gretismo bajo un bombardeo ruso, cuánto quedará en pie del pensamiento blando generado por las élites occidentales durante la última década. Cuánto permanecerá de las cartas de Larry Fink. Cuánta validez tendrán las apelaciones y reproches a la ciudadanía global.

Cuánto permanecerá de toda esa energía disipada. Sospecho que entre poco y nada porque el sueño de esa arquitectura intelectual sólo es posible cuando las casas disponen de ventanas.

Pedro Herrero

Qué quedará de los micromachismos, la emergencia climática, el Me Too, la Agenda 2030, las proyecciones sobre un futuro deseable en la España 2050, los análisis de prospectiva con perspectiva de género, la abolición de las furgonetas diésel, los maceteros de la Cale Galileo, las vocaciones STEM en las niñas, la escasez de directoras de cine, las microagresiones, el análisis decolonial de la cultura, las proclamas en la Cumbre del Clima, los tatuajes de Fernando Simón, el compromiso net zero, el casino del Green New Deal, la perfomance de la inversión financiera camuflada en criterios de sostenibilidad, el nuevo paraíso digital del metaverso, las toneladas de chatarra del RSC, las hectareas de abono del ESG, los cursos de diversidad para chicos blancos de Universidad privada, la sociedad del ethics and compliance y la vida gris corporate del middle manager linkedinesco.

Qué será de toda esa enorme bola de gas inútil. Dónde almacenaremos todo ese vapor. Cuánto permanecerá de toda esa energía disipada. Sospecho que entre poco y nada porque el sueño de esa arquitectura intelectual sólo es posible cuando las casas disponen de ventanas.

Este artículo pertenece al nuevo número de la revista mEDium 10: ‘Economía de Guerra’, cuya versión impresa puede comprarse online a través de este enlace: https://libros.economiadigital.es/libros/libros-publicados/medium-10-economia-de-guerra/