Sarpullidos franquistas
La semana pasada les conté las maniobras de María de los Llanos de Luna, delegada del Gobierno español en Cataluña, para impedir la utilización de la Sala de Autoridades a los miembros del Gobierno catalán. Se lo conté a raíz de la decisión del ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García-Margallo, de poner en marcha una comitiva diplomática española para contrarrestar el ímpetu viajero de la diplomacia «informal» catalana, por reducirlo a la manera de Joseph Nye Jr., el principal teórico de la llamada diplomacia pública.
Nye, quien fue antiguo decano de la Harvard’s Kennedy School of Government y asesor de Bill Clinton, defiende que en un mundo interdependiente como el actual, con fronteras difusas y grandes poderes transnacionales, el soft power o poder blando es más eficaz que el ejército para defender los límites de un país. Un país es una marca —dice— y su poder se mide según la habilidad que demuestren sus dirigentes para influenciar en el comportamiento de otros y obtener los resultados que se desean. Persuadir es seducir.
Está claro que la marca España no seduce al actual Gobierno catalán ni tampoco, y eso es lo sustancial, a casi la mitad de los catalanes con derecho a voto. El Gobierno del PP se vanagloria de esa famosa marca y viernes tras viernes la pone en crisis por su fobia a lo que está ocurriendo en Cataluña.
Si una semana es una comitiva diplomática formada por María Bassols y Cristina Ysasi-Ysasmendi, a la siguiente recurre una ley o pone el grito en el cielo porque el presidente Carles Puigdemont decide no acudir a la final de la Copa del Rey después de la prohibición de la delegada del Gobierno en Madrid, Concepción Dancausa, contra las estelades.
En la rueda de prensa tras la habitual reunión ministerial de los viernes, la vicepresidenta del Ejecutivo, Soraya Sáenz de Santamaría, justificó el veto a la bandera independentista porque se ajustaba a la ley y, además, dijo, que la decisión se adoptó en virtud de unos criterios técnicos y operativos, de manera que se fundamentaba en la norma que excluye los símbolos que no están relacionados con el deporte. ¡Vaya majadería! Una vicepresidenta debería evitar las sandeces.
«Lo que le va a pasar al señor Puigdemont es que acabará siendo rehén de sus propias palabras» —dijo Sáenz de Santamaría, antes de conocer la noticia de que un juez había levantado dicha prohibición. Ahora el rehén es ella, porque habrá estelades en la final de Copa. Lo ha decidido el juez del juzgado de lo contencioso número 11 de Madrid, resolviendo el recurso presentado por la asociación de abogados catalanes Drets.
El ministro de Exteriores, en cambio, no tuvo ningún reparo en calificar la decisión de vetar las estelades de «política» y, «si me permiten, de cuestión sentimental». Sentimental lo será, en todo caso, para españoles recalcitrantes, para aquellos que aún tienen grabado en la frente ese famoso lema que reduce España a «una, grande y libre».
Así son las cosas desde hace muchos años. La falta de ruptura con el pasado franquista del personal político español tiene ese inconveniente. Aunque García-Margallo sea algo más simpático que otros miembros del Gobierno al que pertenece, sus orígenes políticos son los que son y no los puede ocultar. A Jorge Fernández Díaz los orígenes se le notan todavía más.
No pretendo juzgar a Llanos de Luna, Bassols, Ysasi-Ysasmendi, Dancausa, Sáez de Santamaría o al propio García-Margallo por sus vínculos con la antigua dictadura a través de un sinfín de parientes, puesto que nadie es culpable de lo fueron su padre, su madre o su primo.
Lo que digo es que todos los viernes el PP y su Gobierno producen sarpullidos con sus decisiones que nos trasladan a otros tiempos. El PP está en pleno proceso de regresión, pero los partidos de la oposición sólo protestan si los acuerdos que toma el Ejecutivo de Mariano Rajoy afectan a los derechos sociales. Lo que está haciendo con Cataluña les trae sin cuidado, no vaya a ser que si defienden los derechos humanos de los catalanes pierdan un puñado de votos.
Persuadir no es imponer. Nadie quiere imponer las estelades en Cataluña ni en ninguna parte, aunque lo cierto es que hoy son la marca de la Cataluña soberanista y rebelde que lucha por sus derechos pacíficamente, con cantos y enseñas.
El intento de prohibir que los aficionados del Barça pudiesen ondear en el Calderón la bandera independentista, ha sido otro intento de poner puertas al campo de quienes les duele España como les dolía a los joseantonios, ortegas y unamunos: «Me duele España» —escribió Unamuno— «¡soy español!, español de nacimiento, de educación, de cuerpo, de espíritu, de lengua y hasta de profesión y oficio; español sobre todo y ante todo». Nacionalista, al fin, lo que contradice las enseñanzas del profesor Nye.