Se acerca la hora de la verdad

Desde los mismos inicios del proceso independentista iniciado por Artur Mas en Cataluña se ha dicho que el suyo era un proyecto político abocado a un inevitable y fatal callejón sin salida, a lo que en catalán se define también como «atzucac» o «cul de sac».

Pues bien, como sucede a menudo, la realidad ha superado con mucho a la ficción más descabellada: el propio Artur Mas presidió, junto a otros dirigentes soberanistas como Francesc Homs, Joana Ortega e Irene Rigau, el acto de inauguración, en el pueblo de Montoliu de Lleida, de una calle dedicada al 9-N, la consulta soberanista convocada, organizada y publicitada por el gobierno de la Generalitat presidido por el mismo Mas y por la que tanto él como sus antes ya citados acompañantes están procesados.

Lo realmente chocante de aquella inauguración es que dicha calle precisamente es un callejón sin salida. Aunque Artur Mas intentó dar de algún modo respuesta a aquella situación hilarante –»no es que esta calle no tenga salida, sino que no tiene entrada, porque hemos tapiado la entrada para nuestros adversarios y hemos abierto la puerta a nuestras libertades»-, aquel acto inaugural evidenció de una manera curiosa que la realidad de los hechos es siempre muy tozuda y que la postverdad no tiene mucho recorrido.

Abundan cada vez más los indicios que apuntan a que 2017 puede ser el año del desenlace, esperemos que definitivo y positivo, del grave problema institucional, político y social creado por el proceso independentista catalán.

Un proceso en apariencia iniciado en 2012 por Artur Mas cuando apostó por intentar que el hasta entonces nacionalismo moderado de CiU liderase, evidentemente con él al frente, un proyecto político independentista que solo era apoyado en aquel momento por ERC y una pequeña formación de ultraizquierda, la CUP.

No obstante, en realidad aquel proceso tuvo su auténtico inicio en la disparatada resolución del Tribunal Constitucional que, a instancias de los recursos presentados fundamentalmente por el PP, un par de años antes, en 2010, invalidó en gran medida el texto del Estatuto de Autonomía de Cataluña que, tras su redacción en el Parlamento catalán, en 2006 fue aprobado por las Cortes Generales por una amplia mayoría –con la única oposición relevante del PP- y que fue refrendado por la ciudadanía de Cataluña –conviene recordarlo, con baja participación en la consulta y con los votos negativos tanto del PP como de ERC y otros grupos independentistas.

Aquella más que cuestionable sentencia de un Tribunal Constitucional en gran parte caducado y deslegitimado dio la razón a los recursos presentados por el PP, y fue a partir de entonces cuando en Cataluña comenzó a existir una sensación de creciente desconexión con el proyecto común de una España plural y diversa.

Hemos llegado finalmente al inevitable callejón sin salida, tantas veces vaticinado. Ha llegado definitivamente la hora de salir de él, a ser posible sin vencedores ni vencidos, y por tanto sin llegar al también tan anunciado choque de trenes. Ello solo es posible mediante una única vía, que no es ni será nunca otra que la del diálogo, la transacción y el pacto.

Después de tantos años de inútiles pérdidas de tiempo, de soflamas patrióticas de unos y de proclamas nacionalistas de los otros, de enfrentamientos absurdos, de reiteradas oportunidades fracasadas de dar respuesta a las auténticas necesidades colectivas, la realidad se impone al fin con toda su contundencia.

La postverdad, como era de prever, se demuestra una vez más falsa, porque no es más que contrarrealidad, en lúcida expresión de Javier Marías. La postverdad o contrarrealidad es siempre falsa, y por consiguiente de una inutilidad política y social absoluta. Pero la falsedad corresponde, en este como en tantos otros casos, a ambas partes.